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Un domingo por la noche

Un domingo por la noche, una pareja regresó de comer de un restaurante del centro de la ciudad. Al llegar a casa se acomodaron en la sala de televisión para ver una película antes de ir a dormir.

Un domingo por la noche, ella se levantó del sillón de la sala y caminando hacía la recámara dijo: –voy a ponerme cómoda–. Una eternidad después apareció enfundada en una camiseta ajustada.

Un domingo por la noche, de pie frente a él, ella susurró con voz grave y sensual: –mira–, y lentamente fue despojándose de su camiseta. Bajo su rostro hermoso se dibujó un cuello fino y delicado, más abajo unos senos perfectos de cúspide color rosa. Su tes era blanca y la piel firme. Finalmente un vientre plano y unas piernas largas y torneadas que terminaban en un par de zapatillas.

Un domingo por la noche, él contempló un espejismo en el que las torneadas piernas cubiertas por unas medias negras rematadas con encaje conformaban un paisaje de lujuria y belleza.

Un domingo por la noche, él la tomó entre sus brazos y la llevó de regreso a la recámara.

Un domingo por la noche, él, tras besarla insaciadamente en la boca, meció entre sus labios y su lengua la areola de sus senos. Al mismo tiempo, con mano firme, le separó los pétalos de la flor que en el vértice de sus piernas ocultaba el capullo donde dormitaban sus anhelos. Lo acarició hasta que despertó la mariposa de la pasión.

Un domingo por la noche, en un lenguaje que sólo ella conocía, lo incitó con su boca a enarbolar la bandera de su deseo. Los sentidos dominaron la escena y él se sintió rey del universo. Ella tras adorar su cetro consiguió que ambos, cetro y rey, levitaran al unísono.

Un domingo por la noche, ella lo imaginó un brioso corcel y cabalgó en él hasta el jardín del éxtasis, mientras las manos de él viajaban incesantes desde los muslos perfectos hasta los senos erectos.

Un domingo por la noche, él entró al mágico palacio y guiado por sus suaves gemidos lo recorrió una y otra vez hasta que juntos saciaron todo su deseo e incondicionalmente se rindieron ante la plenitud del placer.

Un domingo por la noche, dos cuerpos húmedos se abrazaron con fuerza tratando de fundirse en uno solo.

Un domingo por la noche, el fulgor de dos seres satisfechos venció la obscuridad de la habitación.

Un domingo por la noche ella hizo todo para que él la quisiera, sin comprender que él, a su manera, la adoraba.

Texto agregado el 17-11-2017, y leído por 117 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
11-09-2019 Bellísimo Omar. Sutil erotismo. MujerDiosa
25-11-2017 Un impulso más y esa fuerza que llevaba el relato hubiera terminado como debiera terminar: en erupción. No obstante, el esfuerzo por lograrlo es loable. Bien. D2EN2
 
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