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Empezar a dibujar o a caminar sin rumbo. A veces entre los pasos, los garabatos y el azar un monstruo asoma sus orejas puntiagudas. ¿Por dónde empezar? El primer paso no es importante, bajar un escalón de granito pulido un domingo de enero, un garabato en un cuaderno de anillas o dos gotas de café estrelladas en el suelo para formar un corazón que se empeña en no ser verde y rosa. El inicio solo debe ser modesto como ese actor secundario que en escena sabe no hacer nada y desaparecer estando. La mecha ya está encendida y se perderá en el bosque de líneas, en el ovillo del monstruo. Bajas las escaleras. ¿Quieres que hablemos de cultura? Sólo yo sé que ese rodapié es nuevo y que cambiarlo fue una odisea. Eso sí que es saber. El albañil orgulloso de sus conocimientos de aritmética toma con precisión laser las medidas de uno de los escalones con la inocente intención de extrapolar sus medidas a los otros once escalones. Durante días el peón gruñe y persigue por esas escaleras ángulos rectos y como ratones se le escapan por las paredes de adobe. Cada escalón reclama su nombre, su identidad y no se conforma con un vestido de granito pret a porter. Una casa sin ángulos rectos para una Sagrada Familia. Pedro hizo la casa con sus manos, pero la vendió cuando su mujer empezó a tener problemas en las rodillas. Una pizca de vejez y dolor siempre le viene bien al monstruo. Ellos no tuvieron hijos y se alegró de que su casa por fin se llenara de críos. Satisfecho como el corredor de relevos al entregar el testigo. Por el aire flotaban cadenas de ADN transportadas durante milenios. Se entregaban a tiempo. Unas recombinaciones moleculares y la nariz se afila y la sombra se llena de aristas. Me alejo por la calle de los escalones de granito, pero Pedro decide acompañarme un rato. Me recuerda el accidente con la radial. La mano quedó colgando del brazo unida únicamente por la piel. La asimetría de la bestia. Me lo contó un taxista. Pedro estaba en mitad de la calle sangrando y pidiendo auxilio con la mano pegada al pecho. El taxi para y no hace falta preguntar. Debería empezar aquí una trepidante carrera al hospital, pero Pedro no sube y mira su brazo chorreante, es reticente a subir. No quiere manchar la tapicería de sangre. ¡Milana Bonita! La mano, por si a alguien interesa, después de varias intervenciones, sigue en su sitio. Una mano fría dentro de un guante de lana negro. La mala circulación. Una mano negra que cuelga como un apéndice sin vida y se balancea a cada paso como un péndulo. Unas campanas tocan a muerto, pero están tan lejos, aún están tan lejos… Un poco de maquillaje de tanatorio para el monstruo. Sombra de ojos. Hasta luego, Pedro. Por el río ya verdean los fresnos y es imposible resistirse al optimismo propuesto por esta clara mañana de invierno. Espacios sin grafito en la periferia del dibujo. A la pasarela blanca que da acceso a la isla del Guadiana ha llegado también la moda de los candados. (No voy a decir pont des Arts). Un puñado de promesas de amor eterno. Mis preferidos entre todos: “Kiko y Vanessa 20/07/2016”; un candado les pareció poco para tanto amor. Hay dos “Kiko y Vanessa 20/07/2016”, uno al lado del otro. Exaltación del amor, sí, pero en separación de bienes. ¿Qué pasó? Falló la ejecución del concepto, exceso de 2x1 en esas ferreterías de dios; no sé, pero está claro que Kiko y Vanessa dieron en el blanco. Dos candados juntos para toda la eternidad puentil. Copiaron un cisne con una ignorancia brutal y apareció un precioso monstruo. Una cucharada sopera de torpeza para el monstruo. Todos los corredores tienen las zapatillas relucientes. Los reyes magos. El monstruo también es mágico y poderoso. Y los rosales están tan podados en los parterres que parecen pequeños árboles en una avenida por la que podría pasear gente pequeña con automóviles diminutos y vidas insignificantes, pero la cabeza se me llena de Playmóvil y los brillantes colores del plástico me hacen abandonar la idea. Nada de colores. Otra vez en la periferia. Los monstruos más terroríficos son en blanco y negro y siempre están de perfil. Enseñan solo una cara como hace la luna, como hacemos todos. Vale. No hacen falta más detalles de esta cara del monstruo. La otra, la oculta, la oscura, la de los terrores íntimos, la del temblor de labio, la del escalofrío en la espalda, la del cuchillo dando vueltas en el suelo; esa cara del monstruo cada uno tiene el sagrado derecho a personalizarla a golpe de noches de insomnio, de miserias y de cruces.

Texto agregado el 14-01-2018, y leído por 70 visitantes. (1 voto)


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