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Inicio / Cuenteros Locales / DesRentor / Relato ficticio #5, año 2070

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Nos dijeron que si lográbamos salvarnos, seríamos infinitos.

Y ese era el problema, porque queríamos salvarnos de la eternidad. De tener que ser recordados. Porque nunca quisimos ser héroes.

Sólo queríamos ser libres.

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Así fuimos creciendo. Con la condición de no abrir la boca frente a los portones de las calles por las que caminábamos de vuelta al hogar. En silencio, mirando los reflejos de nuestras propias caras en los vidrios de las camionetas llenas de soldados, llenas de un recelo grotesco, de jodernos por el mero hecho de ser cabros chicos, pendejos. Amedrentándonos muchas veces con sus armas apuntadas al rostro y al cuerpo de la juventud de todo un barrio, haciendo que nos tirásemos al suelo a lamer el polvo y llenar la camisa del colegio con mierda de perro y escombros. Jugando con nosotros y con nuestro miedo, ese miedo que te vuelve el corazón negro y te llena el cerebro de esa impotencia que hasta en esos años podía olerse, una combinación entre lacrimógeno y sudor, entre alientos jadeantes y bencina en las manos, entre la luz del sol y las botellas encendidas cayendo sobre los carros lanza agua en conjunto con las pinturas que cubrían sus ventanas; Y ellos ahí riendo como hienas corriendo hacia lo lejos, hediondas de sangre y carroña. Lamiéndose la cara llena de pólvora y los ojos escondiendo la verdad de las ejecuciones de cuerpos que jamás encontraremos, porque aún quedan restos de hace casi cien años esparcidos por la tierra de este país enfermo. No, la verdad nunca quisimos ser héroes. Los adultos nos repetían constantemente esa utopía de salvarnos, de sobrevivir y apañarnos. Y así yo me miraba las manos durante esos días, tratando de encontrar la diferencia entre un ejército y un pueblo armado. Y me repetía en la cabeza que esa era la gran diferencia: el ejército y los pacos.

Esos son los traumas con los que lidio hasta ahora. Después de tanto tiempo llenándome la retina con recuerdos. Acumulando mugre en la cabeza y suciedad en esas mismas manos que miraba cuando joven, ahora agrietadas demostrando el pasar de los años y el trabajo que forjamos. Duele un poco la culpa en el centro, ahí adentro de uno. Esa culpa de tener que pagar con la misma moneda acuñada de violencia. Esa culpa de volverse uno su propio enemigo al momento de ver caer al otro enemigo. Esa que nos deja en el tacho de la basura toda la moral y la ética. Hoy somos libres, me alegra decirlo después de todo. El corazón comenzó a soltar lo negro. Vivimos y defendimos lo que creímos importante y aquí estamos, con la nostalgia a flor de piel y escalofríos que te hacen tiritar como tiritábamos volviendo a nuestras casas esas mil y un veces pensando en que sería un buen día para morir o arrancarle la cara a los militares.

Podría llorar, así como estoy, ahora mismo sin pensar. Pero prefiero ahorrar esas lágrimas para mis amigos caídos mañana al despertar.

Texto agregado el 01-02-2018, y leído por 49 visitantes. (0 votos)


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