El amor era sólo para los valientes, y yo te contaré una historia para que abras tu mente.

El amor casi siempre es asesinado por el orgullo, también aquellos sentimientos acribillados en los suburbios entre perros sarnosos y putas con dentaduras postizas, quedan a cargo de los sacrilegios de un olvido reiterativo y nauseabundo.

El amor era y ha de ser, para las generaciones futuras, la reivindicación de la humanidad, humanos no tan humanos, con ojos y lenguas deformados por la decadencia de su discurso superficial. Clonaciones perversas de la naturaleza, fiel a la autonomía de una época en donde han sido sepultados todos los valores que conformaron las bases de la civilización antigua.

Nos fuimos desvistiendo de disciplinas que sometían al hombre a ligar con la vergüenza de sus cuerpos, a reprimir el peso que cargaban sobre su conciencia, a ser heterosexuales, familias que barrían la basura debajo de la alfombra, y nos volvemos a vestir, con nuevos discursos sobre la homosexualidad, el aborto, la mala educación, las familias disueltas, la deserción en la mente, la desnutrición, las infancias clandestinas, el exceso de la tecnología, el sexo virtual, el amor a corto plazo y pisoteado por la basura que llamamos modernidad, “¡no sos moderno, sos un pelotudo!, desvalorizar al otro no te hace cool.”

Grandes dudas adormecen mi mente, ¿hemos avanzado hacia el utópico "progreso social" o nos hemos estancado como bestias que se automutilan sin conciencia compasiva?; ¿hemos superado la minoria de edad, aquella que expuso Kant en su filosofía moderna, o seguimos siendo unos párvulos degenerados que delinean un sendero que siempre llevará a la autodestrucción?

No estoy a favor del aborto, yo hubiera sido un aborto si mis abuelos hubieran atendido el pedido de mi progrenitora, la maldita no queria parir cuervos y nací yo, ¡tan roja y oprimida!. Hubiera sido un trozo de feto mutilado en un basurero, y sé muy bien que ninguna criatura tiene porqué pagar por las macanas que realizan sus progenitores, y sé que es un infierno venir a parar a un mundo tan podrido como éste, pero la vida siempre tiene la necesidad de manifestarse ante la descomposición masiva. La sociedad está muy enferma, la muerte inducida es una degeneración de la naturaleza, ¿y si te violan?, ya les dije que el mundo está muy podrido, pero ¡edúcate! y hagas lo que hagas, ¡hazlo con amor, cultiva tu interior!. Busca un oficio que te haga dichoso, muéstrale los dientes a la adversidad, sueña y no dejes que la monotonia entierre tu creatividad. Tal vez puedas salvarte y estés a tiempo de no te conviertas en un parásito.

Los parásitos de Dios, vislumbro, entre las telas que aquietan la memoria, el poema de Alfonsina Storni:
Parásitos
Jamás pensé que Dios tuviera alguna forma.
Absoluta su vida; y absoluta su norma.
Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas.
Manos no tuvo nunca: golpea con los mares.
Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas.
Te diré, no te asombres;
Sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres.

“Amar y ser amado”, basta con amar y se vuelve una especie de suerte que te amen, estamos hechos de heridas de amor, somos una mutilación de sentimientos que se van adecuando al mundo pero no se resignan, no se conforman, no negocian la libertad de su ser. Una libertad condicionada por la cárcel del cuerpo, un cuerpo sometido al mandato de las instituciones, un cuerpo relegado a la demanda de reproducir bastardos o interrumpir un embarazo, un cuerpo marginado, discriminado , un cuerpo que al dejar de ser se vuelve objeto, un cuerpo que te hacen odiar, y un día cualquiera, al buscarte en el espejo experimentas la sensación de extranjeridad.

A pesar de haber crecido con la descomposición del amor en mi entorno, creo en él, habita en mí y sé el valor que lo sostiene, si amas a alguien no lo vas a lastimar, si pretendes cultivar confianza no abandonarás; si cuidas tu corazón la mente se engrandecerá, porque no hay verdad más auténtica que la que se piensa con el corazón, aunque éste sea impulsivo es también muy puro.

Amar es la necesidad más urgente que tiene la humanidad, amarse a sí misma, amar la naturaleza, ser tolerantes con la diferencia que nos ofrece el reflejo del otro, respetar la vida sin necesidad de matar, arrancar una flor para oler su perfume y dejar que marchite rápidamente no es un acto consciente, llenar de deseos un corazón y reventarlo contra la pared al día siguiente es un acto dañino y despreciable, mutilar un animal para alimentar nuestro deseo es innecesario. Porque amar es una cualidad del espíritu, desear es una emoción de la carne.

Estamos enfermos por amar, por sentir la caricia que dibuja un sentimiento debajo de la piel, por no sentirnos tan solos y vacíos al respirar; estamos muertos de miedo y fingimos austeridad, somos energía del universo y aún nos valemos del desecho y su materialidad.

¡Enfermos por vivir estamos!, acostumbrados a perder y a resistir, siempre agitados, gritando contra los barrotes que forjan la ambivalencia de la vida aprendemos a andar, a caminar, a buscar estrellas en la oscuridad de la noche, aprendemos a confiar aunque la desesperanza castigue sin piedad, mendigamos afectos y ciertas miserias se aceptan con naturalidad.


¡Estamos enfermos, enfermos de realidad!.