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La sospecha

Antes de Salir de su casa, Emilio le dio una última mirada a la puerta, tanteándola de nuevo para comprobar que estuviera bien cerrada. Después miró hacia el techo donde los tres oficiales que se habían presentado esa mañana seguían con el trabajo que les había encomendado su patrón, un tal Ledesma, que él tampoco conocía, pero que le habían recomendado sus amigos.

—“Es buena persona, no te preocupes”; —“muy cumplidor” —le habían dicho los amigos entre otras cosas buenas que suelen decirse cuando a uno le recomiendan a alguien que deberá quedarse trabajando en su propia casa, y cuando dos por tres uno tiene que ausentarse.

Terminar esa casa era el anhelo de su vida y el de Micaela, y ahora que venía en camino su primer hijo, con más razón. La casa les estaba quedando chica y la habitación que estaban preparando para recibir al bebé se había llenado de objetos, sobre todo de libros y papeles propios de la profesión de ambos, que no podrían sacarse de encima aunque quisieran y que pedían un lugar en forma urgente.
Después de mucho conversarlo habían decidido, de mutuo acuerdo, agregar un ambiente más en la parte superior, diseñada previamente con esa intención.

El tal Ledesma parecía buen tipo, pero el aspecto de los tres ayudantes, a su juicio, dejaba mucho que desear.
—Tatuados, con arito, el pelo rapado a los costados y con un jopo almidonado en la parte más alta de la cabeza, ropa cancherita… ¡Qué se yo! —pensaba Emilio, que estaba preocupado porque Ledesma se había ausentado para comprar unos repuestos, y él justo ese día tenía turno con el dentista, y no podía suspenderlo a último momento. Además lo habían programado para ese día porque él tenía franco en Tribunales, cosa que quizás no se repetiría en mucho tiempo.

—Pueda ser que me equivoque —se dijo para sí— pero a éstos tres no les tengo la más mínima confianza. ¡Y este Ledesma que no vuelve!

Lo pensó un poco y conectó la alarma antes de irse, para impedir que alguno quisiera meterse en su casa.
Cuando ya se iba se arrepintió. ¿Y si por alguno de esos golpes que estaban dando para colocar las vigas se activaba la alarma? ¡Menudo bochinche podría armarse mientras él estuviera ausente!
Decidió volver y desconectar la alarma. Si Ledesma hubiese vuelto ni siquiera se le hubiera ocurrido cerrar con llave. Tal vez podrían necesitar entrar por cualquier motivo…. Pero no. ¿Para qué querrían entrar? Entonces, convencido, cerró y se fue.

Esta vez le tocó ir en bicicleta. Mica se había llevado el auto para ir al hospital, donde tenía guardia hasta la mañana siguiente y, aunque quedaba relativamente cerca, ya no estaba para caminar tanto. Se apuró para llegar a tiempo, y por suerte lo atendieron rápido. Todavía tuvo tiempo de pasar por Tribunales a buscar unos documentos que debía estudiar esa noche.

Cuando volvía cargado con los libros sonó el celular. Era Ledesma.
Tuvo como una intuición y se le heló la sangre. —¡Los muy crápulas…!

—Hola, Emilio! —La voz de Ledesma sonaba algo descontrolada. —Tengo que decirte que hubo un pequeño incidente en la casa y los chicos tuvieron que llamar a los bomberos. —No, no… No es nada grave así que quedate tranquilo... Resulta que se deben haber recalentado los cables de la instalación cuando se estaba trabajando con la soldadora eléctrica para unir la estructura metálica… ¡Seguramente hubo un corto circuito y empezó a arder el material combustible que los reviste…! -No, no te preocupes… ¡Los bomberos ya vienen…!

Y cortó. Los libros que Emilio llevaba bajo el brazo rodaron por el suelo, y el temblor era tal que no le permitía actuar con normalidad. Con gran esfuerzo se sobrepuso, recogió apresuradamente los libros y siguió pedaleando en desesperada carrera para llegar a su casa cuanto antes.

Miles de pensamientos negros se agolparon en su mente. Imaginó las llamas devorando el esfuerzo de tantos años, el nido que compartía con Mica, el hogar al que estaba tratando de agregar confort para recibir a su hijito ¡Todo hecho humo y cenizas!

Trató de tomar un taxi para volver más rápido, pero todos los que pasaban estaban ocupados, y si llamaba uno perdería minutos preciosos esperándolo.
Todavía tuvo que bajarse de la bicicleta porque, en su torpeza y nerviosismo, se le había salido la cadena. En realidad ya hacía un tiempo que pedía un ajuste, ¡y justamente ahora se lo venía a reclamar!

Cuando llegó a su casa encontró a los tres chicos dentro de la casa, y pudo enterarse de lo sucedido.

Mientras trabajaban con la soldadora eléctrica habían detectado un fuerte olor a cable quemado. Entonces retiraron el material de cobertura exterior para ver qué pasaba y los recibió una bocanada de fuego que se propagó al interior de la vivienda. Rápidamente ahogaron el fuego con su propia ropa, y con lo que encontraron para la ocasión, pero calculaban que por dentro de la vivienda el incendio continuaría.
Todas las puertas estaban cerradas ¿Qué hacer? No había tiempo para pensarlo mucho, así que decidieron violar la única ventana que no tenía rejas y que daba a la cocina. Para eso saltaron del techo al patiecito interior y pudieron, con relativa facilidad, colarse hacia el interior de la casa.

Tal como habían sospechado, el fuego ya estaba haciendo estragos en la parte interior del techo de la vivienda, compuesto por planchas de un material altamente inflamable, y amenazaba con extenderse rápidamente.
Sin perder tiempo, corrieron los muebles más cercanos y con baldazos de agua y otros recipientes que encontraron a mano, pudieron apagar las llamas; después abrieron puertas y ventanas para que saliera el humo, que a esta altura de los acontecimientos se había vuelto denso e irrespirable.

Cuando llegaron los bomberos la tarea estaba resuelta. Ledesma apareció pocos minutos después, alertado de antemano con una rápida llamada telefónica.
Emilio se tranquilizó un poco cuando vio que los daños fueron relativamente menores.

Mica no debía enterarse de nada. Esta situación no era buena para su avanzado embarazo, por lo que esa noche los tres le ayudaron a cambiar los cables quemados y a tapar con planchas nuevas el techo dañado. Luego se dedicaron a limpiar todo resto de material, agua, humo y suciedad.

Terminaron a la madrugada cuando la casa estuvo completamente ordenada y desodorizada, por lo que, cuando ella llegó, casi no había señales del suceso, salvo un recuadro algo rústico y diferente en el techo.

—Hubo que hacerlo —le había explicado Emilio, tratando de minimizar el parche que afeaba un poco el cielo raso de la casa. —El olor es normal y se produce casi siempre cuando realizan este tipo de trabajos con soldadora eléctrica…
—¡Podrían haberlo hecho más prolijo! —siguió protestando ella.

El caso es que estos tres chicos, tatuados, con arito, de aspecto "cancherito", con el pelo rapado a los costados y jopo almidonado en la parte superior de la cabeza eran flor de pibes, y se expusieron al peligro del fuego haciendo lo que debían, con inteligencia y profesionalidad, sin descontar el sentido de una gran responsabilidad y ese don que tienen algunos para actuar en el momento oportuno.

Emilio no se cansó de agradecerles a los tres SuperPibes haberle salvado la casa, y ese fin de semana festejaron todos con un asado hecho en el hornito que había instalado en el patio, y que pensaba estrenar el día del nacimiento de su primer hijo.

Texto agregado el 12-03-2018, y leído por 156 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
14-03-2018 Yeah... Eso prueba que no hay que juzgar por las apariencias. Los peores rateros de mi país visten de saco y corbata. Cinco aullidos en bicicleta yar-
13-03-2018 Es feo prejuzgar, pero es un mecanismo que de una u otra manera nos alerta del peligro. Me gustó tu historia. Un abrazo, sheisan
13-03-2018 Así es, Clorinda hermosa, los preconceptos paralizan al mundo. Es menester arrasarlos a toda costa cuando ellos nos impiden avanzar. Excelente mensaje en una narrativa que de tan limpia, acaricia. Un abrazo enorme y full a ese talento profundo que tienes. Te quiero. SOFIAMA
13-03-2018 Buen relato y final feliz después de las sospechas que fue despertando. 5* Borarje
13-03-2018 Coincido con los comentarios. Muy bien narrado ***** grilo
13-03-2018 Si alguien de confianza nos recomienda a alguien, apuesta por esa persona. La desconfianza nos vuelve paranoicos y destruye las relaciones de todo tipo. Gran relato y con moraleja. Un beso, Carlos. carlitoscap
12-03-2018 Bien dice aquel dicho que muchas veces usamos y no nos damos cuenta de que realmente es muy razonable: "Las apariencias engañan", lo cual es muy cierto. Buen relato y muy buen asado para los tres pibes que supieron demostrar que estaban hechos de buen material.. vicenterreramarquez
 
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