Juan y Ioana
Por fin, la postergada mudanza de la oficina empezó, en tanto fueron notificados de no llevar maletines ni bolsos. Poco a poco fueron abandonando el piso en aquel enorme y frio edificio. El traslado tardó más de lo esperado pero en el mes de marzo todos se instalaron cómo pudieron en un solo ambiente sin teléfono ni ventanas.
En las noches al volver a casa se había percatado que le seguían mas no le dio importancia.
En una tarde de ese mes, en su móvil recibió la llamada habitual de Ioana. La lluvia había inundado la ciudad por más de seis horas. Había protestas multitudinarias y marchas para apoyar la vacancia presidencial. Las calles estaban llenas de manifestantes sobre las pistas y veredas encharcadas de agua; los gases lacrimógenos, policías antidisturbios y unidades del ejército copaban gran parte de las principales avenidas. Solo los partidarios del régimen creían conservar el poder.
Contestó de inmediato al ver a su esposa en la pantalla pero su voz no era la misma.
— ¿Cuál es su nombre completo y en qué año nació?—preguntaba la voz.
El respondió y en segundos cayó sobre la pista mojada.
Cuando despertó en medio de la pista, el ruido de los motores y bocinas hacía excepcional la vista de la calle. Las palomas llenaban las veredas durante las mañanas. Por supuesto, nunca faltaban transeúntes que miraban su casa.
Sin embargo al llegar a casa, se sentó en su lugar favorito, junto a sus androides. Puso en el suelo las cosas que traía consigo. Casi siempre bastaba con acomodar sus pies y su cabello para relajarse.
Era poco atractivo: llevaba el cabello largo en rastas, además de una descuidada barba. Vestía una gabardina verde olivo hasta los pies y mocasines deportivos, una talla más grande de lo habitual. En varios momentos andaba reflexivo, con su dedo inquisidor y una mirada benevolente.
Después se enfrascaba en la monotonía para desarrollar ecuaciones matemáticas y físicas para viajar en el tiempo. Buscaba un algoritmo que permitiera programar modelos matemáticos para esquivar las paradojas que restringen los viajes en el tiempo. Modelos basados en la teoría de Einstein, de la relatividad general y la curvatura del espacio-tiempo. Donde bucles ni paradojas en el tiempo convergieran sin desmembrar esa teoría. Sin embargo sus cálculos no surtían efecto entonces se enfrascaba en simbolizar inimaginables y rebuscados cálculos en cada papel o superficie que llegara a sus manos. Sin darse cuenta pasaba días enteros en la zona de más cálculos y ecuaciones.
No recibía visitas, su casa era cada vez más ligera: un amplio patio, un par de muebles, libros viejos, centenares de papeles y mucha luz durante el día. Las noches eran silenciosas y más oscuras cuando rebuscaba sus fotografías y DNI en su inseparable morral negro. Su cabello y barba continuaban creciendo, no le urgía lavarlos como antaño. Día tras día la gabardina verde se iba descoloriendo. Los mocasines antes bien lustrados ahora lucían empolvados y agujereados. Comía lo que encontraba en tachos de basura. Hacía extensas caminatas por las veredas, playas de la cuidad a lo largo del día. La gente se hacía a un lado al verlo pasar.
Al llegar a casa disfrutaba de la compañía de sus androides, él preguntaba aquellos respondían. Durante el invierno se cubría con lo que hubiera al paso para calentarse, cartones, plásticos, frazadas, etc.
Aquella mañana de mayo al pasar por el ovalo Balta, vio a Ernesto Rakishton, el conductor del programa de radio “Informalismo”, sin pensarlo gritó: “Rakishton” con una enorme sonrisa, el conductor vio en aquel una humanidad casi olvidada pero se acercó con un fuerte abrazo.
Mientras Rakishton se alejaba, el peso del metal en su sien parecía disiparse, como si su propia existencia comenzara a desvanecerse con la distancia. Aun así, levantar la mirada seguía siendo un esfuerzo inútil. Era solo cuestión de tiempo antes de que otro de su serie ocupase su lugar, cuando llegara la siguiente llamada.
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