Dos gotas, dos gotitas en la ventana que corren juntas y se encuentran, entre cientos de gotas perdidas en medio del temporal. Un payaso colorinche cuenta unos chistes y bromea con la gente, pero no con Tomás, él mira por la ventana esas gotas.

- ¡Ey! ¡Niño! ¡Tú, el de los anteojos de Harry Potter!

Se dio cuenta de que el payaso lo había escogido para el chiste de turno, pero volvió a voltear a la ventana.

Los pueblos pasaban, pueblos pequeños perdidos en el mapa. De pronto su destino: Melipeuco. Baja del bus, ignorando al hombre pintarrajeado que le volvió a gritar algo que no alcanzó a oír.

Su hermana lo esperaba en casa, ansiosa de recibirlo. Le extiende sus brazos y se cuelga en su cuello.

- ¡Tardaste muchísimo!

Saluda a su padre en el sillón, con un gesto de mano. El hombre, pegado a la tele, apenas levanta la vista y murmura una respuesta.

La hermana pequeña le cuenta su día, a lo que ha jugado mientras lo esperaba, y Tomás la escucha y sonríe. De verla tan contenta él también se siente feliz.

- ¡Juguemos juntos, anda, dale!, ¡Vamos a la plaza!

- Rebeca, estoy cansado, anda tú y yo te miro.

- Pero Tomás, ¡Somos niños! ¡los niños juegan juntos!

- Yo no soy un niño... - y murmura- soy un adulto con manos pequeñas.

Rebeca se encoje de hombros y sale a jugar sola. Tomás la mira alejarse desde la ventana. Recuerda de pronto su bolsillo y el calcetín rojo que era de su madre y que había estado buscando durante más de una hora. Ahí estaba esa parte de su madre, aún con él, cubriendo ese pedacito de muslo bajo la tela, ese pedacito de corazón de niño que precisa de amor.