Me pidió que le abriera mi corazón, y no me animé.
Por muchas razones.
No confiaba en ella, ni en sus intenciones, ni en su sinceridad, y ni siquiera en su cordura.
Pero tampoco confiaba en mí. Mis intenciones habían ido cambiando día a día, a medida que la iba conociendo más. Mi sinceridad se volvía más osada a veces, y retrocedía asustada otras veces. Y mi cordura estaba llegando a un punto límite.
Cuando la vi, me impactó su exterior, y mis intenciones fueron las mas básicas y banales. Mientras tanto, mi sinceridad fluctuaba permanantemente, buscando solamente avanzar hacia la meta.
Supuse que ella fue seducida por mis letras, reflejo de mi mente, y que eso la divertía y la atrapaba. Pero sus intenciones eran más dificiles de entender. Parecía disfrutar de mí, hasta sentir algo a veces, pero también se aburría y enojaba. Todo parecía un juego macabro, donde su gran objetivo fuese mi corazón como trofeo, y no mi mente.
Enfurecí. Me sentí humillado, engañado, abusado. Y me propuse vencerla en su juego.
Apelé a todas mis armas, hasta las más sucias, y forcé la situación a un punto tal que sólo quedaban dos opciones posibles: o se ofendía y me abandonaba para siempre, o se abría y me mostraba su corazón.
Sin embargo, habían más opciones, esas no planificadas, esas naturales, que toma la gente auténtica. Tuvo paciencia, acusó el golpe de mis groserías, y aun así mantuvo la compostura, no sin dejar de demostrarme cada tanto, que le había dolido mi actitud.
Me sentí mal. Todo indicaba que había cometido un error, y la había herido sin que se lo mereciera.
Y hoy confío más en ella que en mí mismo. Aun sin saber sus intenciones, o si las tiene siquiera. No creo que esté para nada cuerda, pero dentro de su locura a veces deja ver encantadores rayitos de coherencia. Y decidí dejar de pensar y disfrutarla. Ya sin apuntar a nada, ya sin competir por nada, ya sin buscar certezas de nada. Simplemente disfrutarla. Cómo es, cómo brilla, cómo rie y cómo llora. Y si hoy me pidiera nuevamente que le abriera mi corazón, temblaría como un niño.
Y probablemente, asustado y evasivo, le diría, con una fingida sonrisa autosuficiente: "Flaca, vos y yo no tenemos corazón". Esperando ver en su sonrisa alguna respuesta más...