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“La ansiedad no es buena consejera”, pensó por cuarta o quinta vez en el día. “¡Carajo!, como si se la pudiera evitar así nomás”, se disculpaba, pateando alguna lata vacía tirada en la vereda. Demoraba el paso. No estaba seguro de querer llegar. “Mierda, siempre con la misma franela... en definitiva no sé ni por qué ni para qué voy”.

Llegó al bar y empujó la puerta. La costumbre lo orientó por entre las mesas. Ella no había llegado. Miró el reloj. Se sentó y pidió un café. Observaba fijamente hacia el ventanal que daba a la calle, que traía luz y movimiento de cuerpos de variados colores. No sabía si la estaba buscando, si la deseaba encontrar, ni qué cuernos sentía con respecto a eso. Se dejó estar.

-Hola...- lo sorprendió el tono jovial de la voz. Respondió con voz ronca, velada, y se maldijo por no haber cambiado el humor a tiempo. El mozo acudió en su ayuda, y pudo contemplarla mientras ella hacía el pedido. Sonreía con labios temblorosos. Juntaba las manos sobre la mesa. Con golpes de la cabeza despejaba el pelo de los ojos.

-¿Todo bien?- dijo cuando ella se volvía.

-Todo bien. ¿y vos...?- Cuando demoró la respuesta supo que la carga no sería fácil de llevar.

-¿Yo....? Bien, muy bien-. El énfasis en las últimas palabras hizo que ella arrugara el ceño.

-Mmmm, no te veo “muy bien"...

-Deberías ponerte los anteojos, aquí estoy- y saludó con una mano. Ella no le sonrió a la estúpida ironía.

-¿Otra vez con lo mismo?- De las comisuras de los labios partían dos líneas hacia abajo, como el cansancio de una ropa arrugada.

-¿Otra vez con qué...? ¿Nada, no ves que no he dicho nada?

-No parecés muy contento de verme.

-Últimamente no parezco nada. Creo que soy una cosa, y luego resulto otra, así que, no sé a cuál de las tantas estás viendo ahora...

-Veo a alguien con cara de aburrido, no sé si de sí mismo, de mí, de nuestra situación....o de todo.

-Basta con eso, por favor, no sigas por allí- . El mal humor avanzaba incontenible.

-Está bien, tomemos el café y nos vamos...

-¿Nos vamos? ¿A dónde...? Tengo que volver al trabajo.

-¡Cierto!, me olvidé que sos un hombre muy ocupado...- Los ojos de ella echaron chispas...

-Te dije que hoy estaría ocupado...

-Tenés razón, disculpame. Creí que era ayer. ¡Disculpame!- Las últimas sílabas quedaron reverberando sobre la mesa. Terminó el café y encendió un cigarrillo. Él se echó para atrás. La miraba con cierta desgana. Un curioso placer, mezcla de estar afuera y adentro al mismo tiempo. En un estado casi crepuscular, comenzó a ver en ella cosas que desconocía. A veces era como el cajón de la cómoda de la abuela, siempre con alguna sorpresa. En el rostro de ella se dibujaban líneas que lo sorprendían, nuevos gestos, diferentes luces y sombras, que le provocaron un violento deseo de acercarse. Estiró una mano y tocó sus dedos.

- Cielo...tratá de no enojarte tan seguido conmigo...

- No estoy para nada enojada-, y al volverse y mirarlo, él retiró la mano. Ella siguió:

- Teníamos planes, hemos hablado de empezar algo en serio, pero siempre aparecen esas barreras que...

- No son barreras, son simplemente estados de ánimo poco propicios para...

- ...para “un carajo”. ¡Mirá, toda esa mierda de que no es tiempo, de que no está el ánimo para...lo único que demuestra es indiferencia o aburrimiento...

- Puede ser...puede ser que no esté preparado para intentar algo en serio. Lo reconozco-. La sinceridad de la frase sonó auténtica.

- ¿Y se puede saber para cuándo vas a sentirte “preparado”?- “Mierda”, pensó él. “Si la mando ahora al carajo, la pierdo y me la tengo que bancar. Si lo dejo pasar, sigo juntando bronca y mal humor”. Buscó una salida.

- No lo sé...Vos me conocés bastante, y no es ninguna sorpresa lo que te digo...

- Pero la paciencia tiene un límite... “Van dos”, pensó él. “A la tercera o te doy un beso de lengua aquí frente a todos, o me levanto y no me ves más en tu puta vida”.

- Nunca te pedí que me tuvieras “paciencia”. No soy ni tan raro ni tan insoportable como para...

- No me refería a eso, cielito.. y vos lo sabés bien- .El “cielito” sonó cargado de tormenta. “¿Qué hice para que ella en este momento tenga que apelar a la paciencia para estar conmigo? ¿Qué promesas que no recuerdo he roto? ¿Qué agachada me achaca ahora?”

- ¿Y entonces...a qué te estas refiriendo?

- A tus estar y no estar. A tu falta de compromiso...A tus voy y luego no voy, a tus dudas que brotan de tu mirada a cada rato, que se huelen en tu piel, por más desodorante que te pongas...

- Soy así, me conociste así, y creí que me aceptabas sin demasiados cuestionamientos.

- Pero ¡carajo! Yo también soy como soy...pero hay algo más en el medio de los dos...¿o es que no lo ves?

-Esta mesa, por ejemplo- bromeó mal él. “Si no se levanta y se va, quizá yo recupere el humor, o lo recuperemos ambos. Qué se yo...”

- Esta mesa. Sí, ¡esta mesa! Tu estúpida ironía viene de maravillas. Esta mesa y nosotros dos somos, de vez en cuando, muy de vez en cuando, una sola cosa. ¿Me seguís? “ A veces se pone encantadora cuando se irrita”, pensó él, y sonrió con una mueca desabrida que percibió lapidaria. Para borrarla:

- Ajá, te sigo-. Relajó la cabeza sobre una mano, el codo en la mesa. Intentó una mirada por lo menos neutral.

- Y a esa “cosa”, pues, hay que ponerle “cosas”, si no, la mesa no sirve para nada...

- Claro.

- Y hasta ahora, la que pone y sirve la mesa siempre “ce moi”-, y se señaló el pecho con un pulgar.

- Entiendo...

- Y me estoy hartando un poco de poner y poner...¿Sabés?- Se inclinó sobre la mesa hacia él, toda fruncida y las manos apretadas entre sí.

- Te comprendo...

- ¿Y pensás seguir así, sin cambiar nada? “¿Por qué será que se creen dueñas de la verdad, cuando esa verdad tiene un olor “trucho” que voltea?”, pensó él. Era la tercera, y contestó:

- Hoy puse dos cafés en la mesa...

- Pues...te los podés llevar puestos- explotó ella, y tomando el mantel por dos extremos, le arrojó pocillos y vasos sobre el pantalón. Se levantó y salió con pasos apresurados.

Aunque era más agua que café, la humedad de la entrepierna le obligaría irse a su casa sin volver al trabajo. “Mejor solo que mal acompañado”, se consoló con viso de cobardía, y sintió que la náusea avanzaba. “El camino del infierno está sembrado de buenas intenciones”, apareció de golpe, y vomitó sobre el tronco de un árbol de la vereda.

“No hay un camino que lleve al infierno, en realidad todos los caminos conducen a él...”, y trató de sonreír mientras saboreaba el gusto agrio en una de las comisuras de la boca. Escupió a un costado, mientras sentía que le subía un violento deseo de besarla. “¡Dios!, si seré boludo...” Pero sólo le quedaba un sabor: “Mierda, mierda, mierda...”

Cuando levantó la vista, se encontró con ella, en el centro de la vereda, las manos en la cintura, la boca fruncida, y una mirada que él hoy no había atrapado. Se quedó de una pieza, la boca abierta, el cuerpo que se le caía por los cuatro costados, como un helado de crema a pleno sol.

-Estás hecho una lástima- observó ella, y se le acercó y lo abrazó. Le olió la cara e hizo un gesto, simulando asco-. Estas hecho una porquería, cielito...

-Así parece- murmuró él, buscando los labios que había perdido. “Nada, nada, no pensar en nada, sólo esto, pedazo de pelotudo...”

-Vamos a algún lugar, amor. Necesitas lavarte. Y poner a secar esos pantalones...Acá cerca podemos encontrar algo...

-Y poner la mesa como dios manda...-sugirió él, que había comenzado a recomponerse, como imágenes que regresan al oprimir Rew en una cinta de vídeo.

Texto agregado el 23-09-2004, y leído por 266 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-09-2004 Nos atrapamos en relaciones que duelen, que nos dominan a tal punto que a veces no podemos distinguir las fronteras que separan el amor verdadero de las dependencias emocionales. Buen relato. Una lluvia de estrellas para ti. Dainini
25-09-2004 sus "dialogos" siguen siendo impecables doc. Bien hecho. Muy bien hecho. Gracias por compartirlo hache
24-09-2004 No sé por qué he leído este diálogo, como una secuencia cinematográfica ¿podría ser el principio de un buen guión? podría... sin dudar. La mesa del amor está servida, pero cada uno de los comensales se desazona por conocer el gusto de su invitado. Ya me dirás... maravillas
23-09-2004 Un cuento de un amor gastado, sombreado de rutinas y palabras repetidas, invento de situaciones por no querer perder, cuando se puede ganar. Estados de ánimo que martirizan y enferman, un amor que ya no es amor, una relación forzada a sobrevivir. Es una historia como la vida misma, muchas veces no se es feliz por cobardía al gran paso que acaba con el " ya van dos ", porque no son dos, son muchas oportunidades de rabia contenida, de palabras que no se dicen de ocultar la luz y buscar un nuevo horizonte. Cuando el desamor se hace presente llega la fatiga, el desencanto, la obligación, por cumplir, las etapas de una relación son muchas, la que cuentas es una de ellas. Tus escritos siempre me han parecido excelentes, me gustan mucho, no opino porque no me siento capacitada, no soy una escritora, pero ésta historia, me llegó al alma. Gracias. mis cinco estrellas y mi reconocimiento. Ignacia
 
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