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Aquella mañana, Marcia se levantó bien temprano, pero al cruzar el espacio entre la casa y la cocina, alcanzó a ver el polvo del café puesto ya en baño de María. Y el colador estaba pendiente sobre su base. Sin dudas, álguien se le había adelantado. Entonces viró en la dirección que colgaba el racimo de plátanos que cortaron el día anterior y con el machetico, le separó cuatro manos. Con ellas en los hombros llegó al frente de las hornallas, notando que también el agua de la paila había comenzado a hervir.

Lo que pensó élla en ése momento no se sabría si se trataba de alegrarla o de entristecerla, porque era el veintavo día de haber desahuciado a Casiano. Quién, de hecho, inmediatamente optó for dormir en el soberado del cuarto de la cocina. Y que día trás otro la importunaba con la misma pregunta. Sin embargo el, él haberse levantado con tempranas ganas de comer, filtraba en su corazón de esposa, cierto aliento. Pero a la vez, un desconcertante aroma a persecución disimulada.

Cuando en mis años de escuela primaria yo vacacionaba en la casa de los padres de Marcia, élla era una adolescente con un extraño manejo del castellano. Pero con un acelerado domínio del arte culinario. Con tal vez, una forma de pelar los plátanos verdes única. Usaba un afilado cuchillo para separar tres diferentes capas de la cáscara, entonces las halaba. Después, ya desnudo el plátano, ponía el filo perpendicular y daba un raspado a la carne, para terminar con dos cortes: uno horizontal y el otro transverso. Y pasado un tiempito de ebullición: les añadía un sorprendente chorro de agua fría para 'asustarlos'.

Lo del castellano me costaba, lo que en pocos días por ósmosis lograba. Era una completa eliminación de las terminaciones verbales y un cambio de acentuación: lo agudo convertirlo en grave. Me preguntaba: Pedro, ¿cuánté la dilatría? ó tú ¿quié déto? si, cambiaba de opinión al haber dicho que no, a su oferta, debería decirle: mánque tréilo. Para negarse a acompañar a la madre a ir a labar al río, le decía: máma, yo no vuá dí o no quió dí. No sé, pero me sonaba a Martín Fierro.

No obstante, aquella mañana, Marcia completó el trabajo iniciado por su marido. Y Casiano desayunó opíparamente huevos encebollados, plátanos verdes hervidos, café con leche con, además, unas cuantas tajadas de aguacates mantequillosos. Porque la pregunta hacía muchas horas y sin mala intención que su mujer se la había contestado: Casiano, ¿y sí vá y no te muére ná?




Texto agregado el 25-04-2018, y leído por 127 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
17-05-2018 Me gustan mucho esas personas con acento para hablar. Entre ellas y por muchas cosas Marcia es sin duda singular. vaya_vaya_las_palabras
16-05-2018 Todo un discurso dedicado al "idiolecto". Genial Peco querido, es una manera muy didáctica de mostrar parte de la lingüística general. Fascinante, además, la historia. Realmente genuina. Te felicito. Un abrazo graaaaaaande. SOFIAMA
16-05-2018 TUS TEXTOS SON TAN BUENOS QUE MERECEN UNA RELECTURA. Y ME EXTRAÑA QUE MUCHAS PERSONAS NO SEAN ASIDUAS VISITANTES DE TU PORTAL. NO SABEN LO QUE SE PIERDEN. -ZEPOL
08-05-2018 Jajajaja.,Una historia diferente. Muchas personas hablan con su propio idioma que quizás inventan y les suens divertido. Me gustò tu historia***** Un beso Victoria 6236013
04-05-2018 ay.. me sacaste una sonrisa.. un final tan diáfano y encantador. Un abrazo, sheisan
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