Cuando abrió la puerta de su casa se dio cuenta de la presencia de alguien más. Tuvo ese presentimiento cuando llegó a la sala y vio un vaso con pisco a medio tomar. Caminó despacio, procurando no hacer ruido, esperando sorprender al intruso que se había atrevido a penetrar en su casa. Miró en su dormitorio y nada. Llegó al baño, descorrió las cortinas y la tina estaba vacía. Seguramente estaría escondido en lugares inapropiados o donde no pudiera imaginarse. Así que buscó en el ropero, teniendo cuidado de no ser sorprendido. Tenía entre sus manos un palo que dejaba en la puerta de la cocina. Pero no había nadie. Sin embargo, seguía teniendo el presentimiento de no estar solo. Revisó las ventanas por si se hubiera escapado en un momento de descuido de su parte. Pero estaban cerradas y no tenían signos de haber sido violentadas. Cuando se cansó de buscar su imaginación voló más allá y pensó de repente podría haberse introducido en el espejo. Así que se acomodó frente a él y solo vio un cuerpo triste, ajado, de figura encorvada, ligeramente calvo y con los ojos cansados. Se movió de un lado a otro pensando que su visión le estaba fallado, pero no logró nada. Se sentó y se sirvió el vaso con pisco y entonces recién se dio cuenta. La otra persona estaba dentro de él. Había sido invadido hacía mucho tiempo y recién se daba cuenta. No estoy solo, dijo y volvió a servirse otro trago.