Si me preguntas
por qué no te pregunto.

Si me cuestionas
por qué no te cuestiono.

Si me argumentas
por qué no te contraargumento.

Profundizas en mis silencios,
me haces presentes mis ausencias
y sientes mi distancia tan próxima:

No niego las evidencias,
pero no otorga quien calla,
suspende el tiempo
y espera pasar la tormenta.

No niego las evidencias,
ensimismado y absorto,
en obligada introspección adoptada,
en celebrado quietismo imperdonable.

No niego las evidencias,
silente y cobarde,
en una cómoda apatía resolutiva
que entorpece el diálogo.

Pero debo alegar en mi defensa,
un hastío añejo
que anestesia la razón
y sustrae la fe de la voz.

Pero debo alegar en mi defensa,
que nada cambia
cuando no cambia nada,
que oir no es lo mismo que escuchar.

Pero debo alegar en mi defensa
que he entrado en recesión
animado por una idea peregrina:
que mi silencio nos devuelva la razón.