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Llovía a cántaros, lo que era grave porque aún en esa zona la lluvia ácida no se erradicaba del todo. Abril solo podía pensar en la seguridad de “sus” niños, que debían atravesar la tempestad para llegar a clase y, si bien estaban protegidos contra la lluvia por los carros dron y transportados supuestamente a salvo hasta el colegio, ya se habían presentado previamente fallas que le generaban recuerdos desagradables de su propio tratamiento contra las quemaduras. “Ya es el 2070 y no se presentan errores hace más de quince años”, se decía a sí misma para calmar su angustia, pero, aunque era una mujer muy racional, no podía dejar de preocuparse cada vez que llovía. Y es que por avanzado que fuera el desarrollo tecnológico, no confiaba completamente en las máquinas y su inteligencia artificial, ni siquiera del todo en su propio padre, que transfiriera tres meses atrás su conciencia a un Cyborg. Este recuperó su rostro rejuvenecido, pero el enigma filosófico de la autenticidad de su alma generaba un permanente recelo en ella, el cual contaminaba solo un poco la alegría de poder contar con él eternamente.

Finalmente todos llegaron a salvo y, aunque en todo el colegio no habían más de quinientos alumnos (el control natal estatal era muy efectivo desde 2058), Abril y su padre se esforzaban al máximo por educar muy bien a las que serían las últimas generaciones humanas de Bogotá.

José por su parte podía considerarse una “¿persona?” feliz. Desde la transferencia de su conciencia a un nuevo cuerpo, ya no experimentaba los dolores articulares que otrora le atormentaban ni los temblores en casi todo su cuerpo que le incomodaban desde niño; por su parte, Abril recordaba presencialmente la vitalidad de su viejito, que había nacido hacía ya ochenta años y antes de la transferencia no era el ser más funcional ni alegre.

Al comienzo fue muy raro pero poco a poco se acostumbró al amor de su padre eterno y era en gran medida feliz por su renovada fuerza de “vida”. Se sentía de hecho muy afortunada por poder vivir esta experiencia que llegó muy oportunamente, pues José había sido diagnosticado con cáncer de estómago hacia sus cincuenta y cinco y, a pesar del evidente avance científico en cuanto a medicina, a los setenta y siete ya se podía ver como su vida se apagaba, lo que la asustaba demasiado, más aún cuando recordaba que sus abuelos y madre habían muerto de cáncer todos. Por suerte no era la única preocupada por la inminente muerte de su padre, ya que éste había trabajado toda su vida en pro del desarrollo de la sociedad colombiana desde la educación y la gestión de la colaboración comunitaria, lo que le permitió ser seleccionado como uno de los primeros en inmortalizar su conciencia con el programa piloto de Eternalive, gracias a la decisión unánime de la junta ética del proyecto, un gran privilegio muy oportuno por cierto, ya que este sistema solo sería comercializado cinco años después. Esto preocupaba a Abril en secreto, ya que podría no correr con la misma suerte de su padre, algo que recordaba cada vez que tosía sangre, casualmente hace casi tres años.

Texto agregado el 22-05-2018, y leído por 66 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-05-2018 En forma muy inteligente y acertada siembras en el lector la incertidumbre de conocer si la protagonista logrará su propósito. La fantasía imbuida en el relato es de admirar. La madurez de tu redacción me hace pensar en un escritor de mayor edad, lo cual también es digno de elogio. -ZEPOL
 
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