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Inicio / Cuenteros Locales / Malabarista / En la oscuridad de un porro

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Me encuentro a oscuras y no puedo ver nada más que la pantalla de la televisión, estoy tomando alguna infusión o tal vez es barro. La tele vuelca sus colores en mi cerebro; el cual los recibe como un bate a una pelota de béisbol, los golpea y los manda lejos, hacia mi adormecido subconsciente. Aquí bailan, beben, fuman y explotan en ideas descabelladas y un tanto maníacas, las cuales contengo para no saltar del sofá donde estoy recostado. Una brisa leve entra por la única ventana de esta habitación, no es tan fuerte como para darme frío, más bien me acaricia el rostro y los pies descalzos. Bebo otro sorbo. Me encorvo y recojo el control remoto. Yo sé que está detrás de mí, por eso volteo repentinamente, solo para encontrarme con una pared azul de la cual cuelga una réplica de un cuadro de Dalí.

- No hay nadie aquí, estoy completamente solo. Me digo a mi mismo como para calmar los nervios.

Cambio de canal y subo el volumen. Me siento observado. Mi perro me mira extrañado, me acerco y lo acaricio. Se sube al sofá, me olfatea de pies a cabeza. Cierro la ventana para que no salga el humo. Subo el volumen. Como en una secuencia de película mi control remoto empieza a estirarse, me hace pensar en la gente que conozco: Hipócritas de mierda. Luego me calmo pues recuerdo que así es la sociedad en la que me tocó vivir o debo pensar eso por los ácidos que consumí.

Desde que cerré la ventana hace más frío y corre más viento, hay tanto humo que ya me muevo ligeramente lento. La abro, la abro para dejar entrar algo de luz solar… hace falta a estas horas de la noche. La luna me mira y pienso que es de queso, el perro se levanta del sofá y se recuesta en mi cama. Ya no me siento observado, ahora más bien estoy aterrado, pues siento la presencia de hace un rato aún más cercana. Puedo oír su respiración agitada, pero entre el humo y la oscuridad no puedo saber dónde se encuentra. Me despreocupo y subo más el volumen, pienso en que debí enamorarme de otra chica pues la que me gusta me odia. Ya no logro ver al perro, debe haberse quedado dormido después de tremenda horneada. Recuerdo a mis camaradas de la infancia, jugábamos todos los días a que éramos los héroes de las películas que veíamos. Éramos tan inocentes.

Ver la tele ya no tiene sentido, no entiendo lo que estoy viendo y me está ensordeciendo, así que subo más el volumen y grito: ¡Azules hijos de puta! ¡Métanse su utópico pensamiento al culo! Luego acaricio un afiche de Mao. Doy otra calada para elevar la mente y olvidarme de lo que sea que me está acechando hace horas. Lo que no sabe es que tengo un plan, generaré tanto humo en mi habitación que va a estar tan drogado como yo. Se acercará, intercambiaremos un par de frases célebres, y fumaremos un canuto viendo la televisión mientras comemos palomitas bañadas en mantequilla. Vuelvo a subir el volumen.

El perro retomó la conciencia, o eso creo, ya que no lo veía hace un rato. Se recuesta al lado de la televisión y me mira fijamente. Perro de mierda. Enciendo un cigarro y veo la pantalla, jamás entenderé este aparato. Estoy calato, chorreado en el sofá como si no hubiera mañana. Una ceniza me cae en la pierna izquierda, no me inmuto. Veo como me quema y deja una herida pero no importa, acabo de recordar que no tengo perro. Subo al máximo el volumen para que nadie me escuche gritar.

Texto agregado el 06-06-2018, y leído por 51 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-06-2018 ay ay ay.. un grito de auxilio en la noche. Sentiría miedito de ser tu vecina... sheisan
06-06-2018 Impresionante. Me gustó. MarceloArrizabalaga
 
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