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La Historia Mágica

Esta historia es un hecho de la vida real, tiene un importante mensaje que espero que comprendas y puedas aprender algo de ella…

Ya que la vida me permitió descubrir, a través de mis experiencias, uno de los secretos más profundos de cómo lograr el éxito en toda situación, creo que es justo, ahora que mis años han avanzado y mis días están contados, compartir con las generaciones venideras el beneficio del conocimiento que poseo.

No me disculpo por la manera en que me expreso, ni por la falta de mérito literario. Herramientas mucho más pesadas que la pluma han sido siempre mis compañeras de labores. Además, el peso de los años ha debilitado tanto la mano como el cerebro. Sin embargo, puedo aún contar los hechos y eso es lo que realmente importa.

Mucho he luchado por encontrar la fórmula para describir esta receta que descubrí para el éxito y creo ahora que lo mejor es darla igual como llegó a mí. Así que relataré los eventos de mi vida que me llevaron a la receta, los ingredientes de la misma y cómo mezclarlos, así como el condimento especial para terminar de preparar el banquete. Vaya entonces, a las generaciones que aún no han nacido, bendiciones de Dios y los mejores deseos en las palabras que escribo.
Mi padre era marinero. Siendo joven aun, abandonó su profesión y se asentó en una plantación en la colonia de Virginia, en el Nuevo Mundo, donde yo nací en el año de 1642, hace ya más de cien años.

Mi padre no quiso escuchar el sabio consejo de mi madre, de que continuara con su profesión de hombre de los mares. En lugar de eso, vendió su navío y compró la tierra donde yo después nací. Aquí empieza la primera lección de la vida y primer ingrediente de la receta:
El hombre no debe ser ciego frente a la oportunidad que tenga ya en la mano. Mil promesas para el futuro valen nada, comparadas con la posesión presente de una sola pieza de plata.

Cuando yo tenía diez años, el alma de mi madre se fue al cielo, y mi padre la siguió dos años después. Siendo yo su único hijo, quedé solo, aunque en compañía de amigos de mi padre, quienes me ofrecieron un hogar bajo su techo. Me quedé con ellos durante seis meses.

De la propiedad de mi padre no heredé nada en lo absoluto, y me di cuenta después, cuando hube madurado, que los “amigos” de mi padre le habían robado a él y por consiguiente a mí.

De la edad de doce hasta los 23 no es necesario entrar en detalles, pues no es relevante para este relato. A los 23, teniendo en mi posesión la suma de 16 guineas, me embarqué hacia Boston, donde trabajé primero como hojalatero, reparando barriles y tubos, y luego como carpintero de barco, aunque solamente cuando los barcos estaban anclados en el muelle, pues el mar no era uno de mis deseos.
La fortuna a veces sonríe a sus futuras víctimas, pues a los 27 ya era dueño del taller donde trabajaba. La Fortuna, sin embargo, no acepta las caricias y tiene que ser obligada a trabajar. Aquí empieza la segunda lección.

La fortuna es elusiva y puede ser retenida solo a la fuerza. La tratas con cariño y te abandonará por otro más fuerte.

Por este tiempo, Desastre, (uno de los heraldos de los espíritus decaídos y la resolución perdida), me visitó. Un incendio destruyó mis talleres, dejando nada en sus veredas negras sino deudas y ni una sola moneda para pagarlas.

Visité a todos mis conocidos, buscando ayuda para comenzar de nuevo, pero el fuego que consumió mis talleres también parecía haber consumido su afecto y compasión. Así que no solo lo había perdido todo, sino que estaba en deuda y sin esperanza de poder pagar, y por eso me tiraron en prisión.

Creo que habría podido levantarme de mis pérdidas, excepto por esta última humillación, que totalmente quebrantó mi espíritu.

Estuve prisionero por más de un año, y cuando salí ya no era el mismo hombre feliz y esperanzado que antes había sido.

La vida tiene muchos senderos, y la gran mayoría parece dirigirse hacia abajo. Algunos son más inclinados, otros menos abruptos, pero muchos llegan al mismo fin: el fracaso. Aquí empieza la tercera lección:
El fracaso existe solamente en la tumba. El hombre, mientras esté vivo, en realidad aun no ha fracasado, pues puede subir por el mismo sendero por el cual descendió. Más aun, puede haber otro sendero menos abrupto (aunque más largo) por el cual también puede ascender.

Cuando salí de la cárcel, no tenía un solo centavo. No poseía más que la ropa que llevaba puesta y un bastón que no valía nada. Siendo aún joven y hábil, logré encontrar trabajo, pero para olvidar todo lo malo que me había ocurrido, pasaba mis tardes en la taberna. No bebía mucho usualmente, pero me gustaba reír y cantar y perder el tiempo con mis compañeros bribones y holgazanes, y aquí puede incluirse la cuarta lección:

Busca compañerismo con los que les gusta laborar, pues los ociosos robarán todas tus energías.

En ese entonces encontraba placer en relatar, cada vez que me lo pedían, la historia de mis desastres y criticar a todos aquellos que yo consideraba que me habían traicionado, pues no habían acudido a ayudarme. Más aún, encontraba gusto infantil en hacerle trampa a mis jefes, pues les robaba momentos del tiempo que me pagaban. Este hábito creció y creció hasta que llegó el día en que me encontré no solo sin trabajo sino también sin carácter ni buena reputación, lo cual significó que no podía encontrar trabajo en todo Boston.
Entonces me consideré como un fracaso total. Puedo comparar mi condición de ese momento con la de un hombre que va bajando una montaña muy empinada y se desliza. Entre más se desliza, más rápido va. He escuchado a alguien decir que esta condición es como la de un “ismaelita”. Así se le llamaba en mi pueblo a aquel cuya mano se alza contra todos, y quien cree que todos se alzan contra él. Aquí empieza la quinta lección.

El ismaelita es como el leproso, pues ambos son abominaciones a los ojos del hombre, pero a la vez son diferentes, pues el primero puede ser restaurado a una salud perfecta. El ismaelita es solamente el resultado de la imaginación.

Sin necesidad de entrar en más detalles, llegó el día en que yo no tenía ni para comprar comida o ropa y me vi en la calle. De vez en cuando lograba ganarme unos cuantos centavos, pero no encontraba trabajo permanente. Mi cuerpo era un esqueleto y mi espíritu estaba peor. Mi condición era realmente deplorable, pero más por la parte mental que la física, pues estaba enfermo de muerte. En mi imaginación, todo el mundo me había dado la espalda, y aquí empieza la sexta lección, la lección final. Pero esta lección no puede ser descrita en un párrafo, sino necesita ser definida a través de lo que queda de mi relato.

Una noche desperté de un sueño extraño. En ese entonces dormí en el suelo, en la parte trasera del taller donde antes había laborado.
Había frío esa noche y yo me estaba congelando, aunque había estado soñando de luz, calor y plenitud de buenas cosas.

Alguien dirá, al oír el efecto de la visión, que yo había ya perdido la razón. Así sea, pues es mi esperanza que las mentes de otros puedan recibir la misma influencia que hoy me hace escribir todo esto.
Ese sueño me convirtió a la creencia, más aún, al conocimiento, que dentro de mí existen dos entidades, y fue una de ellas la que me dio al fin la ayuda que durante tanto tiempo había buscado en mis conocidos.

En mi sueño, yo luchaba por avanzar a través de una tempestad de viento y nieve. Llegué a una ventana, vi hacia adentro y ahí estaba él, sentado frente a la chimenea, en perfecta salud, pues era física y mentalmente musculoso. Toqué la puerta con timidez y él me pidió que entrara. Había cierta fuerza, cierto poder consciente en su manera de actuar. En su rostro se dibujaba una sonrisa amable, al señalarme que me sentara cerca de la chimenea, pero no pronunció ninguna palabra de bienvenida, así que en cuanto me había pasado el frío, salí de nuevo a la tempestad, avergonzado por el gran contraste entre nosotros.

Fue entonces cuando desperté. Aquí viene lo extraño, pues cuando al fin desperté, no estaba solo. Había una presencia conmigo, intangible para los demás (descubrí luego), pero real para mí.
La presencia era a mi semejanza, pero totalmente distinta a mí.
Sus ojos eran claros, directos, llenos de propósito, brillaban con entusiasmo y resolución. Sus labios, la barbilla, todo su rostro y su figura eran dominantes y determinados. El era tranquilo, firme y autosuficiente. Yo estaba acobardado, tembloroso y temeroso de sombras intangibles. Cuando la presencia se dio vuelta, yo la seguí, y todo ese día no la perdí de vista, excepto cuando cruzaba algún umbral que yo no me atrevía a atravesar.

A veces me parecía que me llevaba precisamente a los lugares donde más miedo me daba entrar.
Todo el día lo seguí y en la noche lo vi entrar en un lugar famoso por sus momentos de diversión sana. Yo en cambio, mejor me fui a mi refugio en el taller.

Una vez más me encontré con él cuando desperté a medianoche.

Tenía en el rostro esa misma sonrisa mezcla de bondad y burla que no se puede confundir con lástima o empatía *. Su significado me lastimó mucho.
* Empatía: la habilidad de “ponerse en el lugar del otro”, para tratar de sentir lo que él está sintiendo

El segundo día fue una repetición del primero y los días siguientes fueron iguales, hasta que perdí la cuenta de cuantos iban ya.
Descubrí que la cercanía constante de la Presencia estaba produciendo cierto efecto en mí, y una noche cuando desperté, decidí hablarle.
“¿Quién eres?”—pregunté con miedo, pero la pregunta parecía divertirle.
“Soy lo que soy,” respondió. “Soy el que tú has sido. Soy el que puedes ser otra vez. ¿Por qué titubeas? Soy el hombre hecho en la imagen de Dios y que un día habitó en tu cuerpo. Un día vivíamos tú y yo en ese cuerpo, como habitantes y vecinos. En ese entonces eras pequeño e insignificante, pero te volviste egoísta y exigente, hasta que ya no pude vivir contigo y me salí. Hay una actitud o entidad negativa y una positiva en todo ser Humano. Una de las dos domina y la otra tiene que marcharse, a veces por un tiempo y a veces para siempre. Yo soy la positiva, tú eres la negativa. Yo tengo todo; tú, nada. El cuerpo donde habitas es mío pero está inmundo. Cuando lo limpies, tomaré posesión de nuevo.”
“¿Por qué me sigues?”—le pregunté.
“Tú me persigues.”—contestó. “Puedes existir sin mí por un tiempo, pero tu camino lleva a la muerte. Ahora que ves el fin ya cerca, te dan ganas de invitarme a entrar de nuevo, pero no lo haré si no te haces a un lado en cuerpo y alma.”
“El cerebro ha perdido su fuerza,”—le dije—“y la voluntad es muy débil. ¿Puedes repararlos?”
“¡Escucha!”—exclamó la Presencia y se irguió sobre mí mientras yo me encogía de hombros en cobardía a sus pies. “Para la entidad positiva de un hombre, todo es posible. El mundo le pertenece, es su territorio. No le teme a nada, no se detiene ante nada; no pide privilegios sino los exige; él domina y no puede acobardarse; sus deseos son órdenes; sus enemigos huyen cuan do él se acerca; derriba montañas; llena lagos y viaja en un camino plano donde no conoce de caídas.”

Entonces me dormí de nuevo y cuando desperté, parecía que estaba en un mundo diferente. El sol brillaba y me di cuenta que algunas aves trinaban cerca de mí. Mi cuerpo, ayer tembloroso y tentativo, se sentía vigoroso y lleno de energía. Vi a mí alrededor y me sorprendí al darme cuenta que sabía que había pasado mi última noche en el refugio. Recordé entonces los eventos de la noche anterior y busqué la Presencia. No pude verla, pero descubrí en un rincón sano, una figura diminuta, deforme, desfigurada y sucia. Cojeaba al caminar, pues se acercó a mí, pero yo me reí al darme cuenta que era la entidad negativa, y que la positiva estaba ya en mí.

Salí de prisa, pues tenía mucho qué hacer. Qué extraño que no lo había pensado ayer, pero el ayer era historia. El Hoy estaba conmigo y apenas estaba comenzando. Me fui en dirección al lugar donde mucho tiempo atrás acostumbraba ir a comer. Entré con gusto y saludé sonriente. Hombres que me habían ignorado durante meses me saludaron con amabilidad no fingida. Después de lavarme, hablé con el dueño del lugar. “Ocuparé la misma habitación de antes, si está disponible. Si no, otra está bien para mientras.”

Luego fui de prisa al taller. Había un grupo de hombres trabajando arduamente en el patio. No pregunté nada, sino empecé a tomar barriles y a pasarlos a los hombres que estaban arriba esperándolos.
Cuando terminé, entré al taller y me senté a cortar y limar piezas de madera. Una hora más tarde, entró el capataz, quien se sorprendió al verme. “Regresé a trabajar, señor.”—le dije. El asintió con la cabeza y se dirigió a supervisar a los demás.
Aquí termina la sexta y última lección.

Desde ese momento he sido un hombre de éxito y ahora poseo otro astilladero, más grande que el primero.

Tienes que aprender que el poder dominante está en ti. No puedes permitir que te venza el miedo, pues el miedo es compañero inseparable de la entidad Negativa.

Si tienes habilidades, úsalas, aplícalas. El mundo se beneficiará y, por consiguiente, también tú. Convierte a tu entidad Positiva en tu compañero de noche y día. Si escuchas su consejo no te equivocarás. Recuerda, el mundo es una acumulación de hechos y es tu propiedad. Así que ve y haz lo que está en ti .

No hagas caso de gestos y señas que te llamen a torcer el camino.

No pidas permiso a nadie para hacer las cosas bien. La entidad negativa pide favores; la Positiva los concede.

No confundas “Fortuna” con “Suerte”, aunque en algunos diccionarios aparezcan como sinónimos. La suerte no existe y la Fortuna tú la haces; es tuya, te pertenece.
Empieza ahora con estas palabras en tu mente. Extiende la mano y toma la entidad Positiva, que tal vez nunca has usado excepto en emergencias. La vida es una grave emergencia. Tu entidad Positiva está junto a ti en estos momentos. Limpia tu cerebro y fortalece tu voluntad. Te está esperando para tomar posesión de ti.
Mantente siempre alerta. Sin importar cual entidad te controla, la otra está siempre al acecho esperando entrar. Ten cuidado. No sea que entre la Negativa aunque sea por un instante.

Mi trabajo está hecho. He compartido con ustedes la receta para triunfar. Seguida al pie de la letra, no falla. Si hay alguna parte de todo esto que no haya sido 100% comprendido, la entidad Positiva del lector cubrirá esa deficiencia. Sobre esa entidad recae la responsabilidad de impartir a las generaciones venideras el secreto de ser todo lo que está dentro de ti, todo lo que puedes llegar a ser.

“Lo que hoy sembrares eso cosecharas el día de mañana”

Texto agregado el 24-09-2004, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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