Sucede de pronto.
A veces cuando estoy sola en casa, a veces en reuniones familiares, o en el centro comercial.
A veces cuando me siento pensativa, cuando estoy en alguna fiesta, o incluso en el baño.
No viene nada antes. Ni un aviso, ni una advertencia.
Es como la traición de un ser querido: Inimaginable, angustiante, dolorosa, impactante, chocante.
De pronto pasa algo, alguien dice algo, hueles, escuchas, piensas, sientes algo, que en tu mente hace click. Cómo si pasara todo en cámara lenta.
La respiración se detiene, por más que intentas, no logras inhalar, exhalar, moverte, mirar hacia otro lado, cerrar los ojos, oír a los demás.
No puedes hacer nada, salvo sentirte a ti misma y al nudo en la garganta que no te permite respirar. El pecho te duele, como si te presionarán fuertemente, como si Dios estuviera presionando tu tórax, tratando de matarte una vez más.
Sientes que no eres dueña de tu cuerpo, que no eres nada, que vas a morir lenta y dolorosamente.
Los ojos se enrojecen, se llenan de lágrimas, la gente a tu al rededor te mira extraño, han pasado sólo algunos segundos, que para ti son horas.
El pulso se te vuelve loco, el corazón se te va a salir, sudas frío. Lo sabes, pero no puedes sentirlo. Te desesperas, tratas de moverte, pero sólo logras comenzar a temblar.
Alguien te habla, trata de abrazarte, pero no sientes nada, ni el calor del abrazo, ni las palabras que tratas de escuchar, ni olores. Nada.
Hasta que de pronto sucede. Cómo si comenzara en la punta de los dedos.
Sientes el sudor frío, los sonidos abomban tu cabeza, los colores te encandilan, la respiración fuerte te aturde, el aroma de las flores, de las personas, de todo.
Entonces, y sólo entonces, lloras.
Y sólo dejas de llorar cuando te das cuenta que has dejado de temblar, de que no estás muerta, de que estás ahí y tienes que seguir haciendo lo que hacias, mientras todos los demás te miran como si estuvieras loca.


Las crisis son distintas para todos. Así son las mías.