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Rumba y fiesta a la “plancha”.
Retrato de la rumba del servicio domestico.


Ellas abandonan las escobas y agarran sus parejas. Encontré un lugar que abre los domingos y alberga la rumba de las responsables del orden en nuestros hogares.

En la pista de baile lucen sus mejores trajes y muestran sus dominantes pasos. El derecho a divertirse en “Habana Club” cuesta dos mil pesos, y ellas si que saben aprovecharlos.

Al ritmo de Salsa, Merengue, Trance y Vallenato decenas de caseras buscan compañía. Menean sus caderas esperando que algún pez pique; algunas de ellas no son el reflejo de la belleza, pero de igual forma “levantan”.

Las armas de batalla de los hombres contra las domésticas, no son conversaciones pretenciosas y tontas. Son afinados y precisos pasos de baile. Los hombres danzan lo mejor que pueden, porque no tienen oportunidad en el resto de la semana, es el único día libre de ellas.

La llegada.

La calle 68 con Avenida Boyacá, es una zona muy dinámica incluso los fines de semana, y allí también se localizan unas particulares discotecas que abren el último día de la semana. A estos sitios acuden, a pie o buseta, numerosas empleadas del servicio para divertirse en su jornada de descanso.

Los centros de rumba del área tienen grandes avisos y pequeñas entradas, donde se amontonan personas esperando entrar. Su relativo esplendor y su ubicación facilitan la llegada de los clientes.



Más allá del portillo de ingreso hay un pequeño lobby donde requisan a los personajes de la tarde. Luego, el gran salón de baile. Al llegar cada quien busca lugar para sentarse (parecen ocultarse en ellas), mientras esperan el momento en que comience la fiesta.

Unas y otros llegan más bien por separado, provocándose antes que la música empiece; ya cruzan las miradas y aguardan la orden del Disc Jockey, que termina con la extensa paciencia de la semana.

“El Habana Club”

Entre las muchas discotecas, estaba el “Habana Club”, una gigantesca caja azul con blanco con un par de estrechas puertas. De una de las portezuelas colgaban tiras de colores, unas amarillas otras azules y unas cuentas rojas.

Detrás de la entrada, un angosto vestíbulo aguardaba, iluminado de color amarillo. Ese lobby es la frontera entre la calle y la pista de baile.

El salón principal (y único) del sitio, es una bodega color azul pálido con varios espejos, tan altos como el techo, empotrados en los muros. A la derecha de la sala de espera y justo en la esquina, se alza una barra en media luna, coronada con un exótico vitral de colores chillones, con formas de crucero y tucán.

Las mesas del lugar eran negras y los sillones que las rodeaban, de un azul oscuro. Los bancos se extendían de muro a muro y se separaban con espaldares dobles. Allí los sujetos se atrincheraban antes del ataque.

La estética de la modesta discoteca, no era de diseñador, mucho menos vanguardista, nada parecido a los clubes del parque de la 93; sin embargo, más que agradable, era acogedor en su tremenda sencillez.

El cortejo.

“Bienvenidos al Habana Club. Hoy como todos los domingos el mejor ambiente de la ciudad. Para dar inicio, regalamos un CD a la primero pareja que salga a bailar” Dijo el Dj, con un tono radial. Su sentencia marcaba el comienzo del festín, y por supuesto al arte de la conquista.

Tímidamente se acercó una pareja a la pista de baile. La salsa era su dominio; bailaban como sí adivinasen el próximo paso del otro y ejercían en los demás una fuerza casi magnética. La pista se llenó.
En la 93 los hombres conquistan sus mujeres con inútiles charlas y facturas largas, pero en esta rumba es distinto. Aquí no importa qué carro tengas, ni en dónde trabajes, tampoco qué estudias; aquí lo verdaderamente valioso es saber bailar y hacerlo muy bien. Ese es el sexapeal.

Las extravagancias abundan en la discoteca, tatuajes estrafalarios, gorditos por aquí y allá, cabelleras paradas, cero ropa de modisto famoso y zapatos caros. Nada parece atractivo pero a los hombres les gusta.


La conquista empieza con una petición para bailar. Cual caballeros, los tipos extienden sus manos en espera de una positiva respuesta. El hombre atrapa a la mujer con galantes piropos: “Mamita, por ti trabajaría toda mi vida”.

Al son de la música, intercambian pequeñas demostraciones de afecto, así como en la 93, no tardan los besos: unos pequeños y otros más atrevidos. El roce de los labios confirma el éxito de su romántica empresa.

De “Andrés”… al “Habana”

“Andrés carne de res” y “Habana Club” son discotecas, y tienen algo en común. La gente va a divertirse, tomar licor y andar de conquista, o bien en una cita con su pareja. La diferencia: en “Andrés carne de res” se paga diez veces más, de lo que se gasta en una tarde entera alguien en el “Habana Club”.

Conozco los dos sitios, y los géneros musicales presentes son los mismos. Sin embargo mientras en “Andrés…” ponen “Déjame entrar” en la otra suena “Corazón punto com”. En esencia son lo mismo, lo que cambia es la forma.

“la rumba de la plancha” como la escuche de voz de alguien, no se guía por las tendencias mundiales en cuestión de entretenimiento nocturno y música; más bien responde a la programación radial de las estaciones populares, y en algunas ocasiones recicla la moda que “Andrés carne de res” abandona.

Salí del lugar y creí que el ambiente también se había quedado atrás. Al llegar a mi casa me encontré con escoba en mano y escuchando “El santo cachón”, a Doña María: la señora del servicio de mi casa.


Texto agregado el 25-09-2004, y leído por 564 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-10-2004 Gordo, realmente estoy sorprendida, pues la realidad Colombiana esta resumida un pocas palabras, una realidad que muy seguramnete los que van a Andrés Carne de Res no conocen, o sencillamente la obvian alivao
 
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