Desperté de luto esta mañana.
El alba gris anunciaba la rutina cotidiana:
“La muerte en nuestra mirada es tan común
Como peinarse frente al espejo y llorar en silencio”.
Tienes los ojos del náufrago Ulises,
Y tu llanto árido mana ese calor de averno,
Que repta en tu lecho, aquel eterno duelo.

He sentido
La carne indiferente, el entierro de los muertos,
Almas rotas, penitentes, divagando bajo la sombra de las rocas,
Preguntándose y caminando con la duda bajo el sombrero…
“Me pregunto siempre si somos inocentes,
Si nos podremos fugar de esta isla en unas horas,
Y no encuentro respuesta, solo… más dud…”

He muerto por agua.
“Encontramos al ahogado más bello del mundo:
Dormía sonriente con los peces y tenía un pan en el bolsillo,
Y aunque sus ojos estaban resecos por el llanto,
Fue aquel alarido de dolor el anfitrión de su sepulcro,
Cuando despertó, el amanecer jugó con su carcajada:
Jugaba a decirse la verdad y amaba con locura al olvido”.