Sintió un contacto pegajoso en el cuello y se sobresaltó, pero no dijo nada. Instantes después, algo serpenteaba por su espalda. Aunque sus músculos maxilares reivindicaron gritar en un movimiento reflejo, logró silenciarlos, estaba en la cena de nochevieja con la familia política y había que mantener un protocolo.
El sudor le perlaba la frente y movía nervioso los pies, con la esperanza de hallar de inmediato el momento de salir a la calle. Respiró hondo y con disimulo echó la cabeza hacia atrás.
Entonces sus orejas volvieron a sentir por detrás la textura pegajosa y cuando su cuerpo se giraba en un incipiente desmayo, sus ojos y sus oídos lo relajaron, al ver los deditos de su hijo pequeño untados de mermelada y escuchar su inconfundible risita.