Mis propios soles

Desde el mullido pasto que me sostiene bajo la sombra de la alameda, observo el inquieto arroyo que serpentea hasta perderse en la distancia. Es el mismo que acompañó las aventuras de mi niñez. Se mantiene firme, inalterado, y recorre el prado riendo con argentino acento y luego se sumerge en el silencio de los plácidos estanques.
Me acompañan el croar de las ranas, el perfume de las flores y el canto de los ruiseñores de voz madrugadora.
Yazgo en feliz compañía, absorto en mis pensamientos y con el alma zambullida en un lago de quietud. Llevo a cuesta los recuerdos sagrados que se escabullen por el cofre de la vida mientras mis ojos –que miran sin ver- se llenan de los colores de las azules montañas y de las mariposas blanquiamarillas que juegan a esconderse entre los lirios.
¡Siento que todo me pertenece! Las gotas de rocío, la brisa fresca, las minúsculas hormigas que suben por mis brazos, el cielo inmenso, el follaje tropical y el agua cristalina que deja ver el ejército de peces que cruzan en lenta caravana.
Tengo muy cerca de mí dos soles. Nada tienen que ver con el que sonríe en lo alto y calienta mi piel hasta hacerla enrojecer. No. Mis propios soles son tus ojos que, aunque negros como la noche, iluminan mi sendero más que la luz de este día en plena campiña...

Alberto Vásquez.