Será que los años pasan y nunca llevé gafas para verlo. Será que miro para otro lado o me tapo la nariz. Como en un disparo fotográfico conservo aquella mirada al perchero y a los dos o tres vestidos colgados concluyendo sin pensar que quienes crecían eran ellos. Tres o cuatro años.
Sigo, sigo mirando adonde la arena está más dorada, y paseándola a riesgo de mojar otra tecnología con música.
Me abrazo al tiempo a mi manera. Sólo escucho ciertas cosas, como el reloj, en la medida ultraurgente. Me abrazo a Dios como el bebé a los pechos de su madre. Es todo un continuo.
Y doy gracias porque son los vestidos los que siguen creciendo... Y esa Flor de Pascua tan mía, con sus hojas rojas y verdes como llanos, que dura hasta otra Pascua, o que convivirá con la del año, del siglo, siguiente.