Ensalzado a más no poder, provisto de una nostalgia abrumadora que se aferra como pedúnculo al alma enloquecida. Esta es la bandera del espíritu desesperado, sin el canto idóneo ni la plegaria afable. Aborrecimiento inescrutable de medidas y convenciones áulicas… como duelen y engalanan, los ritmos y métricas consagradas en la silaba baquiana del hombre.

Sin lágrimas, voy y regreso porque el verso me lo exige irremediablemente, surcándome y arándome. ¿Cómo? ¿Cómo hacer para no regresar sin que la versificación que horada mi pensamiento me muestre un fin típico y positivo?

Un día, si…
Solo un día de libertad, indemne a susurros
El cielo un canto…


Fuego fatuo…
fuego vacío que exacerba la felicidad
Fuego en tregua…

Asoladora
que daño irreparable, al ser
Asolada ira…
Debilitas
mi alegría soñadora

Se escapa…

Noche y día, ver y sentir,
Amar y morir

Es un lujo…

Que cruza distancias;
Erige sin más
Creencias deshabitadas.

Ahora he vuelto como el verso, porque mis ojos lloran. Somos perfección hecha sentimiento;
y la palabra, la bella, loca y gris, portavoz de un “yo”.


El verso sabe,
sabe que no estaré lejos mañana;
humedal que inunda mi rostro.

Sé que no habrá salida
y sin embargo
espero que mis brazos

logren abracijarse
a la tierra que no vi
nacer.