La cima de la colina respiraba un aire de primavera, junto a la pequeña Carola en su décimo cumpleaños. Todos sus parientes habían acudido a la cita, hasta los de los pueblos vecinos.
Todos sus parientes habían acudido a la cita, hasta los de los pueblos vecinos. Globos, piñatas y guirnaldas multicolores bordeaban la casaquinta. Como una suerte de banderas universales que flameaban a lo largo y a lo ancho de la finca. La habitación de arriba, solo se había destinado para sus regalos. Entre osos de peluche, muñecas articuladas y juegos de computadora, el cielorraso estaba casi al límite de su deseo. Las mesas de comida eran incalculables, bajo sus manteles almidonados de hilo que se mecían con la brisa de la tarde. Bocaditos salados y dulces, arrollados, postres, tortas y sanduiches, no dejaban de circular en las bandejas de la servidumbre. Carola era hija única, rodeada de todo lo imaginable y mas aun. Sus rizos dorados caían por su frente galopando entre su mirada, como un manantial que no cesa su frescura. Después de jugar y correr por el pasto, la niña tenía que cortar la torta de diez velitas, decorada con un frondoso bosque repleto de animales. Entre cánticos y aplausos fervientes, mientras soplaba el fuego de las velas, Carola se esfumó por un instante de la fiesta para remontarse en la distancia. Recordó el día que su padre no llegó del trabajo al morir en un accidente, junto al rostro de su madre sollozando en la cocina; a su primo Carlos cuando venía a visitarlos del extranjero y a su noviecito de tercer grado que ya no vivía en ese pueblo. Cuando volvió en si, todos aun seguían cantando el feliz cumpleaños. Entonces comenzó a pedir sus tres deseos: El primero era para que su madre rehiciera su vida y se casara algún día; el segundo, que su “noviecito” de once años regresara; y el tercero, para que nunca dejara de ser feliz y, aunque lo dijo en vos alta, ni siquiera se dio cuenta de ello.
Dice el mito callejero que el pronunciar un deseo a viva vos, trae siempre una desgracia.
Hoy Carola sigue viviendo en su pueblo natal, en la misma casa que heredó de sus padres, ahora convertida en un geriátrico. A veces recuerda sus días de pequeña, con sus lujosas fiestas y paseos aledaños, solo cuando su enfermera, entre pastilla y pastilla, la deja remontarse por las dulces colinas de su infancia que la alejan de la realidad.
Ana.
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