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No es una mazmorra maloliente como las que se describen en esas novelas de intriga y en las cuales un desfallecido prisionero aguarda los designios de la realeza o de un personaje poderoso que lo encadenó en ese antro infame. El sol no es una quimera tras esos muros que tampoco son bloques de piedra monolítica, sino que alumbra con vigor la bien pulida superficie de aquellas paredes. Hay puertas y ventanas e incluso un patio considerable para caminar. Pero, el portón de salida está sellado. No es que sus postigos permanezcan soldados a machote ni que la herrumbre haya hecho pasto de su mecanismo. Está sellada para él por un acuerdo tácito. Podría el tipo dar un paso fuera de la casa aquella, podría liberarse del encierro y salir e incluso aventurarse por las calles del barrio circundante. Pero sobre su cabeza flota algo parecido a una nube que no es por supuesto una nube sino un veredicto de índole moral. Algo que no se parece ni con mucho a una condena; ningún juez lo ha sentenciado al encierro y está libre de toda culpa y por consiguiente, inmune a la vindicta pública. Nadie osará fijar sus ojos censuradores sobre él ni se le arrojará una injuria que cobre acentos desmesurados para los oídos de los demás. Pero pende sobre él esa palabra engarzada con precisión sobre lo que muchos ignoran y que él denomina con todas sus letras. Es su honor, claro está, engalanado por una joya preciosa que destella en el centro mismo de ese concepto y que respeta a muerte.

Han transcurrido mil días de dicho encierro voluntario y en ese período ha escrito infinidad de cartas para nadie y es porque ha utilizado en dicha escritura términos oscuros, crípticos, no procedentes para una correspondencia epistolar ordinaria. Ni siquiera son dignos de ser guardados en alguna carpeta o en el mejor de los casos, colocado algunos de ellos dentro de una botella para arrojarlos al mar para que navegue al arbitrio de las mareas. Cada una de esas misivas, redactadas con tinta negra, se asemeja a las notas escritas por un inventor desquiciado, en donde intentase explicar cada detalle de lo arcano. Noche y día empuña esa pluma entintada en brea para crear jeroglíficos en la tarde o bajo el agónico oscilar de las velas. Algunos de esos mamotretos los acumula en su escritorio y los demás los incinera para crear luciérnagas erráticas bajo la luz de la luna. Muchos años atrás, el hombre escribió infinidad de historias, cuentos enrevesados casi todos, pero siempre asomando en algún párrafo la ironía que destilaba como dulce veneno sobre las demás palabras. Y gustaban, muchos las leían, lo felicitaban por ese estilo tan peculiar, tan suyo. Pero, poco a poco y letra a letra, su lenguaje se fue enturbiando y parecía que palabras y conceptos flotaban sobre un océano viscoso que poco a poco se los iba devorando para transformarse su prosa en algo ininteligible. Todo ello coincidió con la aceptación del compromiso, la cárcel ineluctable de su espíritu libre. Su rostro se endureció, sus palabras escasearon y al asomarse a la calle, evitó ser visto por la gente.

Hoy lo ha hecho. Tal vez sin darse cuenta, acaso en un rapto de inspiración que sobrevivía en el fondo de su acervo, redactó con mano firme las siguientes palabras:

“No es el hombre ni es el alma, ni siquiera el fulgor de su recuerdo el que lo define, existen fronteras inexploradas que subyacen dentro de cada uno de nosotros y que están esculpidas en alguna región de nuestra arquitectura. Y allí está, enhiesto en sus compromisos, inclaudicable ante la desmesura, carne de su carne y acento de su acento, forjado una y mil veces ese hombre que eres tú, que soy yo, que somos todos y que no lo puede definir ni remotamente discurso, epitafio o reconocimiento postrero alguno. Ese hombre que somos, se trizará con nuestros huesos y se diluirá en la sangre como huella única de lo que fuimos y de lo que seguiremos siendo.”

Y pareciera que tras esta frase, que de cierta forma era un ensalmo, el hombre se irguió ese día como nunca antes y pareció más alto para sí mismo al contemplarse en un espejo opacado por el abandono. Tras esto, abrió su escritorio y sacando de allí todos los indescifrables escritos, los aventó a la luz del día y fueron palomas que se elevaron en el cielo para desvarío de los pájaros. Su voz, gastada por el silencio, recobró sus cristales y una carcajada rotunda estremeció la estancia, provocando la seguidilla de ladridos de perros. Fue entonces que desembarazándose de ritos y componendas, alzó su voz restaurada en sus acentos para proclamar el fin del compromiso. Tras esto, abrió puertas y ventanas para que la luz emancipara cada rincón y aventara todos los espectros y todos los ecos quebrados en la penumbra.

Y cuando la gente se arracimó curiosa frente a la vetusta vivienda, cuyo portón permanecía abierto de par en par desde hacía un par de días, imaginó que por fin alguien se había decidido a habitarla. No por nada había estado desocupada durante más de veinte años, acaso por el estigma de ser una casa embrujada. Pero nada de eso ocurría, los enormes candados oxidados permanecían en su lugar y lo que antes debió ser un cuidado jardín, ahora sólo era una maraña de ramas que exponían sus sarmientos resignados a la sequedad absoluta. Y la curiosidad de esa gente se plasmó en multitud de interrogantes y de allí al inevitable destierro de toda explicación.












Texto agregado el 06-05-2019, y leído por 47 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-05-2019 Algo enigmática me resultó esta historia en donde recreas muy bien una atmósfera sofocante, de encierro, cerrojos, abandono y esa especie de eremita que deja abiertas interrogantes acerca de su existencia. 5* henrym
06-05-2019 Gui me encanta tu forma de redactar. Pero debo decir que este final me dejó en "babia". Ni lo esperaba ni me gustó. Aún haces uso de un excelente vocabulario para decir las cosas que podría pasar por rebuscado pero en tu escritura lo balanceas muy bien con las emociones humanas, que son tan exclamativas que van de la par con lo primero. ***** elixir
06-05-2019 Me sorprendiste cuando iba llegando al final de la historia. Excelente relato.Con todo lo que se necesita para crear un buen cuento. Besos. Magda gmmagdalena
 
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