Caminante en el polvo, a Alejandra Pizarnik

Vino con los pies llenos de sangre. Camino, camino sola, pero vino. Vino a decirme algo sobre los polvos, los polvos solos que hay en el camino. Vino a decirme algo sobre las piedras, las piedrecillas del camino. Que filosas estas hirieron la sonrisa de su amiga la lluvia. Una lluvia dolorida y sin corazón, sin rostro ni raudales. Busqué saber quien era. Lo busqué en los bordes rotos de la madera, aquella que adornaban el espejo lleno de calor y frío. Ese espejo que el hambre volvió mudo y sin sonidos. Ese espejo que revelara quién era, o tal vez venga un sol que alumbre su oscuridad luminosa. La soledad ya no estaba sola, sola y silenciosa. Y gritaba, y gritaba ella cuando se apagaba su silencio. Cuando ella solo ya tenía huesos y ahogamiento. Ya no quedaba nada, ni promesas ni ofrendas. No había mueble ni color. Todos habían dicho: ¡Adios! Quedo solo ella y su poesía en medio del espejo. Curada de soledad, me dijo su nombre, me dijo que era caminante. Me dijo que se llamaba Alejandra.