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Al anochecer y bajo una fina llovizna, salí a caminar por las empedradas calles del pueblo, crucé pocas personas en el camino, el otoño se había iniciado frío y lluvioso y la gente prefería quedarse en sus hogares. Decidida me encaminé por la diagonal que lleva a la Biblioteca, con la idea de buscar algún libro que me distrajese durante el venidero fin de semana.

Me atendió Eugenia, la vieja bibliotecaria que, oculta tras un pequeño armario, tomaba mate mientras tejía una intrincada carpeta al crochet. Al verme se puso contenta porque nadie había asomado la nariz por la Biblioteca y la pobre se aburría de sobremanera. A ella le extrañó cuando le comenté que uno de mis mayores placeres era el caminar esos días en los que parecía ser la única habitante de la zona. Charlamos unas palabras y después de compartir un par de mates me puse a buscar algo que me interesara.

En uno de los estantes más altos, lejos de mi alcance, un libro de aspecto antiquísimo llamó mi atención, busqué la escalera y así logré alcanzarlo. Recién allí pude ver que se trataba de un libro de magia. Curiosa acaricié sus negras tapas, donde una ya casi ilegibles letras doradas indicaban el nombre:”Ritos Satánicos”. El autor no figuraba por ninguna parte. Sonreí pensando que siempre había querido leer algo así, jamás tuve la valentía, pero ahora estaba dispuesta a hacerlo. Pablo y los niños se habían ido a pasar unos días a casa de mis suegros que cumplían aniversario de bodas y yo había aprovechado para excusarme por mi trabajo.

Serían unas pequeñas vacaciones, dado el feriado largo que había iniciado este viernes, necesitaba estar sola y aprovecharía la tranquilidad de no tener que estar atendiendo niños y cocinando como único entretenimiento durante todo el fin de semana.

Cuando regresé a casa, dejé el libro sobre la mesa de la cocina y decidí que recién comenzaría a leerlo al día siguiente. Los preparativos del viaje de la familia me habían agotado y sentía que la caminata había logrado relajarme lo suficiente como para dormir toda la noche. Sólo quería comer un bocado, ducharme y acostarme. Así hice y pronto estaba profundamente dormida, hasta que sonó el despertador indicando que nuevamente era la mañana y tenía que ir a trabajar.

-Es sábado y trabajo medio día – me consolé – Por suerte el negocio en el cual trabajaba había decidido atender al público solo unas horas, mañana ya podré dormir todo lo que quiera, aprovechando esta oportunidad única.

Había despertado con una sensación de náuseas y algo mareada; cuando intenté levantarme, ramalazos de dolor ascendieron por mi vagina y bajo vientre.

- Inflamación pre-menstrual – pensé, mientras insultaba el haber nacido mujer.

Obnubilada por las náuseas tuve la sensación de que había tenido sueños inquietantes, pero no atinaba a recordarlos. Un extraño escalofrío que nacía desde muy adentro, me hacía temblar.

- Tonterías – murmuré mientras me levantaba trabajosamente – con seguridad el sándwich que cené, sumado a mi próxima menstruación, son la causa de este malestar.

Como pude fui hasta al baño. Mientras me lavaba minuciosamente los dientes intentando erradicar el gusto amargo que me subía desde el estómago, preocupada vi que mis ojos estaban rodeados de profundas ojeras dándome un aspecto cadavérico.

Me desvestí para ducharme, y el enorme espejo reflejó un cuerpo lleno de moretones. Asustada me revisé íntegra. Los pechos, el vientre, los muslos. Giré el cuerpo. La espalda, las nalgas. Todo estaba surcado de manchas violáceas.

¿Qué era eso?. Inmediatamente pensé en Mercedes, mi prima. Ella sufre de leucemia y suele tener el cuerpo así.

¿Estaría enferma?

Me vestí con rapidez, avisaría al trabajo y visitaría al médico. Era evidente que algo en mí no andaba bien. Maldije a mis suegros por cumplir aniversario y a Pablo por haberme dejado sola.

Ya vestida me dirigí a la cocina, tomaría un té y haría las llamadas correspondientes.

En la puerta quedé paralizada. Sobre la mesa, con sus tripas expuestas y sin cabeza, mi gato Felipe aparecía crucificado, sus extremidades clavadas grotescamente sobre la madera.

Sin poderlo contener, el vómito me dominó. No podía dejar de vomitar mientras mi mente se resistía a asimilar lo que veía. ¡Era una pesadilla!

Apoyada en la puerta, con los ojos cerrados, paulatinamente los vómitos fueron mermando hasta que cesaron. A tropezones y sin mirar la mesa fui hasta la pileta de la mesada, abrí la canilla y mojé mi rostro y nuca, tratando de no pensar en lo que había a mis espaldas.

Rogué que al girar no hubiera nada, que sólo fuera resabio de la pesadilla de la noche anterior. Pero estaba.

El gato sin cabeza, clavado y despanzurrado, la sangre en el piso. Mis ojos desesperados recorrieron la habitación buscando algo que me indicara el ingreso de extraños. Nada. Todo estaba en su lugar. Todo, menos esa horripilante mesa.

Aterrorizada recorrí la casa, todo en orden. Puertas y ventanas perfectamente cerradas con sus seguros.

Volví a la cocina. Tomé el teléfono y comencé a discar el número de la Policía. En ese momento algo sobre la mesa, a un costado del pobre animal sacrificado, llamó mi atención.

Dejé el tubo y conteniendo las intensas arcadas, me acerqué. El libro negro estaba abierto. Mis ojos aterrorizados lograron leer el título de la página, “Relaciones Sexuales con Demonios”; bajo él, la imagen de un íncubo con las manos ensangrentadas, sosteniendo la cabeza decapitada de un gato, me sonreía diabólicamente con su enorme pene erecto.

María Magdalena Gabetta

Texto agregado el 20-06-2019, y leído por 132 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
21-06-2019 Oh... Pobre Felipe =( ElGato
21-06-2019 uyyyyy que miedo, excelente relato, de esos que me gustan, disfruté mucho leyendo este texto, besos y estrellas nelsonmore
21-06-2019 siiiiii, da miedo tu narrativa yosoyasi
21-06-2019 Escalofriante relato. Jamás tendría en mis manos un libro con temas diabólicos porque si bien no tengo gato, capaz que el perro del vecino pagara el pato. Un abrazo grande amiga por este cuento entretenido. gui
 
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