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LA RUTINA

Nunca comprendí el extraño mecanismo por el cual yo siempre termino desempeñando en vacaciones una rutina diaria, cuando precisamente uno busca todo lo contrario; dejo atrás las obligaciones, los horarios que cumplir, los compromisos ineludibles, y sin embargo luego me veo envuelto en una trampa fabricada por mi propia mente.
Y así fue como yo también con el correr de los días en mi nueva casa de vacaciones, suplanté una rutina por otra mucho más amena por cierto, que radicó simplemente en desayunar casi siempre a la misma hora mirando hacia el patio del fondo del chalet, bajar a la playa, almorzar en un horario equivalente al del día anterior, y más tarde volver a la playa a presenciar la caída del sol a las ocho de la tarde. La vista era hermosa y relajante, lejos de la oficina y del ruido del centro de la ciudad.
Era una rutina muy placentera que a nadie se le ocurriría pensar que puede tener algo de malo, y efectivamente no lo tenía, no obstante ocurrió algo que llamó mucho mi atención. Lo descubrí fortuitamente mientras revisaba mi teléfono. Como ya les conté, yo desayunaba en el fondo siempre a la misma hora, observando sobre todo a los pájaros que todos los días me visitaban desinteresadamente y con sus cantos típicos del alba.
Con ayuda de un libro que encontré en la casa aprendí a distinguir entre un Cardenal, una Tijereta, una Torcaza y hasta un Hornero. El que más me gustaba era el Cardenal, el de la cabeza roja. Como el espectáculo era hermoso decidí filmarlos para luego editar un video a manera de recuerdo.
Y fue ahí, mirando el registro de filmación, que hice el extraño descubrimiento: los pájaros tenían su rito que cumplían a rajatabla, conductas que se repetían mañana tras mañana, y que habían quedado registradas en los sucesivos videos. Primero aparecía el Cardenal desde al lado izquierdo de la pantalla aterrizando como un ligero avión; caminaba algunos pasos como saltando y se iba cuando aparecían dos tijeretas que recorrían todo el patio en busca de restos de comida del día anterior.
A continuación hacía su entrada triunfal la Torcaza para terminar escapando del Hornero, desplazándola del set de filmación. Había dos explicaciones posibles, o los pájaros increíblemente tenían una rutina peor que la mía, o mi tel. móvil andaba mal y en vez de grabar solo repetía la grabación del día anterior. Sea cual fuere la causa, lo cierto es que el video parecía ser la repetición de si mismo durante unos largos minutos.
Deseché ambas hipótesis por ser poco probables y me dediqué a pensar en otras. Tome esto como parte de mi nueva rutina. Lo primero que hice fue generar alguna cosa que les cambiase el hábito a los pájaros. Coloqué un plato con comida en el medio del patio, pero al día siguiente, cuando fui a grabarlos de nuevo, los pájaros ignoraron el plato y cumplieron su usanza metódicamente como si fueran autómatas.
Desistí en los subsiguientes días de pensar en esto y me dediqué más a disfrutar mis días libres y hasta modifiqué, para no obsesionarme con el tema, mi lugar de desayuno, mi rutina matinal; lo hice cómodamente en el cobertizo del frente, con vista a la calle de tierra. No era lo mismo, extrañaba a los pájaros, pero tenía sus encantos, me gustaba ver a la gente prepararse para ir a la playa y de vez en cuando intercambiar algún saludo cortés.
La vecina de enfrente y su pequeño hijo me saludaban siempre que yo salía al porche con mi taza de café. El niño parecía mal criado porque la mujer lo dejaba hacer cualquier cosa hasta que aparecía en acción el padre y entraban los dos para adentro .Luego se escuchaba un llanto seguido de un silencio sepulcral. Esto sucedía casi todas las alboradas hasta que yo me decidía a bajar a la playa y ellos como si lo hicieran sincronizados conmigo también salían de su casa y yo pasaba y los saludaba con un¨ Buen Día¨ al que la mujer me contestaba:
-Buen Día señor, parece que hoy va a hacer calor, ¿verdad?
A lo que yo contestaba invariablemente que sí, que iba a hacer calor, pero un día me percaté que había algo de raro en todo esto y no necesitaba filmarlo ni grabarlo, sino observar detenidamente todo lo que me estaba sucediendo desde que vine a esta casa. Recordé que cuando llegué la mujer y el niño estaban jugando en la calle y ella me había hecho la misma pregunta; no obstante luego habían desaparecido misteriosamente frente a mis propios ojos.
La casa estaba casi aislada del resto del balneario, se la había alquilado a la dueña del único almacén del paraje. Al vecino se lo veía de a ratos, era un tipo más bien bajo y canoso como de setenta años o algo así; yo no sabía si vivía ahí o era el cuidador, cosa que poco me importaba, pero dados los extraños acontecimientos empecé a observarlo con más detenimiento. Nunca saludada, solamente miraba para mi lado cuando caminaba por su jardín, junto a la medianera, crónicamente a la misma hora. Un día que yo volvía de la playa me lo crucé enfrente de mi casa, se lo veía como preocupado, buscaba algo que se le había perdido en la entrada. Le pregunté si lo podía ayudar, me contestó que no, que solo estaba detrás de una liebre que la vio saltar minutos antes.
El atardecer era el momento especial de mis festividades, instante en que yo no pensaba en nada, me dejaba llevar por el espectáculo lumínico y por la leve brisa que siempre se desataba cuando el sol despedía su último hilo de luz. Y estos no eran siempre iguales sino que sus colores mágicos iban variando según los días. Cuando estaba algo nublado me retiraba antes, me sentaba en el fondo y esperaba que la oscuridad me susurrase sus enigmáticos secretos.
Una vez por semana iba al pueblo a comprar mis víveres. Quedaba a pocas cuadras, lo hacía después del atardecer, cuando el calor lo permitía y mis necesidades así lo ameritaban. Ahí estaba siempre la vecina de enfrente sentada en la puerta con su hijito, jugando y esperando a que el marido saliera del almacen. El niño me veía, me tiraba una piedra y corría al lado de su madre. Cuando yo pasaba me decía siempre lo mismo:
- Son cosas de chicos.
-Sí, le decía yo, no se preocupe.
Adentro del almacén estaba el marido pero no me saludo o hizo como que no me vio. Luego salió antes que yo y se fue con su familia. Cuando fui a pagar, la mujer del almacén, una mujer muy vieja y arrugada como una pasa de uva, me preguntó si los conocía y le dije que sí, que eran mis vecinos.
-Son raros, siempre hacen lo mismo, entra el señor, recorre todo, pero no compra nada.
-¿Nada?
-Nada señor, nada y muy flacos no se los ve que se diga,- dijo, sonriendo la vieja. (¿No le robará n?, pensé)
Pagué y me fui por la rambla. El sonido del mar se agrandaba a medida que me acercaba al terraplén; las olas, como retumbos, nacían y se suicidaban en un cementerio de arena mojada; las gaviotas, seducidas por el viento, transportaban los restos de la jornada.
Cuando arribé a mi chalet, estaba el vecino recorriendo la entrada de mi casa como buscando algo. Estacioné el auto, me baje y le pregunté si le pasaba algo, pero ya sabía la respuesta, la liebre que saltaba por mi jardín. Las casas estaban muy pegadas una a la otra, solo las separaba una medianera de alambres y árboles y esto me incomodaba, dado que este hombre era muy extraño. Cuando vio que la liebre no estaba se retiró y yo entré a mi casa.
Esa noche vino la lluvia, quizás esperada por todos, ya que ese día había hecho mucho calor. Cerré todas las ventanas, el viento prometía sacarlas a bailar, me preparé algo de comer y eché un vistazo hacia afuera. Me gustaba el olor de la tierra mojada, el diálogo sordo de las gotas sobre el techo, los tibios fogonazos en el horizonte. De pronto, como salido de la nada, se apareció una silueta en la puerta, era el vecino.
-¿Puedo pasar?
-Sí, le dije, tome asiento.
-Es que no puedo más, tengo que contárselo a alguien.
-¿Quiere tomar algo?
-Bueno-, respondió, sin pensar lo que decía.
-Usted no es de acá ¿verdad?
-No, yo estoy de vacaciones, le contesté.
-Sí, yo también señor, pero algo raro está pasando ¿Quien le alquiló la casa, la vieja del almacén?
-Sí , le dije, lo que era cierto.
-¿No ve?, es ella.
-¿Ella qué?
-La que produce todo, la que produce los ruidos que no me dejan dormir. Esa liebre….
-No sé de qué me habla señor, es muy normal que haya liebres saltando por el jardín y se escuchen ruidos a la noche. No me dijo su nombre…
-Walter, Walter Espósito.
- Bueno, mire Walter, por su tranquilidad le digo que no pasa nada. Le mentiría si le dijera que no pasan cosas raras, pero no es para tanto.
-Ayer la vi caminando por el fondo. ¿Ud. no sintió nada?
- Nada raro que yo sepa, pero dígame, ¿a quién vio?
-A la vieja.
-¿Está seguro que era ella?
-Segurísimo, y no solo eso. La vi haciendo un hoyo en el fondo de mi casa. ¿Me entiende?
-¿Un hoyo?, y ¿para qué?
-No lo sé, pero me imagino muchas cosas, ¿no lo cree?
- Quizás fue otro vecino, ¿se fijo que no están bien delimitados los terrenos? Creo que en el fondo de estas casas hay otra que da a la paralela, dije, señalando al fondo y tratando de tranquilizar al pobre hombre.
-Cierto, puede ser, discúlpeme si lo molesté, ya me voy. Es que no es solo eso, son otras cosas que pasan en este lugar, pero mejor se lo cuento otro día. Ahora ya es muy tarde.
- Cuando Ud. guste Walter.
Le ofrecí algo para tomar pero no quiso. Después que se retiró, me entró la curiosidad, agarré una linterna que encontré en un cajón y salí al fondo en busca del hoyo, pero no vi nada. El tipo estaba loco o la vieja sabía muy bien enterrar a los muertos.

2

Los días y noches se sucedieron más o menos unos iguales a los otros. Mis desayunos se repetían siempre a la misma hora, los pájaros simulaban seguir el mismo derrotero y respetando sus lugares en la filmación. El vecino se me aparecía en mi jardín corriendo a la supuesta liebre y la familia de enfrente me saludaba a la misma hora. Por eso decidí un día salirme un poco de mi rumbo establecido, me subí al auto un día que estaba medio nublado y me fui a otra playa que quedaba muy cerca. Tenía que hacer un alto en mi automatismo.
Cuando salí vi a la mujer que se iba a la playa con el niño. Yo estaba cambiando mi rutina pero ellos parecía que no, hasta mire mi reloj y las agujas marcaban la misma hora, pero esta vez no me saludaron o no me vieron. Enfilé hacia la rambla y en pocos minutos ya estaba en otra playa. Era muy honda, por eso supuse que yo sería el único bañero, salvo por un matrimonio mayor que valientes desafiaban los rayos del mediodía. Permanecí allí hasta que el sol me derritió la piel.
A la tarde, como estaba nublado, me dirigí al almacén de la vieja. Estaba más concurrido que lo común, quizás porque se avecinaba fin de semana. Este era un balneario relativamente nuevo y se iba poblando de a poco, a medida que se lo iba conociendo. Sin embargo la anciana parecía que hubiese nacido en estas tierras. Se la veía entusiasmada y no era para menos. Compré mis víveres y la observé mientras armaba mi bolsa. Sus manos estaban muy curtidas y arrugadas, pero no por cavar la tierra, pensé.
-¿Le quedan muchos días?, me preguntó.
-No muchos, le dije, supongo una semana más, depende del tiempo y de mis obligaciones de trabajo.
-Ah bueno, espero que esté disfrutando, ¿le gustó la casa, no es así?
-Si, está muy cómoda. Muchas gracias.
-No es lo que piensa su vecino. Se vive quejando, ya le dije que más no puedo hacer. Le corté algunas ramas del fondo que le molestaban y además le puse una luces nuevas detrás del porche. Todos los años lo mismo –, decía, encogiéndose de hombros.
-Ah sí, ya las vi-, le dije.
Agarré la bolsa, la saludé y me fui pensando que quizás era verdad que mi vecino había visto a la vieja, pero no era cavando un hoyo, sino cortando unas ramas y poniendo luces. Cuando llegué a mi casa, ya era casi de noche, el bosque se teñía de grises, los bichos de luz lidiaban por un lugar entre las sombras.
Cuando me bajé del auto estaba Walter como esperándome sentado en la puerta de su casa. Cuando me vio, se me acercó y sin mediar pablara alguna me ayudó con las bolsas a entrar a mi casa. Lo observé con detenimiento y me pareció que no era peligroso y que solo estaba medio loco o algo por el estilo.
Me contó su vida como si fuese un cuento, de que su familia no lo visitaba, de su jubilación, de sus pariente lejanos y salvo por la extraña muerte de su esposa, diría que era de lo más común. Ella había muerto en este balneario, en esta misma playa, misteriosamente ahogada, hecho que él siempre puso en duda, aquella mañana que su mujer se había ido sola a la playa. “Era una excelente nadadora”, me dijo con alguna lagrimas en sus ojos. Me contó que siguió viniendo al mismo lugar para recordarla y quizás para averiguar de qué murió.
-¿No le hicieron autopsia?-, le pregunté.
-No, no quise, eso fue un error. Ahora me doy cuenta de que no tenía que haberla dejado ir a la playa sola. Se sentía perseguida, con miedo de que algo malo le estuviera por suceder. Fue como una premonición.
-¿Y Ud., como vino a parar acá, me preguntó?
Como mi vida no tenía nada de extraordinario para contarle, salvo mi alegre soltería, me limite a contarle mis peripecias con los pájaros, su exacta rutina, su misterioso ritual que observaba a diario en casi todo este balneario.
-¿Sabe algo?, no me extraña nada de lo que me cuenta. Mi mujer me decía lo mismo, veía y sentía las mismas cosas que Ud.
-Bueno, le dije sonriendo, me deja más tranquilo.
- Ella había descubierto algo en este lugar, se lo puedo asegurar, por eso la mataron.
-¿Y cómo cree Ud. que la mataron?
-No sé, supongo que con algún veneno, ese que la vieja pone para las liebres.
-Ah, no sabía nada.
-Sí, fíjese en el fondo, pero tenga cuidado.
Le agradecí a Walter todas sus palabras y me fui a dormir pensando que quizás Walter no estaba tan loco. Me costó dormirme, los ruidos del bosque se alineaban unos a otros y armaban una historia fantástica sobre los residuos de mi mente. Soñé con liebres y venenos.

3


El día consecuente lo transité especulando en todo lo que me había contado Walter, lo de la vieja y lo de la extraña muerte de su esposa. También pensé si no sería todo un invento, pero tampoco encontraba el móvil para que Walter me refiriera todo esto. ¿Estaba loco o tenía miedo de verdad? ¿Estaba buscando en mí un aliado? Pero, ¿para qué?
Ese día no lo vi en el rancho, se habría ido o estaría durmiendo, pensé. Yo aproveché para salir a caminar por la playa, ya que en pocos días se terminaban mis vacaciones. Me sorprendió que los vecinos de enfrente ya no estuviesen, a pesar de que estaba su auto y sus cosas en el jardín.
La vieja salió de pronto de adentro de la casa y me hizo una reverencia en el aire como cazando moscas. Llevaba unos bultos envueltos en bolsas negras que si estuviera Walter presente diría que son los restos de los inquilinos. Uno era grande y el otro más pequeño, falta el del padre, especulé yo.
-Se fueron sin avisar- me grito desde lo lejos. ¿Ud. los vio? Abandonaron todo y dejaron hasta las llaves. Yo venía a despedirme pero ahora me encuentro con este misterio. ¿Se habrán ido a la playa así porque si? ¿Es muy raro, no le parece?
-Sí, es muy extraño- , le dije, mientras miraba las bolsas negras y calculaba el peso que tendría cada cuerpo. Luego comprobé que eran solo de basura y deseche la idea de que los había asesinado la vieja. Deberían estar en la playa, supuse y quizás se habrían olvidado de cerrar la puerta.
-Ya a van a aparecer, le dije a la mujer. Dejaron el auto…
-Eso espero señor, porque mañana tengo que entregar la casa a otro inquilino.
Como era de costumbre, la playa estaba casi deshabitada, salvo por Walter que lo vi caminando para el otro extremo. De los vecino de enfrente, nada, ni siquiera sus ropas en la arena o algún vestigio de que hubiesen bajado a la playa. Recuerdo que tenían una sombrilla muy colorida, pero no se advertía su presencia.
Observé como de a poco Walter se fue transformando en un punto irreconocible, como un montículo de roca. Permaneció a lo lejos sentado, mirando hacia el mar, pensando quizás en su mujer y en las liebres. Decidí esperarlo un rato para preguntarle si había visto a los vecinos. Aproveché para darme un baño. Mi piel, seca y roja, a medida que pasaba el tiempo parecía que se fundía con mis huesos.
No estuve ni diez segundos en el agua hasta que se apareció el objeto. Pensé era una tonina o una gran corvina negra muerta, pero enseguida descubrí la verdad: era un cuerpo flotando sin vida, que misteriosamente la corriente traía para mi lado. Yo grité para la playa pero no había nadie, reflexioné lo peor. Salí del agua y corrí hasta donde estaba Walter y le pedí ayuda para sacar el cuerpo.
Mis dudas se evacuaron al instante al comprobar que era el cuerpo de la vecina de enfrente. ¿Y los demás, dónde están? ¿El esposo, el niño? Walter me miraba encogiéndose de hombros como diciendo que él no sabía nada ni vio nada. Observé hacia el horizonte y parecía no haber ningún otro cuerpo flotando. Llamé a la policía y a la dueña del chalet.
Esperé un rato a que viniera la policía junto a Walter que estaba como ensimismado y se agarraba la cabeza. Ya era medio día y el calor era insoportable. Las olas habían arrastrado al cuerpo hacia la arena, como si se lo quisiera sacar de encima. Unos turistas se acercaron estupefactos ante semejante espectáculo. La mujer estaba con la ropa puesta lo que me llamó la atención. Yo no podía dejar de pensar en los otros, en el niño y el marido. ¿Habrán ido por ayuda o se ahogaron también? Me acordé de pronto de las bolsas negras de la casera y de todo lo que me había contado Walter, lo de sus sospechas, lo de la extraña muerte de su mujer.
Al poco tiempo apareció la policía y una ambulancia que entró a la playa como si fuese un jeep. Nos hicieron las preguntas de rutina a mí, a Walter y a los turistas que se fueron enseguida. La vieja estaba como sacada, y se quejaba de que la municipalidad no le hubiera provisto de guardavidas este año y no dejaba de preguntar por los demás miembros de la familia. Luego de unos minutos que parecían interminables Walter y yo nos retiramos, atónitos. En el trayecto Walter no paro de hacer extrañas suposiciones y relaciones entre las diferentes muertes como si fuese un detective.
- ¿No le digo yo, que acá pasan cosas raras? ¿Realmente se ahogaron o los mataron antes y los tiraron luego al agua? ¿Van a investigar o esto queda impune como siempre, como la muerte de mi esposa?-
Yo asentía encogiéndome de hombros a cada inquietud de Walter, aunque no podía opinar nada, salvo que era realmente extraño que se ahogaran todos juntos, aunque podía ser, sería el típico caso que en que se ahogan todos tratando de salvar al primero que entró en pánico. No sería la primera vez, pero, a donde están los otros cuerpos y además ¿por qué habían dejado toda la casa abierta?
Luego supimos que esa tarde habían aparecido los otros dos cuerpos ahogados, en uno de los extremos de la playa justo donde había estado sentado Walter.

4

La mañana siguiente estaba nublada, la transcurrí dentro del chalet, no tenía ganas de salir. Los trágicos acontecimientos del día anterior me mantuvieron encerrado, no dejaba de pensar en los vecinos de enfrente. Desde mi ventana vi como se llevaban el auto y las pertenencias de la familia, vi también a la anciana deliberar acaloradamente con alguien que supuse seria un policía de la zona. Un patrullero estuvo estacionado en la puerta, pero después se fue con la señora dentro.
El caso para mí estaba cerrado, y para la prensa también, ya que los cuerpos no evidenciaban violencia ninguna y la autopsia había confirmado que murieron ahogados, pero seguro para Walter no, ya que según él no se encontraron ni su sombrilla ni sus otras pertenencias en la playa, ni ningún indicio de que se hubieran dirigido a ese lugar. Además, lo que era cierto, habían dejado todo el chalet abierto misteriosamente, como si alguien los hubiera arrancado de la casa. Sin embargo, la hipótesis de Walter me parecía descabellada, al igual que la historia de su mujer, que según su teoría había muerto envenenada.
A pesar de que algunas nubes se disolvían franqueadas por el sol, ese mediodía no fui a la playa. A la tarde me escapé en mi auto a otro lugar mucho más concurrido. Disfruté por unas horas de un balneario normal, con gente jugando en la arena, familias enteras en el agua, un bar improvisado en las dunas, y pensé si no hubiera sido mejor un lugar como este y no el otro tan aislado y extraño.
Cuando volví a la noche, vi que estaban las luces de la casa de Walter prendidas, se me ocurrió visitarlo, quizás como despedida. Estacioné, me di un baño, agarré una botella que encontré al pasar y le toqué a la puerta. Hacía algo de frio, los árboles se acariciaban lujuriosos unos a otros con la complicidad de la noche.
-Pase, pase, me dijo. Lo vi entrar con el auto.
-¿Molesto?
-No, para nada, justo estaba por tomar algo-.
La casa era esas típicas rústicas de los balnearios, con las acuarelas berretas en las paredes, las mesas de cármica, y la vajilla rota, pero en este caso me llamo la atención el desorden que había. Debe ser parte del desorden mental de Walter, pensé.
-Hoy no lo vi en todo el día, me dijo.
-Me fui a otra playa.
-Hizo bien, en esta corre peligro, dijo sonriendo.
-Puede ser, le contesté.
-¿Sabe una cosa?, ya tengo mi teoría, fue la vieja, se ve que no le querían pagar y los liquidó a los tres.
-¡Pero ella sola es imposible!-, le dije yo.
-¡Tiene un hijo que viene de vez en cuando! Recuerdo que lo vi el día anterior a la muerte de mi esposa. Es grandote, medio bobo pero mete miedo y lo he visto también en el supermercado.
-Pero no hay prueba ninguna, ni nosotros escuchamos nada, ni vimos nada y eso que estamos enfrente.
-Lo hacen todo a la noche, así fue con mi mujer. Entraron a mi casa bien temprano esa mañana y le pusieron el veneno en el vaso de agua de la mesa de dormir.
-Quizás tenga razón, lastima no tiene las pruebas, sobre todo la toxicológica.
- No la necesito, mi mujer sabía nadar muy bien, además la muerte de esta familia me confirman mis sospechas.
-Es una extraña coincidencia, no se lo voy a negar, pero parece ser que ambos casos están resueltos para la policía.
-Puede que Ud. tenga razón, pero a mí no me convencen así nomas.
-Yo lo entiendo, pero por lo que pude saber, esta es una playa muy peligrosa, es muy honda, ¿se fijó?, y las corrientes pueden llegar a ser muy traicioneras; también supe que son muy frecuentes estos accidentes en la temporada veraniega.
Walter permaneció inmóvil y en silencio, quizás reconociendo que yo tenía algo de razón y que su teoría no era más que puras suposiciones. Luego me sirvió algo de comer y beber y yo aproveché para despedirme ya que a la tarde subsiguiente se me acababan mis vacaciones. Me fui y crucé la medianera tratando de encontrar alguna liebre. Una luna menguante y lacrimosa me mostró el camino.

5
Al otro día me desperté más temprano que de costumbre para armar mi valija y acomodar las cosas del chalet. Desayuné en el fondo con la exhibición eterna de los pájaros, y un sol que por momentos hacía sentir que era el rey. Descubrí que Walter se había dejado unas cosas olvidadas en mi casa y aproveché para llevárselas, pero no lo encontré, se había ido, el auto no estaba y el chalet estaba cerrado y con las persianas bajas.
Qué raro, se fue sin saludarme, todos se mueren o se van de este balneario, pensé. Me había quedado solo, apenas acompañado por los pájaros y el rumor del mar. Pero al rato apareció la vieja. Venía a revisar la casa y pedirme las llaves. Entró y recorrió todo el chalet asintiendo con la cabeza. Luego se fue al fondo a cerrar el quincho con llave.
-Está todo bien, me dijo. Cuando termine de armar sus cosas vengo de nuevo y recojo las llaves. Espero haya pasado bien. No se olvide de nada.
-Si, muy bien, salvo los extraños acontecimientos…
-¿Qué acontecimientos?
-Los de ayer en la playa. La familia que se ahogó, los vecinos de enfrente.
-No sé de qué me habla señor, ¿qué vecinos? Ud. es el único que me alquiló esta temporada, está muy difícil la situación. Es por el dólar, ¿vio?
-Pero y ¿Walter el del chalet junto al mío? Estuvimos hablando sobre él, no lo recuerda, lo de las luces del fondo, las ramas, el que se queja siempre…
-No señor, no lo recuerdo. Y discúlpeme, ya me tengo que ir, deje a mi hijo en el supermercado y la verdad no le tengo confianza.
- Bueno señora, vaya, no la retengo mas.
Ahora no sabía si era yo el que había enloquecido y me había inventado todo, pero juraría que fueron reales los acontecimientos ocurridos en este chalet. Además la vieja me corroboró algo que había dicho Walter y es la existencia de su hijo medio bobo. Esto derrumbaba toda la coartada de la vieja.
Repase uno a uno los días y horas que estuve de vacaciones, a Walter, a los vecinos, a los policías, a los turistas y certificaría que existieron. Y seguramente la vieja estaba detrás de todo como decía Walter, lo de su mujer, lo de los vecinos y quizás la desaparición de Walter mismo, ¿dónde estaba, ahogado también?
Mientras esperaba a la señora me senté en el fondo con los pájaros y empecé armar el rompe cabeza, las sospechosas bolsas negras, la casa de la familia que había quedado abierta, los cuerpos flotando con la ropa puesta, la vieja cavando un hoyo en el fondo, el veneno para liebres de la mujer de Walter, los extraños acontecimientos en el supermercado. Todo me conducía a ella, la vieja estaba detrás de todo, era evidente, y el próximo era yo
Decidí irme antes de que viniera y denunciar todo a la policía. Armé mi valija y tome un cuchillo por las dudas. Cerré el chalet y me subí al auto, sabía que tenía los minutos contados. Cuando arranco veo venir a dos patrulleros que se interpusieron sobre mi camino y me cerraron el paso. Trate de huir pero fue en vano. En uno venían dos policías, en el otro solo uno y la vieja. Yo no entendía que estaba sucediendo, me dijeron que bajara con las manos en alto. Deje el cuchillo sobre la guantera por las dudas.
-¿Walter Espósito?

FIN



































Texto agregado el 25-06-2019, y leído por 114 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-10-2019 Nada mejor que una vida contemplativa y saber describirla. Tejera
26-06-2019 Increíblemente bueno, hace mucho que no leo un cuento que me atrape desde el vamos hasta el fin. Lo cuentas en forma tan fluída tan arrolladora, que pone los pelos de punta. Gran coherenia en la narración que es un crescendo de tensión e intriga. No te conocía, seré tu lectora si todo lo que entregas tiene esta cualidad... Yvette27
 
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