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Era sólo cruzar ese breve trecho, la muralla engalanada de buganvilias, aquel grifo inútil, el escaño verde nilo y un sendero de piedrecillas que delataba cada paso. Era sólo eso. Y su voz que completaba el escenario con sus entonaciones únicas. Estaba sola otra vez desgranando los sones de una bella melodía. Yo crucé por su lado haciéndome el indiferente, pero de reojo pude visualizar algo de ella, su cabello negro, su tez clara, su silueta esbelta… Era un privilegio, un gozo y sin embargo, avancé sin detenerme, a paso lento sintiendo crujir la gravilla bajo mis pies y forzando mi campo visual para, en esa inutilidad, continuar imaginándola.

Ella cantaba allí, precisamente en ese escenario breve y sus espectadores eran los gorriones, uno que otro anciano que se acomodaba en ese escaño verde nilo para reposar sus huesos y al escucharla, achinar sus ojillos cansados y estudiarla mientras el aria o una romanza entonadas, se elevaban libres transportando algo suyo que podría ser su inocencia, su espíritu o acaso sus propias ansias de sobrevolarlo todo, puesto que, de hecho, ella misma era la imagen perfecta de un ángel clavado en la tierra, en medio de construcciones antiguas provistas de torreones derruidos, piedras carcomidas circundando ventanales en los que nunca se asomaba nadie.

Pero yo no me atrevía ni a mirarla. Ahora pienso que era respeto, o tan sólo un miedo visceral, porque de pronto se me figuraba que era una extemporánea aparición que capturaba las melodías de las radioemisoras tal si fuera un diapasón que lo transformaba todo en trinos que de tan sublimes, ahora se me figuran aterradores. No, me negaba a estrellar mi mirada en la suya, acaso vacía de presente y volcada en simples evocaciones. Pero, no podía sustraerme a su influjo. Y cruzaba el muro de buganvilias, estrellándome siempre con ese grifo debido a mi torpeza y conteniendo el dolor del golpe, cruzar el breve trecho sabiéndola, percibiendo como su voz escalaba a tesituras increíbles y con el rabo de mi ojo tratando de verla sin verla plenamente y doblando la esquina decorada de graffitis y leyendas sin sentido, ya imaginándola como una sirena que embobaba a los tripulantes de algún barco con su canto misterioso y ellos, envanecidos de mares y aventuras, navegando sin saberlo hacia su propia destrucción. La trataba de recomponer en mi imaginación, la dibujaba una y mil veces con los datos precarios del tímido soslayo y surgían mujeres que podían ser cualquiera, siendo que ella no era ninguna o acaso todas. Pero no, era diferente y me seducía, pero esa seducción imponía sus reglas y claro, le temía porque en ella cabían todas las imágenes de la mitología plasmadas en su cuerpo perfecto, en su voz de timbres lejanos, en esos ojos que sólo adivinaba, pero que intuía me observaban con fijeza.

Aquella tarde me interné una vez más porque aquel sendero, pero esta vez provisto de un nuevo sentimiento. Me había juramentado a mirarla, a fotografiarla en mi mente para no enfebrecerme con aproximaciones que no me entregaban un todo preciso. Incluso, me dije, hablaría con ella y la felicitaría por su canto tan hermoso. Reconozco que me cuesta mirar a la gente a los ojos y es un tema que se refleja más por la timidez enfermiza de mi carácter. No es extraño entonces que nunca haya enfocado mi mirada para recibir el don de la suya. Pero esta vez lo haría, la miraría fijamente, sería locuaz, acaso surgiera algo, vaya uno a saber. La tarde era calurosa y el aroma de las flores proclamaba un estío melancólico, esa sensación vaga de que todo termina alguna vez para que sólo predomine su recuerdo. Y quizás sólo fue un presagio el que pendía de la plenitud de esos aromas para suavizar sus alcances tan absolutamente devastadores.

La larga cinta que formaba un cerco amarillo, tantas veces visto en los filmes policiales, me detuvo de golpe. La gente se arremolinaba en los alrededores mientras adustos personajes impedían el paso. Me estremecí. No era un lugar concurrido, algunos lo vadeaban, acaso invadidos del mismo sentimiento que me embargaba a mí. Pero ahora parecía que la ciudad toda se había volcado para presenciar algo que temí sería doloroso.
Fue primero una anciana la que me contó la noticia, mordisqueada por las imprecisiones.
-Mataron a la cieguita. Fue su amante celoso el que la apuñaló.
Mi cabeza estuvo a punto de estallar al escuchar esto. ¿La cieguita? ¡Dios! ¡Nunca lo supe!
Y un sentimiento que se debatía entre el horror de tal acontecimiento con la mezquina sensación de frustración al comprender que ella nunca supo de mí, me mantuvo inerte y ahora ajeno a todo.
Lo cierto es que a la pobre muchacha la asesinó un tipo ebrio que quiso tener algo con ella y que al negarse la muchacha, le enterró un estoque en pleno corazón. Y fue ese objeto punzante el que le arrancó el alma y la voz y toda la magia que irradiaba de ella, acabando de paso con mis cavilaciones fantasiosas.

Con los años, todo ha cambiado en ese lugar, que se ha convertido en un barrizal frecuentado por seres grises que se escabullen de la sociedad para arrastrar sus muñones existenciales, fumando marihuana, bebiendo o dormitando junto a perros famélicos y tristes, igual a ellos. A la chica, no, no la he olvidado. Y a menudo intento una conversación estéril con ese halo de misterio que fue su existencia, sólo para saciar esa persistente curiosidad que crece día a día. Porque detrás de todo esto, muy oculto incluso para mí, subyace un embrión que ni siquiera alcanzó a ser abortado y que posiblemente sólo sea un enamoramiento que jamás tuvo la oportunidad de manifestarse y que ahora, aún ahora, me punza en el pecho como un estigma y ya casi como un malestar físico que me temo que sea absolutamente incurable.












Texto agregado el 20-07-2019, y leído por 78 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
21-07-2019 Un texto intenso amigo, escrito con limpieza y en contenido lleno de emociones. sentirlo y comprenderlo es muy sencillo, pues ofreces esas emociones con mucha facilidad para tomarlas... un beso y un abrazo. maariadelapaz
20-07-2019 Hermosa narración mi querido Gui! Por eso es que no hay que dejar pasar los momentos porque luego son irrecuperables y nos queda esa cruel mordida en el corazón. Pero amigo mío, todos lo hacemos, todos dejamos escapar momentos. Me encantó y me hizo reflexionar. Besitos. Magda gmmagdalena
20-07-2019 Linda narración, el amor a veces nace del deseo más puro y es puesto a prueba de maneras inimaginablemente cruentas Helenluna
20-07-2019 —La belleza, a muchos incluido yo, asusta y cohíbe a tal punto que muchas veces no nos animamos a manifestar nuestros sentimientos y la vida despiadadamente la arrebata en el momento en que rendidos nos animamos a acercarnos a ella. Hermoso cuento, pero con triste final. —Saludos y abrazos. vicenterreramarquez
 
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