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(Segunda nota en primera persona)

Soy la única hija de mi madre. La mayor parte de mi infancia estuve rodeada de adultos y bajo las estrictas reglas de una abuela que pensaba que a los niños se les mira, pero no se les debe escuchar.

No soy apocada, solo evito el contacto social innecesario. Nunca me sentí sola, tuve una nutrida tropa de compañeros de juego. En los corredores y el patio habían macetas de todos los tamaños y formas así que jugaba con mis amigas Rosa, Dalia, Lili, Hortensia, Azalea, Violeta, con mis amigos Jacinto, Gerardo que era un geranio y un dragón de san jordy que pasó a Solojorge, una extraña especie de palmera conocida como Puropepe, se nos sumaron después Felipe el gato y Yonatan el perro, que tuvieron a bien renunciar a su callejera libertad después de semanas de ponerles sobornos de comida.

Tenía una buena provisión de gises de colores con los que dibujaba escenarios de lo más variados. Lo mismo construía un salón de clases, al siguiente día un mercado, en otro un barco, un cielo con nubes sobre el que podíamos caminar, podíamos ser todo y hacer todo. Al final terminaban borrados por mi abuela con cepillo y jabón.

Poco después de la muerte de mi papá, me encontraba dibujando una carrera de matarrayas en el rellano de la escalera, cuando llegó una vecina amiga de mi mamá. Dijo que esperaba un hijo de mi papá.

Mi mamá lloraba con las manos cubriendo su cara, pero mi abuela roja de ira, le dijo que si lo que quería era un apellido para su bastardo, lo demandara de la familia de mi padre, pero que si lo que quería era dinero, ya podía ir buscando un trabajo, porque quemaría esa casa hasta sus cimientos, antes de darle un solo peso.

Un día de tantos, alguna comadre vino con la noticia de que aquella vecina había bautizado a su hijo con el inusual nombre de mi papá, que fue también el de su abuelo y de su bisabuelo y que yo por fortuna no heredé por ser niña.

Nunca vi a mi mamá llorar tanto, ni siquiera en el funeral, la abuela estaba tan furiosa, que dicen que fue a la iglesia y abofeteó al cura, aunque gracias a eso, nos libramos de la obligación de ir semanalmente a misa y me ahorré los sacramentos.

Pasada la tormenta, cuando caminaba a casa a la salida del colegio, me asomaba por la reja en la casa de la vecina. Yo quería mirar a mi hermanito. Un pequeño bebé que sería conocido con el inusual nombre de pila de mi padre, pero nunca pude hacerlo.

A pesar de eso, mi hermano, se integró a mi universo imaginario y pasó a ser mi amigo favorito.

La vecina se marchó del barrio, tal vez también de la ciudad, ignoro si finalmente consiguió él apellido de mi padre para su hijo o si de la familia de este obtuvo dinero. Nunca volvimos a verla.

Hoy día, sigo conversando en mi mente con mi hermano, es mi persona favorita. Me gusta imaginar que dondequiera que esté también pretende que habla conmigo.

Texto agregado el 09-08-2019, y leído por 268 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
04-10-2020 Qué bien describís la soledad sin nombrarla. Abrazo. MCavalieri
22-09-2019 Uyyyy que linda historia y tan fluida tu forma de escribir. Hubo partes que me hicieron eco y realmente me habría gustado seguir leyendo tan atrapante historia***** Un abrazo cariñoso Victoria 6236013
14-09-2019 Me gustó el relato se lee bien y me gustó tu personaje, aunque me dio pena el aislamiento de esa niña, si fuese una historia real, me gustaría encontrara a su hermano. Saludos. Magda gmmagdalena
12-08-2019 Me atrapó tuu historia. Vaya_vaya_las_palabras
10-08-2019 Muy original. Disfruté de la singular historia de barrio. Shalom colega de la pluma Abunayelma
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