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Una cicatriz en su rostro dividió su existencia en dos: antes, sonreía despreocupado, su personalidad era arrolladora y su porvenir, brillante y ahora, cuando caminaba ocultando ese estigma que le cruzaba sus facciones, tal situación deshonraba todo su quehacer y era objeto de innumerables prejuicios. Se le atribuía haber participado en un duelo de machos en pos de una mujer y que el más guapo supo esquivar sus estocadas y asestó una navajada plena en su mejilla derecha. Se decía. Otros aseguraban que fue su propia mujer, hastiada de sus maltratos, la que cobró venganza con un afilado cuchillo mientras él dormía en su lecho. Y que huyó hacia la Argentina para después cruzar el Atlántico y apuntar hacia Europa. Decían. Otras teorías aseguraban que había sido un asalto, un intento de suicidio, un accidente mientras se afeitaba y una cantidad innumerable de hipótesis descabelladas. Pero, el surco rosa que mancillaba su mejilla y estaba en boca de todos, importaba más que todo su prestigio, se presentaba a los demás antes que el mismo los saludara, era su nueva cédula de identidad y la boca suplementaria que difundía embustes, historias fantasiosas, asuntos sórdidos que provenían de los bajos fondos.

Un día cualquiera, el hombre de la cicatriz desapareció y nadie supo más de él. Y otra avalancha de teorías comenzó a esparcirse por la ciudad. La más piadosa decía que había fallecido al no soportar tanto rechazo. Otra, aseguraba que un rayo hizo blanco en su mejilla y la sangre se le escapó copiosa en forma de lluvia roja, que ahora es un ermitaño, que sólo transita en la noche como un espectro, para disimular su cicatriz.
Lo cierto es que el hombre ahora ya no está en el país. Cruzó la cordillera con rumbo hacia la Argentina para después viajar hacia Europa, busca a alguien para batirse a puñaladas por el amor de una morocha, quiere participar en un asalto, ver saltar su sangre en forma de lluvia tras el rayo que se estrelló en su mejilla. Se aproxima a cada historia inventada para darle un origen más digno a su cicatriz ya que en realidad todo es mucho más simple: un trozo de vidrio que se desprendió de un edificio y fue a estrellarse en su mejilla. La vida, algunas veces nos ofrece ser partícipes de situaciones épicas y en otras ocasiones nos deja inermes ante los prejuicios y discriminación de los demás.












Texto agregado el 25-08-2019, y leído por 106 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
26-08-2019 Muy bueno. Pero al final yo lo dejaría en "La vida, algunas veces nos ofrece ser partícipes de situaciones épicas". Saludos! Nilope
26-08-2019 Muy bueno. Pero al final yo lo dejaría en "La vida, algunas veces nos ofrece ser partícipes de situaciones épicas". Saludos! Nilope
26-08-2019 Y las cicatrices que nadie ve? Muy buen texto. glori
26-08-2019 Así es como se forman las leyendas urbanas, de poco conocimiento de causa, muchas imaginación y a veces, una pizca de mala intención. Buen relato. Helenluna
25-08-2019 La estigma de una cicatriz se asemeja a "ser portador de: cara, raza, apellido...". Sin comerla ni beberla induce a la discriminación social y el rechazo. Otro cuento bien inspirado surgido de tu fina pluma creativa. Saludos. Clorinda
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