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Nació en la calle parido por una perra flacucha que los dio a luz a él y a cuatro cachorros más. Crecieron a media tripa sorbiendo desesperados las exiguas tetas de su madre. Establecido su hogar bajo la panza de una camioneta abandonada, poco les duró la suerte, ya que un día se llevaron ese trasto para desguazarlo y los cachorros conocieron el cielo acerado que se cernía sobre ellos, lo que celebraron con aullidos en que se confundía el asombro y el hambre más visceral.
Por cosas de la vida, alguien se llevó a sus hermanos para venderlos en alguna feria libre y él, apegado a los refajos tibios de su madre, pasó desapercibido. Pronto conocería el significado de la soledad, de la hostilidad de los humanos hacia todo aquello que no luciera agradable a sus ojos. Sus crenchas grisáceas lo hacían parecer una especie de alimaña y eso fue suficiente para que los chicos del barrio lo apedrearan y los mocetones patearan sus débiles costillas. Sus aullidos exacerbaban la indolencia y malignidad de esos rapaces. Su madre, flaca como pellejo, no soportó los rigores del invierno y una mañana cualquiera, la parca agarró sus huesos y la restó de este mundo. Desde entonces, el pequeño esperpento debió rebuscárselas por sí sólo, ya sea confundiéndose en los basurales rasguñando bolsas de basura con qué llenar sus tripas. Un vagabundo lo sorprendió en dichos menesteres y como destripar bolsas y vaciar toneles era la especialidad del tipo, pateó sin miramientos a quien le estaba haciendo la competencia con la más impune de las deslealtades. Pero el pobre quiltro no cejó, porque el hambre ya le oscurecía su mirada perruna. Y tuvo la fortuna de encontrarse con un delicioso trozo de carne, el que agarró con su hocico mugriento para engullírselo con avidez.
A sus cuatro años, Hilacha, que así fue bautizado por un rapaz que le arrojó un trozo de pan, ya conocía muy bien el rodaje de la ciudad. Sabía en dónde encontrar sabrosos huesos y comida fresca. Y en las noches, no faltaba el grupo de vagabundos que capeaba el frío al calor de un fogón. Allí se aparecía Hilacha, mugriento pero feliz, para confundirse con la existencia grisácea de esos hombres, tan sucios como adormecidos en su miseria.
Y como dicen que a nadie le falta dios, un día se apareció un par de jóvenes, quienes lo acariciaron, le pusieron un collar y se lo llevaron quizás con qué oscuras intenciones. Nada de eso, los muchachos pertenecían a una brigada protectora de animales abandonados y cumpliendo con sus protocolos, bañaron al perro, le dieron de comer y lo rebautizaron como Sultán. El animal, acicalado y con el estómago lleno parecía otro, lo que lo reconfortó porque intuyó que su existencia cambiaría para bien. No fue así. Fue entregado en adopción a una familia del barrio alto de la capital, quienes lo acogieron con grandes muestras de cariño. Pero, al poco tiempo, el animal fue subido a una camioneta, llevado a los extramuros de la ciudad y abandonado una vez más a su suerte. Sultán, Hilacha o como quiera que lo hayan motejado en otras oportunidades, se internó experimentado por aquellos lares hasta que dio con otro grupo de vagabundos que se preparaban para darse un festín con algo de comida recolectada. Uno de los individuos divisó al perro y lo invitó a acercarse.
-Ven para acá, Miseria. Psh psh psh.
Y el pobre animal comprendió que su mundo era ese y ningún otro. Además, su nuevo nombre le quedaba a la perfección, como si fuese la insignia de ese mundo precario, pero generoso, en que no faltaba la caricia en el lomo, el escupitajo y un fogón para calentar las penas.












Texto agregado el 28-09-2019, y leído por 199 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
28-09-2019 —Vida de perros. Sí, vida de perros que hace pensar que en este mundo también hay animales de dos patas que por circunstancias de la vida, también les toca vivir la misma vida que aquellos de cuatro. —Saludos y un abrazo. vicenterreramarquez
28-09-2019 Los perros de la calle son víctimas, pobrecitos. Hay maneras mas responsables de traer animalitos al mundo. Un abrazo Guido, siempre es un placer leerte. Vaya_vaya_las_palabras
28-09-2019 tristisimo, pero sigo admirando tus letras. maariadelapaz
28-09-2019 Lindo cuento y me encanta cuando tiene feliz final yosoyasi
28-09-2019 Muy triste historia, que pena que la tenencia responsable de animalitos a veces se tome tan a la ligera. helenluna
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