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La Española- V

Unas semanas antes a que Ignacia entrara de la mano de “La Española” a la fábrica y a la casa de Giuseppe, el destino había comenzado a entretejer su telaraña más oscura, de la cual ellos eran sólo minúsculas moscas apresadas, esperando ser devoradas por lo irremediable. Lo que Marietta tanto temía, se desencadenó.

- Andiamo Natalio, no hagas esperar a tu padre, la mesa está servida y él se pone impaciente.

La voz de Marietta, como todos los días, llamaba a su hijo a almorzar. La Nonna en esta oportunidad había hecho un rico guiso de mondongo que le había enseñado una vecina. ¡quien hubiera dicho que comerían mondongo! Pero eran épocas de economías duras, el esfuerzo y ahorro que las mujeres hacían en la casa era un alivio para Giuseppe, él tenía que hacer frente a los gastos de mantener la fabriquita contra viento y marea, se lo debía a su familia y a sus empleados.

- Natalio, hijo, dejá esos libros.

Ante el silencio del muchacho, Marietta abrió la puerta y con horror vio a Natalio caído sobre su mesa de estudios; escupitajos sangrientos habían caído sobre sus libros y apuntes. La madre sintió que el mundo se desmoronaba, su peor pesadilla estaba ocurriendo. No, no era una pesadilla, era una realidad.

- Ohh nooo, Dios mío, nooo por favor – los gritos de Marietta llenaron la casa.

Corridas, gritos, llantos. Giuseppe con el corazón estrujado llamó inmediatamente al Dr. Galíndez, el médico de la familia, pero ya sabía, él sabía y Marietta también.

Pasaron varios días desde que el joven tuviera la descompostura; el Dr. Galíndez inmediatamente lo internó en el Hospital Tornú, dónde se le hicieron todos los estudios, que dieron los resultados que ya todos presentían.

- Tiene tuberculosis – diagnosticó el galeno, mirando con compasión a los atribulados padres.

Era una pesadilla, la peor. En la fábrica, el silencio de las trabajadoras hablaba a las claras del ánimo de todos. La Nonna no dejaba de llorar y rezar el rosario, la desgracia había caído como un rayo sobre el hogar de los Iacono. Ya nada sería igual a partir de entonces.

Natalio, “el dottore”, era una víctima más de la despiadada enfermedad.

Era el invierno de 1941 cuando Giuseppe y Marietta comprendieron que los sufrimientos nunca se acaban en la vida . Giuseppe se enojó con Dios y nunca más volvió a pisar una iglesia, ni siquiera había tomado esa actitud al perder su pierna derecha, ni tampoco cuando supo de la muerte de su familia.

- Es demasiado Dios, es demasiado - gritó esa noche al cielo, de rodillas sobre el suelo helado del patio de su fábrica, la que con tanto esfuerzo había levantado para sus hijos. ¿Por qué? Dios ¿Por qué?

***************



La Española - VI

El pedido de “La Española” había llegado en el momento oportuno. Virginia, la muchacha que ayudaba a Marietta con el tema de las "mateadas" y que, además trabajaba unas horas en la sección de embalaje, se había despedido por razones familiares.

Giuseppe sospechaba que la chica se había asustado por la sombra de la tuberculosis que se cernía sobre el hogar de los Iacono, tenía todo su derecho a hacerlo, aunque el médico les había afirmado que si se tomaban ciertas precauciones el contagio no era probable; debían mantenerse alejados del enfermo y usar la mayor higiene en el hogar, sobre todo con los efectos personales de Natalio.

Giuseppe pagó a Virginia sin una palabra de reproche, lo que le adeudaba del mes y le agregó unos pesos más; sabiendo que la chica necesitaría ese dinero mientras buscaba otro trabajo.

Esa misma mañana habló con el resto de los empleados. "Mejor tomar el toro por las astas" – se dijo para sí. A la hora en que tomaban el mate de la media mañana, un Giuseppe envejecido se sentó en una de las mesas con el grupo. Todos guardaban un respetuoso silencio, sabían que "El Patrón" tenía algo importante que decirles.

- Amigos, voy a hablarles sin rodeos. Mi hijo, como bien saben, está muy enfermo; en estos momentos, se encuentra internado recibiendo tratamiento, los doctores nos han dado esperanzas de que va a salir de este cuadro crítico en el que hoy se encuentra y hemos decidido que cuando le den de alta vuelva a casa. Marietta no quiere que vaya a Córdoba, intentaremos cuidarlo aquí y veremos que ocurre.

- Otto y Klaus, si ustedes van a seguir trabajando conmigo lo primero que haremos, antes que Natalio regrese, será pintar toda la casa y la fábrica, vamos a blanquear todo muchachos y además, quiero hacer unos arreglos en su habitación. Es importante hacer un pequeño excusado en ella, es un cuarto grande y creo que con un poco de maña podremos traer los caños y hacer lo necesario ¿qué les parece?

Los alemanes asintieron con la cabeza. Ellos no tenían miedo, cosas peores habían pasado en sus cortas vidas.

- Chicas, en ustedes está decidir si quieren permanecer trabajando aquí, les aseguro que tomaremos todas las precauciones para que puedan estar tranquilas. Si alguna decide irse, no me molestaré, pero si deciden quedarse, quiero que sientan que estarán protegidas, nosotros nos encargaremos de ello. Quiero escucharlas reír y parlotear como siempre, como si nada hubiera cambiado.

Dicho esto visiblemente emocionado, Giuseppe tomó un último sorbo de mate y, levantándose de la mesa se dirigió a su oficina, a la espera de las posibles renuncias. Pero nadie se presentó. Después de un rato, el ruido de las máquinas y el parlotear de las trabajadoras, le demostró que todo seguiría como antes.

Giuseppe respiró aliviado ante el gesto de apoyo de los hermanos y las mujeres. No era algo insólito para ellos, muchos tenían amigos o parientes que habían contraído esa enfermedad sobre todo los que vivían en los conventillos o en las casas de inquilinatos tan comunes en el Buenos Aires de la época. (*)

Cuando Maura lo habló de su prima, Giuseppe le preguntó si no le preocupaba que la joven trabajara allí, a lo que ella respondió que sentía la misma preocupación que por sí misma, pero que necesitaba trabajar y que confiaba en que teniendo los cuidados que se tomarían, no habría problemas, menos aún que el que se tiene al circular en los tranvías o trenes, dónde no se puede saber si el compañero de asiento contagia.

Ignacia ocuparía el lugar de Virginia, era un trabajo que bien podría realizar una joven de su edad y además estaría unas cuantas horas diarias con Marietta y la Nonna lo cual sería beneficioso para las tres.

Así fue que un par de días después las primas llegaron juntas a la Fábrica y todos se sorprendieron por lo diferente que eran.

Mientras que “La Española” era ya a sus veinte años una mujer impactante de cuerpo sinuoso. Ignacia era delgada casi hasta la transparencia, su cuerpo de púber aún no mostraba signos del cambio que seguramente en pocos años se produciría; era rubia de largos y lacios cabellos con unos hermosos ojos azules, la joven parecía una grácil muñeca. Pero algo era indiscutible, las dos muchachas eran hermosas.

Marietta al ver a la jovencita, sintió que su dolorido corazón se estremecía de ternura.

(*)Nota: En la década de 1940 un nuevo brote intenso de tuberculosis azotó la ciudad de Buenos Aires, producto de las grandes corrientes migratorias internas del campo a la ciudad, lo que produjo pobreza y hacinamiento, caldo de cultivo para que se propagara la enfermedad que se transmite por vía aérea del enfermo al sano.

María Magdalena Gabetta

Texto agregado el 04-10-2019, y leído por 172 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
05-10-2019 Es verdaderamente un deleite, aún con sus partes trágicas yosoyasi
05-10-2019 Continúo deleitando de la historia...Abrazotes cordobeeeesita Abunayelma
 
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