| Jorge fué uno de los últimos en la empresa  en ser despedido, antes  de  cerrar definitivamente. Su jefe le tenía especial estima por responsable,  competente  y  también por ser, dentro de los informáticos, el más afable.   Con cincuenta y tantos años, hijos en la universidad y dividendos que pagar no le hizo asco a bajar el estatus  y trabajar como vendedor de televisión por cable.  
 Lleva tres  semanas trabajando, y no va mal.  Es la primera visita del día, media mañana. Toca la puerta del potencial cliente. Mientras espera  repasa mentalmente la estrategia de venta, revisa el portafolios con el material publicitario y la piocha de la camisa. Se siente con suerte. La puerta se abre.
 
 Un joven de pelo rosado-fuccia se asoma  con un tazón en la mano. Lleva un llamativo aro en forma de “X” , pantalón ajustado,  camisa  holgada  y pantuflas.
 
 -Si?  Que se le ofrece caballero? - comienza el chico,  con una ambigua mezcla de amabilidad y desconfianza.
 
 El vendedor, novato aun ,  se sorprende  de no ver una   “dueña de casa”, una nana o una    abuela a cargo de nietos  pre párvulos- clásicas clientas ante meridianas-  pero  vuelve a centrarse en el rol con rapidez.
 
 -Buen día joven, ¿tiene usted servicio de televisión por cable?  Tengo excelentes planes y promociones, ¿le interesaría conocerlos?
 
 El chico se le queda viendo. Toma un sorbo de lo que lleva en la taza, parece estar evaluando la propuesta.
 
 -Sin compromiso… -  persuade.
 
 - Ok , veamos que tiene. Pase.
 
 Se sientan frente a frente en el living, separados por una mesita de centro.  El chico  se acomoda en el sillón, cruza las piernas con gracia.
 
 - Bueno, tengo distintas opciones -  del portafolios comienzan a salir folletos  de colores chillones que van siendo configurados cual cartas de tarot en la mesa-   están diseñadas especialmente  para  los gustos de  cada tipo de  familia, ¿hay niños en la casa?
 
 -No, solo somos dos.  Mario, mi pareja, y yo . ¿Hay algún plan  “especialmente diseñado” para familias gay?  - jaque.
 
 Silencio incómodo.   Jorge busca en su repertorio de posibles respuestas  alguna que lo saque del aprieto. No la hay.  En su  superintensivo curso de ventas le enseñaron que cuando no tiene respuesta la mejor opción es devolver la pregunta.
 
 -¿perdón? ¿cómo dice? - devuelve, para ganar tiempo.
 
 El chico de melena rosafuccia  ignora la pregunta salvavidas.  Se inclina hacia adelante  y continúa perturbando a su interlocutor  con ojos inquisitivos y silencio.
 
 Para Jorge el momento es perpetuo. Siente que el muchacho lo juzga, siente que su turbación lo conecta con  antiguas culpas. De súbito, se le viene a la memoria su compañero de clase Lorenzo, el afeminado del curso, el que iba siempre de punta en blanco, la piedra de tope de las  burlas, el que  en las clases de gimnasia se defendía con patadas y escupos cuando sus compañeros machitos intentaban encerrarlo en los camarines, Siente que, aunque él no participó – directamente -  de las burlas ni las agresiones, fue cómplice  silencioso. Siente que cuando Lorenzo, en plena licenciatura de cuarto medio  mandó a todo su curso a la mierda y les dijo que esperaba no volver a verlos en su puta vida, debió por lo menos aplaudirlo...
 
 - Ok, ok –  el chico se compadece del atribulado vendedor – no quiero incomodarlo...solo estaba usando mi detector de homofóbicos, jajajaja.   Usted no es homofóbico, ¿verdad?
 
 -  Oh no, de ninguna manera – ahora responde sin complicaciones-  cada quien en lo suyo, es mi lema.
 
 - Bien por usted .  ¿tiene hijos? -  el muchacho la melena rosafuccia toma actitud de interrogatorio.
 
 - Sí, dos , están en la universidad ya.
 
 - ¿alguno es gay?
 
 - No,  no que yo sepa.
 
 -¿Le gustaría que alguno, a ambos, lo fueran? - jaque, de nuevo
 
 - Este… - flashback  de Lorenzo defendiéndose de sus compañeros  medievales -  la verdad, preferiría que no.
 
 - Pero me ha dicho que no es homofóbico…
 
 - ¡Y así es, joven!, a ver, como le explico…  -  lucha por salvar el honor, busca como demostrar que no es rechazo sino miedo...intenta algún tipo de eufemismo  -  Dígame, ¿a usted le gusta el vino?    Yo no bebo vino, no me gusta, nunca me ha gustado.  No obstante, sé que es  considerado una delicia y lo valoro como tal, me preocupo de que nunca falte en  las fiestas familiares,  le regalo botellas finas a mis mejores amigos  y  me deleito al verlos disfrutar tal bebida . No necesito beberlo para apreciarlo ¿me entiende?.
 
 El chico  escucha con atención la rústica pero bien intencionada comparación y su actitud se  torna condescendiente.
 
 -Mmmh…. Ok, ok,  digamos que sí lo entiendo...hasta me  podría convencer ¡Oiga!  Es usted un buen vendedor después de todo, y diría que hasta buena persona.
 
 - Me alegra...gracias.
 
 - En fín,  demasiada conversación, vamos al grano ahora y dígame  que alternativas de planes  me recomienda...
 
 Para Jorge, la venta ya no es importante.  Más le importa que, después de ponerlo a prueba,  este chico extravagante,   como un juez de la decencia, le haya  calificado como   “buena persona”. No esperaba eso. Tampoco  esperaba un racconto de viejas emociones y de disculpas que no se pidieron. Quiere creer que  si  Lorenzo no hubiese deseado no verlo nunca más en su puta  vida, así como al resto de sus compañeros,  tal vez habría tenido la oportunidad de  redimir su indolencia juvenil. Tal vez, ante sus ojos, también habría sido una buena persona.
 
 Aun así, conectado a sus fibras más sensibles, realizó su trabajo , mostró toda la gama  de posibilidades  de la-mejor -televisión-por-cable y concretó el negocio dejando al cliente muy satisfecho: vendió un plan Premium, lo mejor del mercado,   por el valor de uno básico... cortesía de la casa.
 
 
 
 
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