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Desperté a medias. Claro: inmerso en ciertas profundidades uno no sabe a qué distancia se halla de la “superficie”. Decía, en medio de un charco de semen, pringosos mi cuerpo, el calzoncillo, la sábana... Mi mujer dormía boca arriba a mi lado. Pensé en lavarme pero no estaba del todo despejado como para articular los pasos hasta el baño. En imágenes recordaba o vivía el sueño: La sensación del glande frotando con frenesí el pezón duro de un pecho grande. Muy grande. Julia se movía, vaya uno a saber en qué mundo se encontraba ella. O yo mismo. A veces las distancias que separan a dos seres cuyos cuerpos se tocan son enormes. La abracé, besé su hombro, ella suspiró. Mordía débilmente su cuello y una de sus tetas mientras me excitaba, ella comenzó a retorcerse, mansa. Noté, sin embargo, que aquellos senos estaban más grandes que habitualmente, llegué con la lengua hasta su ombligo y volví a trepar hacia esas tetas. No tenía dudas, eran muy grandes. Julia me tomó de las orejas y subió mi cabeza hasta la suya, labio contra labio. Un beso prolongado, ya estaba sobre ella.
-¿Te gustó mi sorpresa?-. Preguntó de repente. Me vi pasmado, adiviné que se trataba de aquellas tetas (su sorpresa)...
-Me las hice el lunes, y recién te das cuenta...-
No quería hablar en esa instancia, aunque siempre me causó repulsión la idea de las siliconas... pregunté que dónde se las había hecho y contestó que en la Clínica Pueyrredón. Un escalofrío me azuzó repentino, cruel... Yo trabajaba ahí. El doctor Oyarzún tomaba ese café horrible que parecía petróleo. A veces venía a mi oficina y contaba cosas de cirugías, mostraba fotos de hermosas tetas bien logradas y fanfarroneaba con historias de sexo con pacientes quienes además pagaban mucho dinero. Imaginaba a Julia con él, en su consultorio, ella haciéndole una mamada en gratitud por su flamante busto, riendo, él tomándole fotografías, manoseándola y cogiéndola… mas no pude abstraerme de aquel coito, el mío, el de la angustia... Escuchaba mi corazón desbocado, tapándolo todo como el traqueteo de un tren, desde el pecho a las sienes. Tomé esas tetas de Oyarzún con ambas manos, me retorcí como una culebra entre las brasas, de golpe, entre ellas. Los pezones duros rozaban una y otra vez el glande, con violencia, hasta lo incontenible... Eyaculé como una meada que no terminaba... Como saliendo de un túnel abrí los ojos: Julia encendió el velador sin soltármela, tenía su rostro brilloso, mojado.
-Feliz aniversario, amor.- Me dijo mientras se levantaba. Miré el precioso culo de mi mujer mientras se iba. Volvió con la botella transpirada y dos copas, con sus pequeñas tetas de siempre y una sonrisa inusitada. Había, finalmente, despertado: pringosos mi cuerpo, el calzoncillo, la sábana.
-¿Te gustó mi sorpresa?- preguntó, y me besó en la boca con ese gusto inconfundible.

Texto agregado el 30-09-2004, y leído por 1258 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
22-06-2011 joer me he puesto cachondo, parafraseando al bueno de javier krahe... olé, tus tetas. centeno
13-07-2009 Hermoso ohayoo
06-06-2009 muy bueno ^^ mamparas
05-03-2009 Muy bueno.. y conociendo a Freud diria que esos sueños son deseos reprimidos... (tengo sueños recurrentes parecidos a eso con mi mujer), Felicitaciones! 5* cesarjacobo
08-04-2008 Juas! Me interesa el tema y como pasaba por aquí me dije, por qué no detenerme por un par de tetas. Buena decisión. Yo de algo estoy segura, ni a putas me las opero. xwoman
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