¡Bandido estés! grite cuando vi al “Pelado” con su pico rosado, escasa cresta roja, enjuto y andar altivo; por ratos alargaba el cuello a punto de cantar o volar, luego revoloteaba cerca de mis libros, no aparentaba buscar estropearlos pero tampoco quería bajar al suelo.

Mientras escribía su nombre en mi cuaderno rayado, “El Caballero Carmelo” esperaba que voltee la siguiente hoja; sentí que desde la contraportada Valdelomar hacia un guiño pidiendo:

— Hazlo volver, pertenece a esta historia.

El pollón a pesar eso, continuaba impávido mirando cada uno de mis movimientos; ahora parecía decidido a tirar los lápices con sus patas. Sin embargo había algo que me conmovía: tal vez, era no descifrar su destino en el relato o quizá, él lo sabía y osaba escaparse de un triste final. En las páginas lo buscaban pero yo no sabía cómo avisarles que andaba sobre mi mesa de biblioteca del colegio.