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Si bien la maestra pluma de Garcilaso de la Vega trato de paliar con notas de atenuación la figura tan maltratada de don Francisco Pizarro, fue la docta y erudita obra de Cuneo Vidal quien logro moderadamente en su obra “vida de Pizarro” rehabilitar en parte la personalidad de este héroe trágico, cuyo origen, vida, hazañas y muerte le dan relieves de un raro ejemplar de soldado y capitán.

Su mismo origen no tan humilde como se cree, pues fue hijo del capitán Gonzalo Pizarro, famoso capitán en las guerras del siglo XV, cuya ascendencia se entroncaba con la de Hernán Cortez, cuando se ha tratado de afrentar a Pizarro llamándolo el porquerizo, el pastor de chanchos, se debe advertir que el cerdo era blasón heráldico y nada menos que la familia de los Pizarro, tiene como escudo un cerdo rampante sobre dos encinas, como se veía en la vieja casa de aquella familia, su misma aunque tardía ilusión de grandeza y de gloria, le comunican cierta extraña aureola, cierta sombría y recóndita ascendencia histórica, para que la posteridad vea en el al ominoso ejemplar humano.

Decían que Pizarro era un analfabeto, esta aseveración no es un hallazgo ni un insulto a su memoria, más bien es un elogio, porque cuando un hombre no es un analfabeto de espíritu aunque lo sea de las letras, está en camino de ser un genio, entonces las letras aquellas que lo hubieran desdeñado por imbécil, ahora se disputan el honor de servirle de pedestal.

Cuando Pizarro desembarca y pone sus plantas en América, no se queda estupefacto ni desilusionado como los palurdos, otea el ambiente con seguro instinto, ve las perspectivas, se mueve, se multiplica en una serie de siluetas que dibujan y desdibujan sus impulsos, ninguna de ellas le satisface, no le parece bien retratarse en segundo plano, su habito de pastor lo impele a buscar una piara con quien ejercitar sus aptitudes de mando, por eso abandona a Ojeda y Balboa, el Quijote no se alía con otros caballeros andantes, si toma escudero es porque así lo ordenan las prácticas de caballería; los pueblos viven su historia de acuerdo con su concepción dramática, en el teatro Griego los personajes que realizan una acción están condicionados por un sino cuya maquinaria es movida por los dioses, por eso la historia de Grecia es un conjunto de tragedias.

Don Francisco Pizarro para realizar su drama necesita comparsas, solo con ellos hará posible lo que acontece en los oscuros designios de su imaginación, este drama se llamara con el tiempo “la historia del descubrimiento del Perú” cuando ve el fracaso de Pascual de Andagoya que descorazona a la población aventurera de panamá, Pizarro primer actor sin contrata reconforta su ánimo frotándose los puños con las timoratas cenizas de ese fracaso, sabe que los hombres fuertes necesitan alimentar sus proyectos con la cobardía de los otros, las acciones heroicas necesitan de cierto grado de imposible para ser tentadas, lo pequeño lo realizan las hormigas, lo excepcional aguarda a que aparezca el hombre que se atreva a desnudarlo de las sombras.

Pizarro como un animal de presa tiene los sentidos híper aguzados, sabe distinguir sin cálculo lo que es absolutamente necesario para sus proyectos, solo así es posible explicar que del conjunto de aventureros que pululan en Panamá, elija a Hernando de Luque y a Diego de Almagro, el primero es un hombre de influencia y de posibilidades económicas, el otro de gesto aquilino es un soldado duro para la pelea y con un estomago a prueba de hambre, los dos aparentemente superiores a Pizarro, pero ambos listos a ponerse bajo la férula del supuesto porquerizo, que ya se siente pastor de hombres, en el convenio que celebran estos tres aventureros ¿Cuál es la contribución de Pizarro? Que tácitamente lo erige en cabeza y brazo.

Es que el personaje en este caso Pizarro, solo lo distinguimos como tal cuando ha concluido de hacer su figura y deviene esplendorosa, pero al hombre todavía opaco aunque lo veamos luchando con la adversidad y sometido a los vientos contrarios, al soplo divino de su impulso no sabemos mirarlo, nuestros ojos están muy mal acostumbrados, solo perciben lo pintoresco, lo que ya tiene perfiles definidos, si supiéramos mirar entenderíamos que el personaje siempre estuvo en plenitud, precisamente en los momentos de su más ardua lucha, es en aquellos momentos que sin que lo quisiéramos nos obliga a contribuir con sus propósitos, nos arrastra como comparsas de un drama en torno al papel que se ha propuesto representar, el rechazo que hacemos es nuestra mejor manera de provocarlas y aun de acatarlas, todo esto nos indica que don Francisco Pizarro ya era todo un personaje cuando contrato con Luque y Almagro, esa fue su más alta contribución y por eso se hizo jefe.

Avasallando las circunstancias Pizarro comienza a moverse, reúne gente de diversa catadura, el acicate de lo positivo es siempre lo negativo, los contrarios generan la síntesis, Pizarro no se fija en minucias, su voluntad ordena y los acontecimientos lo obedecen, todo gira en torno de su ímpetu, como las limaduras de hierro en torno de un imán, las naves dóciles aguardan en el puerto, se bambolean de babor a estribor impacientes de rumbo, noventa hombres se agolpan sobre las cubiertas, ciento ochenta manos se encrespan atormentadas, el capitán no parpadea parece de bronce, las quillas apuntan al sur y el agua del océano de Panamá se raja en surcos; los primeros días de navegación son alegres y fáciles, el mar está tranquilo y la camaradería hace que hasta canten:

El buen Rey Radamés
Lleva los calzones al revés
Jo Jo Jo

Cargados de provisiones no los deja ver la enormidad de la aventura, solo a medida que se adentran en el piélago los tripulantes comienzan a intranquilizarse se demudan, disminuyen los víveres y el agua escasea, los elementos se encabritan, al desembarcar las islas son inhospitalarias y peligrosas, detrás de la maraña tropical el ojo del indio atisba, las puntas de sus flechas están habidas de sangre, las alimañas se arrastran sigilosamente buscando a quien envenenar, frente a los nautas se alza el confín como un telón de brumas.
Pizarro es el único que no vacila, las flaquezas de su cuerpo están supeditadas por la tenacidad de su empeño, el no sufre hambre, ni sed, ni calor, ni frio, su proyecto lo nutre y hasta le hace el viaje confortable, sardónicamente llaman “puerto del hambre” al primer lugar al que llegan, esto los empuja más adentro hacia puerto quemado, adversidad tras adversidad, Almagro pierde un ojo, un flechazo preciso sirve para dar mayor colorido a esta parvada de aventureros, muchos desertarían si fuera fácil el camino de regreso, otros hasta hubieran asesinado su instinto de capitán lo sabe, entonces no tiene más remedio que volver a Panamá, más su regreso no es una derrota, es apenas un poco más de experiencia y regresa, Luque le sirve con sus influencias, convence a las autoridades panameñas para una nueva expedición, las autoridades panameñas ya están hartos de todos los locos que quieren descubrir las tierras del oro, pero la codicia es un gusanito que hace cosquillas en el inconsciente, vuelve al mar a este océano infinito donde lo cierto es el hambre y la tormenta y donde el oro si existe todavía es una quimera.

Viéndolo pastorear hombres en el océano infunde respeto, su gesto de capitán ya está formado, la obediencia no es un fenómeno que se produce al acaso, ni el que domina lo hace por los atributos externos, del hombre predestinado al mando fluye una especie de energía que deja sonámbulo al que lo rodea, el mar quiere tragarlo, la tierra le niega sus recursos y los hombres cansados de sufrir quieren desbaratar sus proyectos, que puede nadie contra el capitán Pizarro que ya comienza a tener carnadura de bronce, cuando los expedicionarios después de un y mil desgarrones llegan a la isla del gallo, la cosa estaba bien fea y el colmillo de los hombres hambrientos brilla, el gruñido de las gargantas es un síntoma de subversión, Pizarro en un rasgo dramático ante la escena terrible desenfunda su espada y traza sobre la tierra inhospitalaria, la célebre raya que definirá a los cobardes y de pronto como un héroe de Calderón de la Barca dice:

Por aquí señalando al norte se va a Panamá a ser pobres, por aquí señalando al sur se va al Perú a ser ricos, el que sea buen castellano escoja, todos se quedan atónitos, se miran enigmáticos, las palabras son inútiles sobre el silencio, suena el taconazo del capitán que traspone la raya y trece pasan con él, los otros se ayuntan con su miedo nostálgicos de pobreza; el gran capitán Pizarro sigue su marcha hacia el sur, descubriendo a su vera Guayaquil y Tumbes.

Aquí empieza el tercer acto, va a dejar la envoltura de porquero para convertirse en gobernador del Perú, Pizarro cansado de vérsela con gente minúscula decide emprender viaje a España a parlamentar con los Reyes, ya don Cristóbal colon le había dado el ejemplo, el también como el Quijote se siente con aplomo para tratar con los Reyes, ¿acaso es poco lo que lleva en sus alforjas? Conduce joyas e indios que atestiguan su hazaña, porque ha de temer un hombre como el acostumbrado a jugar con la muerte, el que es una fuerza irresistible, enamora a la vida, Pizarro trata a la corona de igual a igual, su autoridad sobre los hombres en las tierras de América lo ha hecho aprender el tono de los que gobiernan, con los reales pragmáticos en el bolsillo Pizarro sugestiona a los hombres, pintándoles las cosas de América en tonos aladinescos, caen algunos peces gordos y Hernando y Gonzalo sus hermanos, el dominico Valverde y su consanguíneo Martín de Alcántara, con ciento ochenticinco hombres le basta a don Quijote Pizarro, para emprender la postrera y definitiva aventura del vellocino de oro.

Así Pizarro inicia el cuarto acto el más brillante, nuevamente al mar pero esta vez el destino que ha sido tentado tantas veces se deja poseer, es como un perro al que se lleva de la cadena, desde Panamá hasta Cajamarca realizara una proeza increíble, todo es llano, el mar y la tierra y los hombres se postran ante sus plantas, los indígenas ven en ellos a centauros predestinados, predichos por el horóscopo de la raza, los arcabuces y los caballos llenan de pavor a los naturales, el Inca sagrado Atahualpa cae preso, Pizarro no ha venido a hacer una visita de cortesía al Rey cobrizo, el viene en busca del oro y de paso quedarse y ceñirse una corona, él no ha deshecho las suelas de sus botas en el ande fragoso donde ha expuesto su vida, para que por tierno y cortes hubiese corrido el albur de ser aplastado con toda su gente.

Empieza la caída del imperio, Pizarro irrumpe en el Cuzco con la avalancha devastadora de su mesnada, la real metrópoli de leyenda va a entregarse por primera vez a gente extranjera, el ombligo del Tahuantinsuyo va ser profanado, se realiza en forma vandálica vírgenes y templos son ensuciados con la baba de la soldadesca, los ídolos de oro pasan de mano en mano a golpes de dados, los cadáveres penden de las horcas en racimos fantásticos, los hijos del caído imperio trepan los cerros abandonando la heredad querida, enloquecidos de pavor ante este cataclismo nunca antes oído ni visto, los conquistadores pasan con odio insano talando una cultura y el sol del Cuzco se pone en el ocaso; con el descubrimiento del Perú don Francisco Pizarro ahora es el gobernador de la ínsula Barataria.

Da pena ver a ese gavilán de ojo avizor y de vuelo acucioso metido a gobernante, su analfabetismo que antes le dio majestad a su penacho es ahora un baldón para sus humos, en este quinto acto metido a político, lo vemos moviéndose sin descanso, receloso ya no tanto de los naturales sino de sus propios conmilitones, Hernando de Soto y los Almagro lo tienen desvelado, estos últimos sobre todo, quieren obligarlo a compartir el gobierno señalando limites a sus dominios, ¿Qué desvergonzados? Como si sus títulos de gobernador no los hubiera recibido de las propias manos del Rey, primero la vida antes que ceder, el tigre no abandona la presa a los chacales aunque tengan también su punta de derecho.

Cautela aconseja la prudencia, los Almagro son astutos y fieros, mejor es que se aleje del Cuzco y que piense en un lugar estratégico para fundar un nuevo centro del Perú, que tenga inmediata salida al pacifico, pudiera ser que las armas le sean adversas y que necesite de una puerta bastante ancha para salvar del percance, el quisiera que fuera Pachacamac, pero un poco más al norte se extiende el ancho y hermoso valle del Rímac, seduciéndolo con sus posibilidades estratégicas y económicas, y en este último acto viejo y cansado ve surgir el vellocino de oro de sus sueños como galardón a sus esfuerzos, observa los montones de oro que le pertenecen, y recuerda su niñez y juventud infortunada, de vida trabajosa, de heroicidades infructuosas, de un desgaste de la vida sin brillo y sin pasmosa fortuna, que persistió en conseguir el éxito y solo consigue lograrlo en la vejez ahora cuando ya no puede gozar de ellos, cae asesinado en su propio palacio, bañado en su propia sangre por sus antiguos amigos en la hora roja de su asesinato.

Este mundo es el camino
Para el otro que es morada
Sin pesar
Más cumple tener buen tino
Para andar esta jornada
Sin errar.



Texto agregado el 17-02-2020, y leído por 83 visitantes. (2 votos)


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