Por la senda se oían voces y al mirar al cielo, negro lleno de ecos y luces de la noche, el gran hocico se abrió para engullirnos bajo el frío de la oscuridad. Un frío que atravesaba las pieles y las telas que teníamos encima.

Caminamos y nos detuvimos cuando reconocimos nuestras propias pisadas en la nieve del invierno. Estábamos perdidos. Y nuestros sueños se parecían a la realidad y el sol ya no salía por estas fechas en el norte.

La muerte estaba al frente nuestro y por la penumbra nos respiraba en la cara pensando que era el vapor de los que iban delante sin saber que los fantasmas eran los que nos guiaban a su encuentro.

Fue ahí, cuando me giré con mis brazos extendidos y no pude tocar nada más que el viento helado y la nieve fresca, recordando tu cuerpo y el calor de nuestra cama.

Sabía que no volvería.