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To subject: Elena2000@hotmail.com

No lo borres, leelo.

No soy capaz de decírtelo a la cara. Ella no quería que lo supieras. Tu madre quería que fueras feliz. Pero yo creo que tienes derecho a saberlo, como yo lo supe. Tienes que comprenderla, ya no tenéis nada que perdonaros.

Lo que quiero contarte empezó en la misma sala de espera sin cortinas en que acompañabais a tu abuela a por su tratamiento. Ya no hay esa mezcla de olor a lejía y sudor. Los dedos de tu madre sobresalían de la manga de su jersey y se enredaban con los pelos que caían sobre sus hombros para formar rizos. Tú tienes ese mismo gesto.

Llevaba mal un tiempo. Cualquier cosa que comía le sentaba mal. Repetía cosas que te había contado hace cinco minutos. Las pruebas y las visitas al medico, fueron al principio sin que yo me enterase. Quería ir sola. Ese mañana me pidió que la acompañase. Cuando nos sentamos la noté más tensa, intenté cogerla de la mano, ella rehusó con una sonrisa.

No sé si quería conocer los resultados. Tenía un nudo en el estómago. Por la mañana nos reímos cuando le llevé el desayuno: café solo, zumo de naranja y las tostadas quemadas especialidad de la casa. La besé en la frente y con las manos la desvestí, mientras recitaba “la princesa esta triste que tendrá la princesa”. Se duchó con agua caliente y entre la bruma de la ducha tarareo algo que escuché mientras aclaraba la vajilla del desayuno.

La nombraron, tardó un poco en recoger el bolso como si no tuviera prisa.

El Doctor Bergua se levantó para saludarnos. Nos invitó a sentarnos y se sentó. Tu madre se apoyó en el respaldo del asiento. Nos preguntó, tu madre le contestó animadamente, recuerdo su voz, sonreír, pero no soy capaz de recordar de que hablamos.

—Y bien Doctor- dijo repentinamente - ¿Es la sentencia de muerte o viviré?

Eso lo recuerdo perfectamente.

Permanecimos en silencio. Bergua se apoyó en el respaldo. La miró. Nos dijo que había tratamientos alternativos, que la ciencia avanza a pasos agigantados, que a pesar de que la metástasis se había extendido por el cuerpo, quizá los nuevos tratamientos den resultado. Enmudeció.

—Gracias – dijo tú madre.

Nos despedimos. No fui capaz de decir nada. Salimos a la luz del día. Seguía sin poder decir nada. No lloré, quizá no estaba preparado, quise abrazarla, pero no me atrevía al verla tan serena.

El viaje de vuelta lo hicimos sin hablarnos, ella con la mirada perdida hacía el horizonte y yo mirándola a hurtadillas sin atreverme si quiera a poner la radio. Al llegar a su casa nos quedamos un buen rato sentados en el coche, sin decirnos nada. Entramos.

Se paró en mitad de la sala con los brazos en cruz, no quise decirle nada. Me fui a cambiar, cuando volví estaba acurrucada en el tresillo verde con las piernas cruzadas, sus manos sujetaban un portarretratos. Había apagado la luz, el pelo ocultaba su rostro.

Se había quedado seca de llorar. Cogí fuerzas, llevaba más de una hora sin decir nada. Lentamente, sin decir palabra, me senté en el tresillo tratando de que no crujiera ninguno de los muelles, puse la mano sobre sus hombros, la abracé. Ella acurrucó su cabeza sobre mi hombro. Noté que una lágrima descendía mi mejilla.

Permaneció con los ojos cerrados. Era la primera vez que la sentía frágil. La luz que entraba entre las persianas era cada vez más tenue. No me atreví a moverme. Ella seguía apoyada sobre mi hombro sin decir palabra. Tuve la sensación de que la noche se extendería meses. Nunca hasta esa tarde, supe lo que tu madre significaba para mí. No imaginaba un día sin ella.

No me di cuenta de que me había dormido, hasta que unos claros hilillos de luz entraron atravesando las cortinas.

Ella no estaba en el sofá. Escuché un ruido en la cocina de cajones. Me incorporé, no estaba el portarretrato.

Ella estaba de espaldas observando cómo brotaba el café en la cafetera. Me acerqué, puse mi cabeza sobre su cuello, estiré el brazo y la abracé. Después le di un pequeño beso en el cuello. Sabía que ella no se permitiría cinco minutos más de derrota, sabía que a partir de ese momento lloraría a solas. No dejaría que nadie la viera sufrir.

Ella no te dijo nada. Ella hacía como si no pasara nada. Hasta su muerte su única preocupación era no molestarte. No quiso que la perdonases porque estuviera enferma. Por eso no te dijo nada.

Ayer te envié, el portarretrato con tu foto que abrazo el día que supo que era el final. Eras la única persona que quería. Yo era el extraño que os separo, su amante. Tu eras su hija. Su familia.

Texto agregado el 05-03-2020, y leído por 51 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-03-2020 Muy triste. No obstante, son vivencias que siempre quedan grabadas a fuego. IGnus
05-03-2020 Me encanto y me trajo muchos recuerdos. Bosquimano
 
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