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Una risa y una cara que vincula la vida con la dicha de estar vivo. Un abrazo fuerte y grande que supera en tamaño a las ballenas que solían navegar con nosotros en la mar al salir a pescar. Buscando uno que otro animal que pudiera decidir entre ser producto o seguir siendo animal.

A veces creo que algunos lo hacen por voluntad para no sentirme mal. Una suerte de sensación de suicidio asistido entre peces, mariscos y humanos.

A veces sueño siendo uno de ellos y me cuesta moverme y a pesar de que la corriente marina te ayuda, otras veces desearía poder hacerlo bajo mi voluntad de lleno. Aferrarme a una red, a una mano y pedir por el final de mis días.

Llorar bajo la sal y las olas sin confundir la felicidad de la tristeza. Simplemente honrar mi experiencia en el plato o en la boca de una persona. Ayudar a sentirse mejor a alguien más. Sueños al fin y al cabo que a veces podrían hacerse realidad.

La lancha se muestra intacta y el frío a veces rompe los labios como lo hace el mar sobre las rocas. Partiduras dónde se comienza a introducir el agua y la sal. Ahí donde a veces se esconden los cangrejos y las jaibas que usan sus tenazas para demostrar el arrepentimiento de haber estado en ese lugar.

La barca se mueve y baila con el viento. Con la risa y con el trabajo que hacemos. Somos pescadores y a veces creemos que nunca nos entenderemos.

Soy feliz, podría morir ahora aunque me dicen que en el último segundo todos se arrepienten de dar ese paso al frente. De caminar a esa oscuridad incómoda y dejar todo lo que se aferra a ti atrás. Dejar los besos, dejar el sueño, dejar el cansancio y el habla. Dormir por primera vez eternamente agradecido de poder descansar.

Es otro sueño recurrente y quiero morir en el mar. Me lo he dicho últimamente y mi edad me asegura o me ha convencido de que será así de verdad.

Rozo el agua por los costados mirando al cielo buscando la señal de ese Dios que abandoné y me abandonó hace tanto tiempo. Quizá buscando el arrepentimiento, quizá buscando el perdón de algo. Y algunos peces me besan los dedos al pasar y quiero creer que son ellos los que me llevarán al otro lugar.

La red está pesada. No hay duda al volver a la ciudad. La venta es buena. La gente saluda y se despide a veces dejando más de lo que debe y siento piedad. Me ven anciano y creen que poco tengo. No me gusta mentir, pero tampoco digo la verdad. Asentir en silencio es mi única realidad.

Llego a casa a rezar. Imploro por mi última noche. Sueño con peces y humanos nadando bajo el agua. Veo mi lancha sobre mí a lo lejos entre los destellos de sol entrando en el océano. Me dirijo hacia ella y se vuelca. Quedo en la oscuridad bajo la barca y me duermo dentro del sueño para poder descansar. Muero y despierto. Sigo en mi cama y a un lado el reflejo del espejo me dice que salga de nuevo. Estoy dispuesto.

La lancha me pesa al igual que la espalda y la cabeza. Me ven salir y aplauden lejanos otros pescadores al verme remar desde la caleta. Veo un círculo en el mar y me dirijo hacia él.

El cielo se refleja en el océano y una vez más me dejó caer. La muerte me abraza. Soy libre en esta pesca, en esta caza.

Floto hacia el cielo de mi mente y los animales me acompañan.


Texto agregado el 06-03-2020, y leído por 59 visitantes. (0 votos)


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