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Inicio / Cuenteros Locales / Alek_Estrellas / ¡Que no estoy muerto!

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- Nopales. Solo había nopales y huizaches, se lo juro mamá.
La mujer dejo la taza de café en el piso y se inclinó ante la figura de su hijo: los ojos color café, los cabellos alborotados, la piel morena, el hoyo entre los ojos.
- Mijo, no había solo nopales y huizaches. Por algo estas muerto.
- ¡Que no estoy muerto, carajo!
El hijo dio un golpe con el puño en el piso de tierra y se soltó llorando. “No estoy muerto”, repetía en medio de sus sollozos y las lágrimas que lo ahogaban. Sorbió los mocos. La mamá se inclinó sobre la olla de barro y levanto la tapa. Ya casi no quedaban frijoles. Hizo cuentas con los dedos, y se dio cuenta que los ahorros bajo el petate no le alcanzaban ni para comer un mes. Se subió el rebozo y se persigno tres veces. Ya estaba amaneciendo y su hijo (muerto) seguía llorando sentado en el petate. A lo lejos sonaron las campanas de la iglesia y los gallos comenzaron a cantar. La mamá se levantó, agarro el cántaro, y salió a la mañana cruda de octubre. Camino hasta el río y lleno el recipiente de barro con el agua fresca de la mañana.
- Que este muchacho este ahí todavía pa’ lavarle el hoyo que trae entre los ojos.
Cuando regreso al jacal, su hijo todavía estaba ahí. Ya no lloraba, se miraba en el espejo. Se iba tocando el rostro, lentamente, con los ojos bien abiertos, mientras repetía su nombre como una letanía. La madre suspiro y se acordó de su viejo. La vida era tan cabrona que le había quitado a su marido y a su hijo el mismo día. Al menos uno regreso. Los dos iban para la ciudad, para Guadalajara, a comprar los muebles del jacal. Llevaban el dinero en un saquito, pero iban a pie.
Se habían ido como a la una de la tarde. Ella se quedó en la puerta, donde los despidió, hasta las tres. Luego se metió, e hincada ante la imagen del Sagrado Corazón, rezo por ellos y por ella, que sentía como la Calaca le roía el corazón. Rezo para que cuando llegarán, ella siguiera viva para recibirlos. Por la tarde, a las ocho, fue a misa al Calvario. Después de comulgar, sintió un dolor fuerte en el pecho, pero lo asocio con el presentimiento cada vez más cierto de la muerte.
- Mi padre me defendió – interrumpió sus recuerdos el hijo -, me defendió de unos hombres altos de sombrero que llevaban unas pistolotas. Nos dijeron “Denos el dinero, o les volamos la choya”. Mi papá les dijo “No se los voy a dar” y luego, mirándome, dijo “corre con tu mamá y dale el dinero”. Eran dos hombres, y traían pistolas ambos, pero mi apa, ya ve cómo es con el machete, pues que lo saca rápido y zacatelas, que le corta la mano al que lo apuntaba. Yo ya no vi nada, porque corrí pal’ cerro, pero escuche los gritos de los hombres y luego un disparo. Todo se quedó silencio.
La mamá lo miro con lastima y le dijo “Ay mijo, ¿y luego?”. Pero ya el muchacho volvió a quedarse absorto, contemplando su rostro. Ya era tarde. Agarro el canasto y salió del jacal. El sol le daba en la espalda, y sentía el sudor corriéndole por la columna, por la panza, en las axilas y la frente. Llego al mercado, oloroso a sangre de animal, verduras frescas, pescado, tacos y agua sucia, y fue directo a comprar dos jitomates, dos chiles, dos tomates. Sólo eso. El dinero no le alcanzaba para más. Estaba cansada y no quería regresar con su hijo. Fue a la plaza y se sentó en una de las bancas de hierro pintadas de negro. Vio el reloj: eran las cuatro con treinta. El día se le iba como humo. Se puso de pie, con todo el peso de su vida, y camino hasta su jacal a las afueras del pueblo, deseando no encontrar a su hijo.
Pero estaba allí.
Tendido en el petate.
Ella prendió el fogón y espero a que estuvieran los frijoles listos, como la noche anterior. Cuando hirvieron, el hijo seguía en el catre y ella comenzó a hacer tortillas, como la noche anterior… Luego de cenar, se había ido a dormir. Acostada, escuchando con los ojos abiertos el cantar de un grillo, había rezado doce avemarías para que no le llegará la muerte antes de tiempo, y en eso llego su hijo, cuando acabo de rezar. Llego agitado, asustado. A ella solo le había bastado escuchar sus pasos perdidos y sentir el frío de su corazón para saber que estaba muerto.
Cuando termino de hacer las tortillas, saco el molcajete, y puso en el comal los jitomates, el tomate y los chiles. Cuando estos estuvieron tatemados, los hecho al molcajete, les hecho sal y comenzó a machacar con el temolote.
- Me metí entre los huizaches y los nopales, corriendo. Estaba asustado, y traía unas ganas de chillar que como que me secaron el alma. Cuando deje de oír ruido, me agache atrás de un huizache y le recé a Nuestro Padre Jesús. Me solté llorando. “Llorar es pa’ maricones”, me decía, pero me di cuenta que hasta el más macho llora si ve la causa perdida. Y yo la vi, la causa y mi vida, las dos perdidas. Me había perdido en el cerro. Me acosté y me quede bien dormido, aunque estaba temblando como pollito. Eran como las tres de la madrugada cuando lo oí: “Ahí está, agárralo Genaro”, pero como que lo soñé. Ni me moví. Oí los pasos cerca y el grito de un hombre:
“– Este ya está bien tieso.
“y sentí una patada. Me dieron ganas de levantarme y darles en su madre, pero no pude, tenía mucho sueño. Luego sentí las manos arrebatándome la bolsa y me dieron ganas de gritar “¡Eh, hijos de la chingada! Ese dinero es de mi amá” pero tenía mucho sueño. Luego abrí los ojos, y estaba aquí afuera.

- Ay mijo.
La mamá le sirvió un plato de frijoles con salsa. Se sirvió ella. Comieron en silencio, sin cucharas pero con tortillas. Ya era noche. La mamá se hinco ante la imagen del Sagrado Corazón y rezo.
- ¿Pa’ qué le reza a esa chingadera, amá? Ni sirve.
La mamá lo miro:
- Ya sé que no funciona ni madres. Pero es mejor morirse con el alma tranquila, aunque sea contándole todo a un ser que nos creó y nos ha olvidado.
El hijo se acostó en el catre.
- Buenas noches, amá.
Y se durmió. Ella se persigno y se levantó, se acomodó el rebozo. Fue por un vaso de agua y se acordó “¡No le limpie el hoyo a este chamaco!”. Tomó un trapo y lo mojo, y fue hasta el catre. Le limpio despacio la sangre cristalizada de alrededor y le metió el trapito en el hoyo.
- No me maten, por favor, no me maten –suplicaba entre sueños su hijo (muerto).
Ella suspiró:
- Ya estás muerto hijo.
- ¡Que no estoy muerto, carajo!
Se puso en pie y camino hasta su catre. Se acostó y se acomodó las cobijas, pues tenía demasiado frío y temblaba como un pollito.
“Mierda, me muero hoy” alcanzó a pensar antes de que un sueño pesado le cerrará los parpados.

Texto agregado el 12-03-2020, y leído por 57 visitantes. (0 votos)


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