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Es habitual que la mañana me sorprenda sentado cerca de la ventana mirando a través del vidrio, esperando absorber los primeros rayos de sol. Ya se me esta haciendo cada vez más necesario espantar el frío de la noche en esta época otoñal que recién comienza. Revitalizar el cuerpo con los escasos rayos que nos brinda ese acogedor calor que invita a gozar la tibieza de una cama, luego de una larga noche de arduo ajetreo. Esto de dormir durante el día para empeñar mis mejores esfuerzos durante la noche es algo que me acomoda. Es algo que ya está impregnado en mis genes, algo arrastrado a través de muchas generaciones. Según mi abuelo es algo que está en nosotros desde el tiempo de los primeros asentamientos a las orillas del rio Nilo. Este es un buen periodo para mí, los días se hacen cada vez más cortos y las noches más largas.

Espero no decepcionar a ningún simpatizante de la cultura del odio, que se haya sentido irremediablemente atraído por el tema del cual les quiero hablar. Esta confusión se produce pues se acostumbra a utilizar el término perro peyorativamente para referirse a las grupos armados encargadas de hacer cumplir los dictámenes de la autoridad. La mayoría de las veces limitando las libertades y ejerciendo la represión violenta a quienes se oponen al orden establecido. Esto es por una razón muy sencilla, para integrar este tipo de agrupación el candidato ideal son aquellos individuos que exhiben una marcada tendencia a la agresividad, acompañada de un grado de obediencia mayor. Y eso en síntesis, define básicamente a un perro. Lo cierto es que mi intención no es reforzar el adoctrinamiento ideológico de la cultura del odio, como medio para alcanzar la revolución y mucho menos introducirme en cosas de hombres que no revisten de ninguna importancia para mí. Yo solo les quiero hablar de los estúpidos perros.
La marcha de los perros se inicia con los primeros rayos de sol y creo se sostiene todo el día. Claro que al atardecer cuando despierto y la luna comienza a robarse el protagonismo en el cielo, la cantidad de perros marchando por las calles y su frecuencia disminuyen notoriamente. Creo que este fenómeno comenzó a darse casi simultáneamente con la nueva ley de adopción de mascotas.

Para cuando me apresto a salir ya casi no se ve ningún perro, salvo algunos pequeños y obesos especímenes, con vistosas correas de colores sujetas firmes a sus decorados collares. Arrastrados orgullosamente por sus amorosos dueños. Esto a decir verdad, no me despierta ningún temor. Otra situación es la que experimento cuando veo venir esos enormes perros sin dueño. Desde que me mordió salvajemente uno de ellos sin mediar provocación prefiero mantenerme a una distancia segura. Es decir, no es algo que yo pueda decidir libremente, basta con que intuya desde lejos una presencia y mis pies se ponen en carrera para protegerme. Muchas veces he tenido que cruzar la misma calle de vereda a vereda, varias veces, para evitar encontrarme con alguno de ellos.

Esta marcha de pequeños perros al atardecer, muy por el contrario se transforma para mí en una esperada presentación de payasos. Una ayuda para disipar la modorra del reparador sueño. Un desfile terapéutico para reír a carcajadas al verlos pasar vestidos como si fuesen humanos. Con esto de la tenencia responsable, la mayoría de ellos fueron castrados, lo que los transforma en eternos y adorables cachorros, remedos obesos de las agresivas criaturas que podrían haber llegado a ser. Y todo gracias al hombre.


Los he observado tantas veces que me atrevo a enunciar los principios de una marcha de perro intimidante.
En primer lugar para hacer una marcha intimidante es imprescindible ser un perro grande que inspire respeto. No es habitual ver en estas marchas perros chicos, ni de raza demasiado acostumbrada al afecto del hombre. Es requisito no estar castrado pues eso los hace parecer payasos. La deformación física que produce castrarlos lapida la imagen de intimidación que deberían exibir, incluso si se tiene un tamaño superior al promedio. Lo segundo y no menos importante, es la actitud de seguridad en la marcha. Esta debe ser como si tuvieses bien claro el destino que llevan sus pasos. No es habitual ver un perro que se retrase en el camino distraído por cualquier acontecimiento que perturbe la marcha. Para esto, es obvio, que se requiere haber hecho antes el trayecto decenas de veces, para saber que se debe esperar del camino, o en su defecto actuar como si esto hubiese ocurrido. Pero por sobre todo debe encender la necesidad de inquirir en el observador a buscar una respuesta a la pregunta: ¿A dónde marcharán los perros?

Desde la bocacalle se siente como se acercan unas pisadas pesadas. La imagen de una bestia enorme se presenta en mi cabeza. Garras que golpean fuerte el pavimento helado y que encienden un escalofrío que me recorre la espalda completa. ¿Les conté que le tengo un miedo reflejo a los perros?

Yo no sé porque ninguno de los grandes genios de la música clásica compusieron una marcha utilizando el intimidante sonido de sus pisadas, aunque para estos torpes animales hubiese sido un desperdicio creativo. No son capaces ni siquiera de apreciar el ritmo que se esconde en un tambor africano.

Siempre me he preguntado ¿A dónde van los perros en esta marcha? ¿Tendrán un destino? A veces pienso que es una soslayada revelación de la evolución canina que se bosqueja sobre la finitud de una mirada mañanera. Diminutas señales que pasan por mis ojos. Quizás algún día los perros alcanzarán la dolorosa consciencia, tal como le ocurrió al ser humano cuando comenzó a recorrer su entorno para acallar esa insaciable sed de búsqueda que lo caracteriza.

Pero el hombre hasta ahora lo ha hecho bien. Estoy seguro que centrarse es sí mismos, les dará la posibilidad de llegar a ser dioses. Es un hecho que mis antepasados lo consiguieron de esa manera. A pesar que dormían durante todo el día, les fue cedida la potestad de transitar en la oscuridad de la noche. Ya saben nos consideraban la encarnación de Ra y luego de Bastet.

Mi sirviente, el que se cree mi dueño, me esta llamando con ese estúpido sonido forzado. Me hace gracia como se esmera en emitir ese extraño sonido que contrasta con los que habitualmente vocaliza. Creo que no se ha dado cuenta que el ronroneo y el pasearme frotando mi cuerpo entre sus piernas no es más que un premeditado condicionamiento afectivo para contar con su incondicional servidumbre. Al parecer tiene lista mi leche tibia que me ayudará a conciliar el sueño.

Texto agregado el 26-04-2020, y leído por 126 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-05-2020 En esta lucha soterrada entre mininos y canes bien pudiera tener una apreciable ventaja el cucho, que además de su inteligencia felina, posee la elasticidad suficiente para eludir los colmillos asesinos. Me gustó tu relato que indaga sobre las curiosas costumbres de unos y otros, enemigos irreconciliables, tal como lo son los pacos versus los marchantes. Un abrazo grande, amigo. guidos
27-04-2020 Vaya, un texto sin las inseguridades habituales que se acostumbra en esta página. Muy bien escrito y original. Se nota el oficio. Un punto de vista gatuno; dado a la reflexión y el análisis que por cierto depende de su tiempo de ocio, que en este caso creo es mucho. Bien Mellado. Muy bien. D2EN2
26-04-2020 —Me parece que has sabido interpretar muy bien el divagar cotidiano de un guardián nocturno, que detenidamente en su tiempo de vigilia observa y analiza la continua y habitual marcha de sus congéneres. —Saludos y un abrazo. vicenterreramarquez
 
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