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El punzón horadó su carne de una certera estocada, sin aviso, sin un llamado de atención. El grisáceo fierro se introdujo limpiamente en la carne de Dante, no dejando espacio alguno para que la muerte entrara de inmediato por allí. Su único ademán fue mirar a Ascanio con propiedad, sin una queja de por medio y pensó en Beatriz. Se fue cayendo de espaldas, lentamente, con el estoque en su estómago. La Alameda levantó sus lenguas de hojarasca, buscando el calor de las famélicas luminarias, que querían presurosas entrar al Rakus Bar, el purgatorio de las almas noctámbulas que esperaban ebrias la luz del día para arrancar a sus cielos formales.
Beatriz se arrojó sobre Dante, pidiéndole que la dejara seducirlo, pero también utilizó la palabra caza “déjeme cazarlo” y Dante lo hizo, a su edad ya bordeando los 65 años, no intentaba comprender el por qué aquella muchacha treintona que buscaba persistentemente aprender del arte de dibujar y pintar a través de él, quería seducirlo, simplemente esa tarde se dejó cautivar bajo el pretexto consigo mismo, de que su soledad lo estaba agobiando, dejándolo sin momentos de recuerdos más nuevos, más que aquellos lejanos que ya estaban arraigados en su mente antes de despedirse de su vida activa de profesor. Beatriz, lo besó desesperadamente, acarició con premura su cuerpo envejecido poblado de vellos blancos. Así estuvieron por largas horas, ella siguiendo los impulsos de su juventud y él dejando que los impulsos lo alcanzaran en toda su plenitud, hasta que la mañana se hizo visible y la luz del día golpeteó los vidrios del automóvil que permanecía estacionado en la cumbre del Cerro La Virgen como un cubil del amor subrepticio. Dante contempló la ciudad que se extendía silenciosa a lo largo del valle, con su mano huesuda y venosa, cubrió con su chaqueta la desnudez blanca y pecosa de Beatriz que dormitaba sobre su hombro con la placidez dibujada en su boca. La remeció suavemente hasta que abrió los ojos, ella admiró a Dante y sonrió. “¿Qué le dirás a Ascanio, ahora?”, indagó Dante, “profesor” dijo ella con sosiego “usted, me hizo feliz”.
Dante iba pensando en Beatriz, cuando ingresó al Rakus Bar, a sus espaldas dejaba una Alameda lúgubre envuelta en una niebla espesa que ceñía los acacios y los plátanos orientales con furia casi hasta ahogarlos. El Rakus era el purgatorio de todas aquellas almas clandestinas y tortuosas que vagan en la queda talquina; allí se refugiaban abogados ladrones y abogadas traidoras, vagabundos asesinos y asesinas que la justicia ya no buscaba, cantantes mal habidos y artistas lujuriosos sin fama, borrachos y alcohólicos, homosexuales infieles, empresarios travestis , oficinistas desgarbados, médicos drogadictos, esposos espúreos y esposas que se convirtieron amantes. El Rakus Bar estaba en medio de todo y muy cerca del averno. Por ahí no pasaban las leyes, estaban prohibidas, el humo de los cigarrillos era parte de la escenografía como lo eran las medias luces de colores y la música añeja y desprolija. En el Rakus, las almas escabrosas pagaban sus deudas y en donde los pecados eran redimidos, en ese lugar Dante refugiaba todo su retraimiento y su porfía del trabajo poético. Era allí que cada día después de amar a Beatriz con todo lo que su virilidad le alcanzaba, desde que ella lo “cazara” y lo poseyera como se lo pidió, intentaba rehacer su vida de profesor tomándola como a la musa, a la que se le dedican todos los dibujos, las pinturas, las poesías, las canciones y las enseñanzas que recorrían desde entonces, todos sus momentos. Qué daría él por estar en ese sitio con Beatriz, pero ella no tenía culpas que purgar pues su amor por él, la eximían de toda causalidad en el Rakus, aún siéndole infiel a Ascanio, el muchacho que por una eventualidad supo de su nombre y de su existencia. Pensó que aquel joven se reiría al enterarse de que era él por quien Beatriz se desaparecía una vez a la semana pues “no le alcanzaba para más”, se imaginaba a Ascanio burlándose, poniéndole diferentes rostros a sus sarcasmos ya que no le conocía personalmente, indicándole con su dedo índice levantado, que sólo podía una vez hacer el amor. Se sintió consumado echándose sobre la mesita del bar en donde una botella de vino tinto y unos papeles eran su única compañía. Comenzó a dibujar a pesar de la intransigente media luz del Rakus, a un costado del rostro bosquejado de Beatriz escribió una estrofa de un poema que mal disimulaba ser dedicado a la joven.
“Hola, mi profesor”, le saludó esa mañana Beatriz en su taller de pintura en donde ella acudía una vez a la semana. A Dante le pareció diferente esa mirada, esa sonrisa y ese saludo de la muchacha. Entonces Beatriz, se despojó de su ropaje y dijo “profesor, retráteme”. Dante se quedó un instante observándola confundido; hasta esa improvista petición, dibujaba a Beatriz recordando cada palmo de su cuerpo por el acto de amor de la noche anterior. Dante, quería gritarle que él era un “viejo jubilado” y que ella tenía un novio, pero su obnubilación por ella quebraban toda su quietud y desasosiego. Verla ahí frente a él desprovista de todo pudor, acentuaron sus deseos soporíferos por Beatriz y todo lo que estaba significando en su alma y trabajo creativo. Tomó el lápiz y bocetó unas formas y luego el pincel que dejó surcar sobre la gran tela; allí, apareció la musa con su rostro dócil y su desnudez perfecta. Dante entendía que los hombres y las mujeres se conocían desde antes en algún lugar que no recordaban, que tenían historias paralelas hasta que sus recuerdos en un punto coincidían pero esto era diferente ¿cómo él podría haberse topado con Beatriz si cuando ella nacía él ya se empinaba por los 35 años?. Intentó recordar en dónde estaba para los 35 años.
Dante volvió al Rakus Bar esa noche entendiendo que era el lugar en donde liberaba toda su pesadumbre de aquella soledad que lo aquejaba desde hacía tanto y que sólo el amor por Beatriz le habían alimentado las apetencias de la pasión por su trabajo fuera del trabajo. Había vuelto el soplo divino del cual hablaba Platón, había esparcido por todos los lugares en donde se reunía con la joven para hacer el amor: dibujos y más dibujos de ella, poesía en donde describía la satisfacción por ella, canciones, cuentos, fotografías, pinturas, reflexiones filosóficas y estéticas. Todo cuanto él era en ese instante estaban cubiertas con el áurea de Beatriz. “Así que por fin lo encuentro, profesor”, le interpeló el muchacho, Dante lo miró y entre los haces de las luces de colores que se paseaban por los pasillos y rincones del Rakus entre la música, las risas, los llantos y el diálogo somnoliento, logró ver su rostro. Entre la borrachera, tuvo un momento de lucidez, aprovechándose de ese escaso intervalo de tiempo, preguntó quién era pues no le conocía “soy, Ascanio” respondió el joven corpulento. Dante no le sorprendió la visita, intentó retomar la copa de vino tinto mas Ascanio, de un zarpazo se la arrancó de las manos. Se miraron fijamente el uno al otro por largo rato, ninguno de los dos se demandaba. Ascanio habló por lo bajo “le cagó la vida, profesor y de paso me la cagó a mí ”. Dante pensó “para qué ese joven que apenas conocía hablaba tan bajo si allí en el Rakus Bar, nadie le prestaría atención”. Las discusiones allí no se resolvían ya que por estar todos cerca de la condenación, se omitían. Medio ebrio aún, Dante conminó a Ascanio a abandonar el lugar y salir a la Alameda a tomar el aire fresco de la madrugada que ya se anunciaba pero, rastros de penumbras permanecían aún sentados bajo los árboles. Ascanio lo siguió hasta que se enfrentaron, fue entonces que el joven estrajo de sus ropas el punzón y de una certera estocada seca y con apuro, se lo introdujo en el estómago.

El respirador mecánico y el porfiado ulular de la sirena, lo despertaron del sopor, veía la luz de la baliza reflejándose al interior de la ambulancia y como si se encontrara en el Rakus hizo el ademán de levantarse al cual los paramédicos al unísono le impidieron. Observó el estoque ahí, en su estómago, formando parte de su cuerpo. “Beatriz” pronunció entre labios con un dejo de amargura, los paramédicos se miraron entre sí continuando con sus labores de reanimación. Dante se vió triste, abandonado por la diosa que provocaba su arrobamiento. Hasta qué punto resistiría esa muerte sin Beatriz, si la muerte lo atrapaba y lo poseía, como Beatriz le había pedido poseerlo, entonces que la muerte lo alcanzara, lo atrapara, que no le preguntara si ya había pasado por el Rakus Bar, sencillamente le diría que su alma aún estaba sin redención; que faltaba a la verdad, que Ascanio nunca estuvo ahí y que fue él mismo quien echó tierra a su tumba. Que Ascanio fue un invento suyo y que la historia con Beatriz sólo fue un sueño que lo hizo únicamente suyo en la poesía y la ilustración. Que su jubilación lo había llevado a refugiarse en la historia más increíble del purgatorio para que su alma nunca fuera perdonada, porque Dante, no deseaba clemencia, quería ser pecador morir como tal, un viejo jubilado que se retiró del mundo vagando por la laberintos más puros de la creación.

Texto agregado el 30-04-2020, y leído por 54 visitantes. (2 votos)


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