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Hoy
anduve sin tu permiso,
paseando por todos los rincones de mi memoria, escudriñando en todos mis recuerdos,
y te encontré allí,
mas también encontré a mi padre, a mi madre,
a mi hermano Daniel.
Encontré el libro de Gustavo Adolfo
y la marcha de los perseguidos en el julio del ‘85. Estabas allí,
como contando los días
que llevo sin tu mano en mi mano
viendo desde el silencio
si lo resisto…
No había flores, ni mariposas
solo la difusa canción de nuestro primer encuentro. Como si hiciera frio,
el vagabundo se cobijó en su manta
y seguí el camino, solo,
detenido en tu mirada.
Hablaré sin tu permiso
de las calles de esta ciudad,
de la revolución que no fue,
del partido de Rangers
y de la ventana
en donde mi vecina se desnuda cada noche
viéndola ponerse su bata transparente,
vieja…
vieja como la historia,
vieja como esta política de hoy,
que busca los réditos del sufrimiento popular.
Y Talca no es Paris ni tampoco Londres,
solamente es un estúpido bus rojo
que se asemeja al tour
que esconde las calles polvorientas de basura,
de alcohol, del traficante de drogas.
Que esconde la marcha de 5 profesores
y de 5 prostitutas que no querían usar condón
para entregarse al amor puro.
Oh! Me detuve a escuchar el insistente piar
de una bandada de gorriones.
He andado estos años
rehuyendo los pub,
escondido en los bares en donde flota el vino tinto,
ese que estrujé una tarde sombría de abril
en el Morro,
al lado de una cazuela
entre un hato de viejos que ebrios
cantaban bajo las parras
ocultos de sus porfiadas vidas…
míseras de fierros, durmientes y locomotoras.
Y mi hermano cantaba allí,
un bolero de esos que acompañaba María del Carmen en el tañir de las resistentes cuerdas plásticas.
Vaya que siento y mucho,
aclarando las pisadas
que no marcan el pavimento
y dejo que mi voz
entre en los jardines de todas las casas,
que golpeen los vidrios de todas las ventanas
de todas las casas
que se amontonan en cada manzana.
Casas iguales
ninguna distinta a otra
solamente cambian las flores
y uno que otro basurero.
Las casas de mi ciudad
no son distintas a las de otras ciudades
son sólo casas
¿qué vida hay allí? ¿Eso es lo que cambia?.
Tenemos una sola historia que la vivimos desde distinto ángulo.
Las dictaduras son las mismas pero no los muertos, los gobiernos son los mismos
pero no los gobernados,
entonces no existirían las revoluciones.
Hay que cantar y declamar a la inopia,
a la libertad y al amor,
a todos nuestros muertos
que transitan por la ciudad,
a los vicios humanos y políticos,
al sexo profundo que se encierra en los moteles.
Hablaré sin tu permiso de Ana María,
de la Francisca, de Pamela,
de la Romina
todas ellas reúnen un trozo de tu vida y de mi vida,
de la vida que se junta
en cada esquina de cada día.
De la vida que es el reflejo completo y loco
de la luna que cada mañana
de todas las mañanas,
de millones de mañanas,
de cada ciclo es seducida por el sol.
Esta ciudad me molesta,
me molestan sus manzanas tan cuadradas,
tan ordenadas,
con las mismas baldosas
que se adueñan de todas las veredas,
con las mismas noches tranquilas
y sin sobresaltos,
con los mismos días
que reúnen multitudes en la misma vía.
Ciudad en donde los y las amantes
se refugian en los mismos escondites.
Esta ciudad que es tan mía como tuya,
de sus mismos muros ocres y grises
que solo cambian los rayados.
Esta ciudad
con sus mismas micros pequeñas,
de pocos amigos,
de minutos de espera,
de domingos de calles vacías
y de no ir a ninguna parte.
Hoy anduve sin tu permiso,
volviendo a hojear mis libros
de: el Dante, de Kosinsky, de Bolaños,
los anduve buscando
y me encontré nuevamente
con mis poesías
que te nombran en cada estrofa,
me encontré con mis pinturas,
con mis dibujos de mujeres tristes
y de las micrografías urbanas de la soledad;
me encontré de frente con mis canciones
aquellas que de mala costumbre
y una nostalgia eterna,
nunca he podido sacar en acordes.
Y entonces entiendo al poeta
que herido
hace el viaje de regreso a la vida
para sacarla nuevamente.
Hoy anduve sin tu permiso,
contando los pasos del destino,
de los viajes en este territorio;
entonces estaba la Lilian y la Coca
que se peleaban ser la princesa
del más chiquito de los 3 alpinos
que venían de la guerra,
que era yo
porque era el más chiquito
y la Lilian y la Coca,
fueron tejiendo cientos de páginas
de amor escrito
que nunca fueron besos, ni caricias
solo palabras de mis días
y de mis noches del verano del ’70.
Hoy anduve sin tu permiso,
por los misteriosos caminos de la memoria
y te desnudé
y desnudé mi alma
y desnudé la ciudad esta ciudad…
porfiada, cansina, solitaria,
hoy anduve sin tu permiso.

Texto agregado el 04-05-2020, y leído por 32 visitantes. (0 votos)


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