En algún punto, todo poeta acaba maldiciendo su poesía. Una vez pronunciadas, las palabras volverán algún día como dagas, y se cobrarán en un corazón cansado y añejo, los delirios de un joven libertino: cuanto más se amó la vida, mas dura será su caída.
Todo poeta maldice su poesía, porque ése es su destino, porque su gozo es su aniquilación. Porque nada duele más que la imagen perfecta. Porque los versos son hijos del dolor, de un dolor que nace en el alma, y ni siquiera la música, contenida en un poema, logrará mitigar, ligeramente, la caída que espera.
El poeta canta, y su música confunde, porque no nos es dado ver los verdaderos colores de su alma, ni podemos soportar, el alarido bestial de la belleza muerta.
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