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Perdóname por haberme ilusionado
con que fueras la suave brisa
que tranquilizara mi alma abatida
por los azotes de mil tempestades.
El sentido común y la racionalidad
me abandonaron, a la deriva,
náufraga en este mar de sentimientos
que me roba mi último suspiro.

Jamás podría pedirte que me salves
de este destierro, de este exilio,
que me arrastra a las áridas arenas
de un enorme y lejano desierto.
El amor debe quemarte piel adentro,
ajeno a absurdas imposiciones.

Perdóname por haber sido tan egoísta
de creer que mi felicidad
estaba esperándome, escabullida,
detrás del brillo de tu mirada;
que me quitarías
con el mudo lenjuage de tus ojos,
reflejo del alma,
las profundas heridas aún abiertas
por lanzas de feroces desiluciones.

Fui víctima dispuesta y conciente
de mis anhelos de compartir contigo
la maravillosa aventura de bendecir
nuestros solitarios caminos
con la gracia del amor mutuo,
aquél que desafía la inmortalidad.

Perdóname por haberme confundido
entre tus palabras y sonrisas,
que le dieron a mi corazón
la melodía necesaria para retomar su ritmo.
Si hubiera tenido el valor de aceptar
que las engañosas dobles intenciones
destrozan esperanzas en un mundo distinto
al de la sinceridad del tuyo,
quizá hoy me conformaría con tu amistad,
sin culpas por mis pensamientos.

Quisiera agradecerte estos siglos,
vividos en horas, de plena libertad,
de haber sido parte de tu historia,
de existir en algún rincón de tu memoria.

Perdóname por haber pintado
tu imagen en lienzos de ilusión.
El arte de mis sueños,
vagabundos y desvelados,
inspirados de noche,
me permitieron, sin tu consentimiento,
decirle te quiero a tu espejismo.

Casi pierdo la cordura en este imaginario,
aunque placentero, desliz,
que me esclavizó a la gracia de verte,
sin que estuvieras, tan real.
Las palabras fluían de mí sin esfuerzo,
sin reparos, sin miedos,
translúcidas como el agua
de las cataratas que quieras imaginarte,
catársis que me calmaba
antes de abandonarme
en la Garganta del Diablo.

Hoy, finalmente, decidí devolverte
la libertad que nunca supiste perdida.
Mil lágrimas, del dolor que me presiona el pecho,
desdibujaron tu imagen,
acallaron tu voz y el sonido de tu risa,
me hundí en la soledad del silencio.

Sé que el olvido es una simple ilusión,
que las personas realmente importantes
vivirán eternamente en mí,
y volverán a hacerse presentes,
al regresar a determinados lugares,
deleitarme con ciertos perfumes,
o descubrir, en algún desconocido,
similares actitudes, opiniones o miradas.

Como fuiste, eres y serás
una de estas preciadas estrellitas
de mi firmamento,
quiero revivirte sin desmoronarme
ante la realidad de seguir sin tu amor,
conservar intactas
la alegría y la vitalidad
que me diste sin darte cuenta.

Texto agregado el 02-10-2004, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-11-2005 Bueno, a veces se confunden las señales. Es una suerte para ti que seas tan centrada y te veas desde una posición objetiva. Debo felicitarte por eso. /// Joaquín joaqledo
 
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