Para mí no hay cosa más reconfortante que el sonido de las gotas de lluvia en el tejado. La suave brisa entrando de forma tímida a los espacios que le son dados. Ver las hojas verdes mecerse y bailando el son que les toquen alegres. Tocando corazones, tocándome el alma.
Cada ser vivo sabe que está pasando y se resguarda o salen a recibir la bendición que Dios ha brindado. El Tec-teque-tec de las gotas alejando mis temores, despejando mis dudas y llenando mis sueños de constelaciones.

Recuerdo aquellos años donde fijaba mi vista al charco, fascinado con el poic poic, contando las gotas o analizando como se producían las ondas; al chorro del agua como una pequeña cascada invitando a bañarse; a la gente sin temor a las guerras de barrio corriendo alegres por todas las calles, jugando a cualquier cosa que fuesen invitados, siendo simplemente felices y osados. Y yo arropado en mi cuarto esperando la mejor noche del año saboreando aquel momento que me invitaba a estar enamorado.
Lo que no entenderían es que nunca nadie me incitó a sonreír y mojarme tanto como lo hizo la lluvia. Me hacía revolcarme en la cama y buscar refugio bajo las fundas.
Siempre estuvo ahí incluso cuando compartí felicidad con alguien más y es así como adoro más el cielo gris que el brillo del sol feliz.
Le miro y le digo con pensamiento ruidoso: ¡Me encantas!