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LA VIDA CASI EN CIRCULOS


El humedecido pavimento está frío bajo la densa niebla que cubre la ciudad en esta mañana de invierno.
David yace de costado al borde de la solera, un hilo de sangre escurre desde su oído y a unos 30 metros, la camioneta gris que lo envistió violentamente está aparcada con las intermitentes luces de estacionamiento que le hacen un guiño a la proximidad de la muerte.
El golpe fue brutal y ahora medio inconsciente, David no siente dolor, solo una intensa levedad se apodera de todo su ser, una especie de sueño, de irrealidad que lo lleva por los senderos de su vida, las imágenes pasan veloces y se detienen en una tarde de verano hace ya mucho tiempo, tanto que se ve a los cinco años en San Carlos Ñuble temblando de miedo sentado tras un muro.
La sangre sigue brotando lenta, espesa, ahora también desde su nariz. Lejanas voces que no logra entender lo que dicen, unos labios que se apegan a los suyos y siente el aire entrar hasta sus pulmones, una fuerte presión en su pecho, rítmica, acompasada, un ulular de sirenas a lo lejos.
Confusas imágenes vuelven a su cerebro, enredadas y que de pronto se aclaran. Está sentado en lo alto de un cerro en el norte, el sol lanza implacable sus rayos de fuego sobre su cabeza, un paisaje seco, cerros áridos y un verdor de viñas ganando terreno por los valles le dan vida a este paisaje desértico.
David no logra apreciar la fantástica labor de quitarle terreno a la aridez del norte, su pensamiento está muy lejos, su angustia viene de la posibilidad cierta de perder el empleo, de las largas jornadas de trabajo. El sol y el viento se llevan sus silentes lágrimas.
Las voces vuelven a oírse, el pavimento transmite su hielo al cuerpo de David, siente como se eleva, se siente levitar y luego baja suave, un fuerte olor a medicina y nuevamente irse a un estado de inconciencia, ya no siente nada y cae a un abismo como una pluma llevada por el viento, te vas yendo y de pronto un fuerte impacto en el pecho lo trae a la realidad, la camilla se mueve dentro de la ambulancia con los resaltos de la calle.
Un acompasado e intermitente pitido puede escuchar ahora, mangueras conectada a su nariz Y a su brazo, los párpados le pesan y caen, el sueño gana terreno.
Es temprano y está nervioso de partir al colegio, es su primer día por fin comienza la gran aventura en la que sus hermanas le llevan unos años de ventaja. San Carlos es un pueblo chico, una ciudad en miniatura y David se siente orgulloso con su uniforme escolar nuevo, zapatos limpios, brillantes, plásticos. Las monjas logran atemorizarlo, no está acostumbrado a la dureza del trato, pero salvo eso su corazón palpita fuerte ante este decisivo gran paso.
La vida no gira en círculos, sino en espiral. Los acontecimientos suelen repetirse, pero con matices que los hacen diferentes. Para David la repetición es trágica, las coincidencias se han ido dando de manera macabra, la fecha. 23 de agosto, tercera repetición.
En una fecha como la de hoy día, hace seis años como para confirmar el sino dramático de este fatídico aniversario, sufrió la pérdida irreparable de su pareja, ella había partido en un viaje sin retorno y él se vio de pronto aterrizado de golpe a la cruda realidad, ya no andaría suspendido a cinco centímetros del suelo, esa fuerza aerodinámica se fue con ella.
Otra vez el dolor inmenso, otra vez la cabrona vida, fue como si el mundo se detuviera, ya nada podía importarle ahora que ella ya no está.
Lagrimas caen por su rostro hasta adentrarse en su oreja, a ratos recobra por instantes la noción del tiempo, casi se asoma a la realidad, breves segundos de lucidez o alucinaciones para volver a recaer. El médico y la auxiliar van atentos a los instrumentos que controlan los signos vitales del paciente.


Anochece en el sur, la tarde muere un tanto gris, oblicuos rayos de sol se filtran por entre las nubes, es la hora donde las luces prácticamente no alumbran el camino, el camión viaja rumbo a Puerto Montt con su carga de arroz, Guillermo al volante va atento a la carretera, es un conductor avezado y con varios años de experiencia, oriundo de Linares, pero avecindado en Talca hace ya unos diez años, cuando se casó y formó una familia con su mujer y sus cuatro hijos, son la razón de su vida y por lo que viaja cada semana a lo largo del país trasladando cargas, una ligera niebla comienza a bajar, lo cual no es extraño para la época del año, pero le disgusta esta bruma, sobre todo porque la carretera es estrecha, solo una vía en cada sentido. Espera llegar al amanecer a Angelmó y reponer las fuerzas con un buen curanto antes de irse a dormir para retornar a la noche siguiente a Talca. La idea del regreso lo alegra porque después de este viaje, podrá disfrutar de diez días libres con su mujer y sus hijos, que lo ven tarde mal y nunca por culpa de su trabajo.
Recordó a su padre, esas tardes eternas de juegos infantiles con su buen viejo y como la historia volvía a repetirse ahora con él y sus hijos cada vez que tenía sus días de descanso, es verdad que era enérgico y un tanto duro en la disciplina, pero se consideraba una ´persona correcta
Absorto en sus pensamientos ante la dichosa perspectiva, no se dio cuenta a tiempo del ciclista, fue todo tan rápido que cuando reaccionó ya lo había arrollado y el hombre yacía a un costado de la carretera con la bicicleta destrozada a varios metros detrás del camión.
Bajó del vehículo y un hombre moribundo lo miró desde el suelo.
Pasó en un momento toda la vida por su mente, su padre, sus hijos, su mujer. ¿Qué hacer? Miles de imágenes cruzaron su cerebro, miro a su alrededor no se divisaba un alma en todo lo que abarcaba su vista, un paisaje totalmente despoblado, luego enceguecido, abordó el camión y aceleró, aceleró para alejarse lo más pronto posible del lugar. Nadie vio nada, nadie podría acusarlo de nada, solo bastaba con no pensar, con olvidar.
Nada ocurrió, fue un trayecto tranquilo, normal, jamás atropelló a nadie, eso no ocurrió, era inocente, absolutamente inocente, el camión devoraba kilómetros, veloz por la carretera, todo estaba bien, salvo por el cerebro que a ratos le recordaba “lo dejaste abandonado”. Luchando con el volante, la carretera, sus hijos, el atropello, lagrimas, negación y más kilómetros por delante, obligándose a no pensar, pensando.
Las imágenes pasaban como películas por la mente de David, una especie de conexión con el pasado, por primera y quizás por última vez, vio con claridad inaudita a su padre al momento del accidente, con sus piernas trituradas tirado en el cemento, vio la sangre manando desde su cabeza, su padre lo miraba y acercando su oído a su boca, escuchó. “sabía que vendrías, tú continuarás hijo mío.
Cuanta falta me has hecho viejo, no debiste partir tan pronto – dijo David –
Mientras su padre le sonreía casi desde la otra vida y estirando su mano para alcanzarlo.
-Doctor lo perdemos - exclamó la auxiliar
- está en paro doctor -.
El instrumento ya no emitía su pitido intermitente, solo uno constante sin pausa.
David toma la mano de su padre para abrazarlo, pero una fuerza repentina lo lanza hacia atrás. La fuerte descarga eléctrica le devuelve el ritmo cardiaco mientras la ambulancia corre veloz por las calles de Santiago.

Texto agregado el 11-07-2020, y leído por 77 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-07-2020 °°°EXCELENTE°°°. Quedé atrapado desde el comienzo. Supiste darle todos los elementos necesarios que logran atraer al lector. ¡¡MIS FELICITACIONES!! Shalom colega de la pluma Abunayelma
 
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