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Un texto muy viejo.

El paquete llegó por correo express y tuve que estampar una firma e identificarme, para que pudieran dejarlo. La envoltura era de color ocre, el tamaño semejaba una caja de zapatos. Traía estampado al frente mi nombre y dirección en una etiqueta blanca, también mostraba una leyenda que decía: “Frágil. Manéjese con cuidado”. Con cierto tiento, pero sin esperar más, procedí a abrirlo. ¿Quién podría enviármelo? Por alguna extraña razón no aparecía el remitente, aunque miré por todas las caras del paquete. Rasgué la envoltura sin más y lo abrí presuroso. Era una hermosa caja de madera en forma de arcón, la cual despedía un sugerente olor a madera: ¿roble? ¿sándalo?... quizás por el color rojizo fuera sándalo rojo.
En la tapa del arconcito, con grandes letras doradas, se leía una palabra muy sugerente: INSPIRACIÓN. ¿Inspiración para mí? ¿Se me notaba tanto que andaba de capa caída, que alguien que me quería bien enviaba un regalo que iba a inspirarme? ¿Sería música? (la música siempre inspira). Un primoroso candadito cerraba la caja. La llave colgaba amarrada del candado miniatura. La tomé, la introduje en él y accioné la cerradura. Un ruido ligero me indicó que el candado estaba abierto. Lo retiré muy despacio; con la misma lentitud empecé a levantar la tapa.
¡Dios mío! ¿qué era aquello?... del interior de la cajita comenzaron a salir en tropel una infinidad de ideas. Asustado, solté la caja; ésta se volcó en el piso, dejando salir la totalidad de su contenido: ¡ideas, ideas, ideas! Las había de todos los pesos, de múltiples tamaños. Las más ligeras y volátiles revolotearon por toda la habitación; al querer atraparlas, huyeron hacia la ventana abierta. Sin saber cómo, corrí hasta ella cerrándola de golpe para que no escaparan. La habitación era un caos terrible: las ideas más grandes y pesadas se aplastaban contra el suelo, apenas podían moverse; otras de menor peso y tamaño, deambulaban por todo el lugar murmurando, zumbando como abejas; las más etéreas, seguían revoloteando y cuchicheando como viejas chismosas de vecindad sin dejarse atrapar. Algo tenía que hacer con ellas, poner orden o ellas iban a volverme loco. No se me ocurrió nada más que gritar, porque estaba desesperado: “¡Silencio!”, dije. Todas como por ensalmo se callaron, se detuvieron, me miraron (sí, digo la verdad, las ideas me miraron). “¡Ustedes son un regalo que me han hecho, a partir de ahora son mías; así que despacio y en orden van a volver a la caja, de donde las iré sacando conforme las necesite. Andando!”
Ninguna chistó, como soldaditos o niños regañados fueron entrando una a una en la hermosa caja roja, mientras yo las observaba interesado. Descubrí en ese momento tantas buenas ideas, que hasta ese momento comprendí la magnitud del regalo. Entre las ideas de mayor peso, vi a unos monjes dominicos desfilar uno tras otro en un silencio de muerte, con una misión terrible sobre sus hombros, ineludible de cumplir. Otra, me mostró a un cuenta cuentos, que no quería que se descubriera que era un cuenta cuentos. También vi pasar a una increíble máquina de sonido que llevaba en su engranaje una historia hilarante. No podía faltar una de las más volátiles, sobre un tipo que deseaba recuperar la inocencia y una muy sutil, sobre una elefanta de circo, enamorada. Me dejó sin aliento la idea sobre un hombre que se soñaba hormiga, pero que en realidad era un perro que se soñaba hombre.
La última idea entró por fin en el arcón y lo cerré presuroso. Puesto el candado, respiré con alivio. Todas estaban ahí, para ser utilizadas y escritas. Entonces me entró cierta desazón, mucha angustia. Ninguna de aquellas ideas era mía, me las habían regalado y aunque me pertenecían, no me pertenecían. ¿Dónde estaba el donador? Tomé entre mis manos la caja, la acerqué a mi pecho, la abracé con fuerza. Se me saltaron un par de lágrimas; al querer enjugarlas, levanté la cajita casi hasta mi rostro y alcancé a ver la borrosa inscripción que estaba grabada en la tapa inferior de la misma. Decía: “Quien abra este cofre, lo encontrará lleno, medio lleno o vacío, según la imaginación que tenga. El destino quiera que lo encuentres colmado. Lo que salga de ahí, será sólo tuyo”.
De pronto me sentí liberado. El corazón latió menos apresurado, una calma que me dejó sin fuerzas se apoderó de mi cuerpo, de mi espíritu. Se me terminó el miedo. Una vez más, con lentitud, pero ahora con amor, abrí el candado levantando la tapa del arconcito. El olor del sándalo inundó mi olfato, mientras todas las ideas salían nuevamente y me rodeaban haciendo un barullo que me hizo estremecer, pues comprendía perfectamente lo que me decían: ¡Yo voy primero, escríbeme! ¡Mírame, tienes que escribirme¡ ¡Yo soy pequeñita, escríbeme! Ya no me interesó saber cómo ni quién me había enviado el paquete. Todas aquellas vocingleras ideas gritaban lo mismo: ¡escríbeme, escríbeme, escríbeme! Yo, las miraba a todas, feliz, y sólo atinaba a sonreír.

Texto agregado el 27-07-2020, y leído por 134 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
28-07-2020 Magnífico cuento que se escapa a la temática habitual. Ideas que se arraciman dentro de un cofre aguardando ser utilizadas de la mejor manera. Yo abro mi cajón y alguien me sugiere una idea que no es muy agradable: Paga tus cuentas y no nos vengas con cuentos. Un abrazo. guidos
28-07-2020 Guau, que magnifica inspiración tu pluma vuela perfumada, me encanto.***** Abrazo Lagunita
28-07-2020 —Creo que un texto nunca es viejo, el que envejece es el escritor, pero aún que así sea su pluma va transformando en prosa y poesía las ideas que en su mente van germinando como el trigo en tierra fértil. —Muy buena forma de representar la inspiración. —Mis saludos y un abrazo. vicenterreramarquez
28-07-2020 Síiii, así sucede con la inspiración. Muy original cómo la expusiste, querido Mario, me cautivó! Además amo el sándalo por encima de todos los perfumes. MujerDiosa
28-07-2020 La suerte contigo...¡aprovechala! . Quedo a la espera de tus creaciones, Mario. Shalom amigazo Abunayelma
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