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Las noches en el pueblo eran frescas y silenciosas a excepción del mes de abril, donde la proliferación de mosquitos por el cultivo de arroz, hacia que fuese imposible dormir, por eso muchos ponían encima de las camas mosquiteros. A pesar de todo, los mosquitos eran hábiles en encontrar huecos y abrirse paso; picando pies y brazos.

Arik odiaba dicho mes, era un joven que pese a no cumplir aún 21 años se hacía pasar por alguien mayor. En su casa, el estrépito de palmadas, matando mosquitos, hacía que no conciliara el sueño y cuando el cuarto sonaba menos, a la media hora oía algún golpe o el horrible ruido de los ronquidos intolerables de su abuelo. Era incapaz de dormir con cualquier ruido de fondo.

Una tarde su padre comentó a la hora del almuerzo, que Arik había pasado toda la noche sentado en el balcón. La noche siguiente ocurrió lo mismo y la madre del joven lo condujo a su cama. Arik despertaba por las noches, caminaba toda la casa, en ocasiones iba al baño, se lavaba la cara con los ojos abiertos, miraba a toda su familia y cuando le hablaban no escuchaba ni entendía, después se dormía de nuevo y no recordaba nada al día siguiente. Así sucedió por muchas noches. Su madre se le ocurrió la idea de colocar todo tipo de obstáculos en el camino y conducirlo a la cama de nuevo.

En su preocupación toda la familia se levantaba, cerraban todas las puertas con llave y las escondían cada día en un sitio diferente, para que Arik no se fuera de la casa. Cuando estaban más nerviosos de la cuenta, el padre, la madre, y sus dos hermanas se levantaban. El insomnio terminó afectando a la familia, hasta al abuelo Lucio quien tenía un sueño profundo, se volvía loco acostándolos a todos.

El abuelo sabía que cualquier cosa que contribuía a calmar los nervios antes de acostarse sería útil. Por ejemplo, unos momentos de calma y relajación; una lectura para meditar; un baño a temperatura neutral; o una corta caminata, pero nada funcionaba con Arik ni siquiera los tres ingredientes para dormir bien: tener la conciencia tranquila, estar cansado y disponer de una buena cama.

La solución llegó una noche y jamás volvió a ser sonámbulo. Mientras esperaba en toalla que su abuelo desocupara la ducha, Arik intentó dormir en una hamaca, pero el ruido del martilleo de su vecino el herrero, no lo dejó conciliar el sueño. Sin embargo, cerró los ojos y se concentró de todos modos en el golpe del martillo. El ruido lo adormeció por completo.

Se levantó de la hamaca, se dirigió a la puerta y la abrió. Caminó por la calle principal del pueblo, y aunque estaba poco concurrida, no parecía verlo nadie. Su vecina Ramona pasó a su lado y no lo saludó, después su amigo Jacinto que pasó con su silbar. Nadie parecía reconocerlo. Realmente todo el mundo lo miraba de reojo.

Lo despertó el golpeteo de la lluvia en su rostro. Mientras poco a poco tomaba conciencia del despertar, se vio embargado por una sensación extraña. Se sentía otro hombre. Cuando se restableció de la modorra se dio cuenta que estaba en la plaza y sus vecinos riéndose con disimulo. Era un sonámbulo desnudo.

Texto agregado el 06-08-2020, y leído por 84 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-08-2020 Jajajaja. Que excelente historia,me daban deseos que siguiera... El final fue muy chistoso***** Un abrazo Victoria 6236013
07-08-2020 Jajajaa, muy bueno. MujerDiosa
06-08-2020 Admiro y aplaudo tu originalidad. ¡MIS FELICITACIONES! Shalom amigazo Abunayelma
06-08-2020 Lo que puede hacer la lluvia en el rostro de un hombre. Bien narrado. SerKi
 
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