Un día miró hacia su jardín y se percató que tenía poca basura en comparación con sus vecinos. Esto lo abatió. Mientras que desde otras casas se retiraban varias decenas de kilos, en la de él no pasaba de una bolsa cada tres días. Intuyó que en el vecindario había gran consumo de alimentos, eliminación de vestimenta que nadie usaba, telas enmohecidas, remedios vencidos, utensilios deteriorados, papeles, cartones y un largo etcétera a lo que se sumaban residuos orgánicos. Su vida ordenada y frugal, apenas generaba basura, lo que le daba a entender que no estaba en sintonía con el vecindario y la ciudad y como no tenía ganas de retirarse al campo o a un lugar donde los residuos no fueran un problema para él, optó por dos medidas. En primer lugar salía desde su casa y recorría en su vehículo algunas villas lejanas, desde las cuales levantaba algunas bolsas de basura y las trasladaba hasta su jardín. A eso se sumó que comenzó a adquirir todo tipo de productos, en especial los de rápido vencimiento con el objetivo de tener al menos dos kilos de porquería que eliminar cada tres días. Sabía que para lograr mantener un régimen como éste, necesitaba muchos recursos y una despensa más grande. Pero, para evitar ensuciar su pulcro hogar construyó una bodega donde almacenaba todo tipo de elementos, que se transformó en un nido de ratas y al que ingresaba con un traje especial. Al cabo de un tiempo logró su objetivo y cuando pasaba el camión recolector, tenía a su disposición un par de bolsas bien colmadas y pesadas que en más de una ocasión resultaron difíciles de ser levantadas por el funcionario recolector.